Las economías no mueren de infarto
Todos los días, el Ministro de Economía y Finanzas y un séquito de autoridades de alto rango, peregrinan por los medios de comunicación, anunciando la nueva buena del modelo económico y presentando ciertos datos sobre la economía boliviana. La consigna: Aquí no pasan naranjas. Estamos mejor que nunca. Para reforzar los autoelogios una armada de Brancaleone, compuesta por gloriosos guerreros digitales y somnolientos empleados públicos, sale a las redes sociales a rezar el tercio de la revolución, bajo el control de los comisarios políticos. Sueltan la voz en el ciberespacio: Excelente gestión, Ministro. Estamos saliendo adelante. Felicitaciones al maravilloso gobierno y largo repertorio de la zalamería local.
Así, busca desmentir a los opinadores malentretenidos, que lo único que quieren es crear miedo y zozobra para que después sus proyecciones o alertas se cumplan. La principal acusación es que: hace 15 años anuncian una crisis que nunca llega. Son falsos profetas, como el falso conejo.
Para armar la obra de la propaganda, se construye, en el imaginario popular, una definición de crisis a imagen y semejanza de su supuesto éxito. Esta consistiría en enormes devaluaciones, gasolinazos, hiperinflación, salarios por los suelos y cosas peores y esto debería ocurrir de un día para el otro. Una bella mañana, la economía boliviana está paseando su musculatura de plástico por los páramos de la economía internacional, cuando, de la nada, cae dura al suelo de un infarto fulminante. ¿Acaso ha ocurrido eso en los últimos 16 años de proceso de cambio? Preguntan indignados. No. Ergo, las aves carroñeras mienten, la pelan.
El fanatismo oficial repite un mantra en base a tres indicadores clásicos de la macroeconomía, que serían la prueba irrefutable de que estamos muy bien. No lo decimos nosotros, vociferan en busca de palmadita internacional, lo dicen los otrora odiados organismos internacionales, como el FMI. Una inflación baja, que en realidad es una inflación reprimida con la ayuda de enormes subsidios. Un producto interno bruto (PIB) de crecimiento lento, desigual y que perdió su motor principal, el sector hidrocarburos, que en 2022 decreció -8%. Y una tasa de desempleo reducida, que, en rigor, oculta una enorme precariedad laboral en el sector informal.
Más allá de la lectura ideologizada y enamorada de sí misma del oficialismo, aparecen síntomas de una crisis estructural que muestra el agotamiento del modelo. Sobre estos datos, desde el árbol del poder, se sigue la consiga de Shakira: ciegos, sordos, mudos y testarudos. Veamos el caso de la caída estrepitosa de las reservas internacionales (RI) del BCB, que es la hilacha del problema. Jalándola, mostraremos que la procesión se lleva por dentro.
La historia de la inflexión comienza en 2014. Hasta ese año las RI llegaban a 15 mil millones de dólares. Éstas se habían acumulado como producto del aumento de los precios de los productos exportación de Bolivia (gas, minerales y soya).
Sin embargo, en este período también se produce una caída de las exportaciones. El Gobierno de Morales, para atenuar el shock externo negativo, sigue tres caminos: 1) uso de las RI. Entre 2014 y 2019, éstas se redujeron en 8.625 millones de dólares. Posteriormente, Áñez y Arce siguieron en la misma línea para sustentar gastos e inversiones ineficientes; 2) incremento de la deuda externa e interna, y 3) soportar enormes déficits públicos. No obstante que los tres caminos seguidos erosionaban a la economía, hasta 2021, el sector gas natural todavía ayudaba a cerrar la brecha fiscal. Pero en 2022, el sector toca fondo. Bolivia se convierte en un importador neto de hidrocarburos.
Asimismo, la contribución tributaria del gas baja a la mitad. El Gobierno no tiene ni para importar gasolina y ni diésel. Y se ve en la necesidad de seguir usando las RI y se gasta, el año pasado, 1.700 millones de dólares. YPFB, la gallina de los huevos de oro, agoniza. Bajan los ingresos del sector, los otros impuestos no compensan. Escasean los ingresos para la inversión pública, por lo que ésta, se ejecuta en menor proporción, el 52% de lo presupuestado en 2022. Los subsidios aumentan y sostener el tipo de cambio se vuelve muy difícil. En suma, desde 2014, el agujero negro, el déficit público se come buen parte de las RI. Todos estos son síntomas claros de una crisis estructural que se arrastra hace muchos años. El modelo económico no puede reproducirse. Se agota por falta de financiamiento.
Es en este contexto, que no se puede hablar de las RI desde una perspectiva hidráulica, como lo hace el Gobierno. Es decir, suponer que ahora se trata de subir el nivel de agua del estanque de las RI. El desafío es echar unos baldes de agua capturando las remeses internacionales o vendiendo el oro de Bolivia o esperando una lluvia de plata ofreciendo un tipo de cambio preferencial a los exportadores. Todas son medidas paliativas que buscar colocar agua en un tanque que tiene un boquete en el fondo, un agujero negro, un déficit fiscal estructural por el cual salen las RI y que está carcomiendo por dentro al modelo económico que agoniza lentamente. Las economías no mueren de infarto.
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.