Colonialismo, recursos naturales y esferas de influencia
En una nota anterior argüí que las esferas de influencia en el mundo tuvieron mucho que ver con la ambición europea de recursos naturales –minerales y vegetales– de regiones menos favorecidas. El colonialismo que parceló nuevas delimitaciones republicanas según el idioma del país dominante.
¿No les dije?, ¡empezó la repartija! España, tal vez como heredera de antiguas colonias, escogió las regiones más ricas: Perú (incluyendo Bolivia), Colombia y México. Brasil aprovechó la esclavitud africana para encarar una agresiva expansión, especializándose en azúcar, primero, y maderas, después, con el desarrollo de lechosos troncos de goma elástica. Quedaron las sobras para el comercio, la piratería y la geopolítica en el Nuevo Mundo. Eran las piezas menos sabrosas en el reparto de mundial de esferas de influencia.
En suma, “¿qué es la América Latina? Es un conglomerado de un trío de imperios en ciernes hasta que llegaron los peninsulares; tribus aisladas en la inmensidad de selvas y desiertos; indígenas y tribus de autóctonos que enfrentaron fusiles con flechas; y la más eficaz forma de matar: epidemias europeas. Luego se impuso la “real politik” del país más fuerte sobre el más débil. Estados Unidos, a pesar de Tordesillas, permitió que Brasil comiese la mayor parte de la selva sudamericana, ocupados que estaban en el genocidio de los Pieles Rojas; creció a costa de México y de europeos guerreros sin plata; vapuleó a la vieja España y heredó sus colonias; robó Panamá a Colombia para su canal bioceánico. Al presente, con su Departamento de Estado y sus embajadas, ejerce una suerte de paternidad sobre los países al sur del río Grande.
Recordé a mi profesor Johannes Wilbert en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). Tengo una tríada de libros suyos de experiencias en la Venezuela tropical, y de sus doctos labios antropológicos me enteré de los Yanomami, grupo étnico en conflicto con mineros auríferos y desnutridos indígenas afectados por la ambición del áureo metal. Hoy están de moda otra vez, en la perenne tensión entre los indígenas y los aprovechadores europeos de su riqueza autóctona.
La obra que más útil me ha sido es una recopilación del erudito checo Cesmir Loukotka. Su Classification of South American Indian Languages me brindó un vistazo de las etnias indígenas sudamericanas antes del arribo de los europeos. Aclaro que su inexactitud quizá tenga que ver con la explotación selectiva de la selva de acuerdo a la fertilidad de los suelos, lo que me lleva a la noción nativa de su capacidad, afuera del cinturón geográfico que desarrolló sus civilizaciones en sus terrenos.
¿Es posible explotar suelos “cansados” con los mismos criterios que regiones más privilegiadas?, es la raíz del asunto. Los europeos (y exmineros que hoy son cocaleros) dependen de productos químicos para expoliar tierras abiertas a selvas infértiles. Quizá la esperanza de un mundo afectado por el cambio climático está en la sabiduría indígena sobre los límites de tal explotación.
Hoy parece que América Latina no existe. Aparte de las abismales diferencias entre ellos, el ‘capo di tutti capi’ es Estados Unidos. África es de antiguos amos coloniales, aunque el Papa inste a sacar las manos de antiguas colonias. Después de Vietnam y de Afganistán, no se metan con Asia que irá a las órbitas china o rusa (o de países árabes ricos). La Europa Unida es todavía un sueño, especialmente ahora que mordieron la manzana envenenada de la corrupción.
Sostengo que las prioridades actuales del mundo están sesgadas. Sin haber encarado las desigualdades sociales que existen entre ellos, mal pueden asumir cambios en los países menos favorecidos. Otra guerra europea ocupa la preeminencia; la educación y la salud están retrasadas. Los europeos ni quieren saber de comer bichos, como los pobres del planeta. Preferimos seguir con la desigualdad de miserables ignorantes y afluentes nuevos ricos, hasta que el mundo aguante.
Columnas de WINSTON ESTREMADOIRO