Papá
La exacerbación de la insensatez de los estereotipos acerca de la maldad innata de los hombres por ser tales, causa fundamental de la sustitución de la presunción de inocencia por la de culpabilidad para ellos, la negación del valor de la paternidad y el menoscabo de la dignidad y los derechos de los hombres son un acicate para escribir estas líneas a propósito del Día del Padre instituido en muchos países del mundo occidental al influjo del catolicismo que profeso como bautizada, por tradición familiar, y porque así lo quiero.
Mi propósito al hacerlo es relievar la memoria de hombres reales, combinaciones de cualidades y defectos, que son parte de mi vida por vínculos de familia, amistad, militancia en causas sociales y políticas, trabajo y vecindad, de cuyo desempeño paterno responsable y amoroso soy testigo directo.
Recordación del amplio espectro a hombres concretos cuyos nombres no declaro porque tomaría todo el artículo, y porque al referirme a ellos implico a sus semejantes, millones cayendo en el anonimato bajo la fuerza de una ideología propiciadora de la confrontación irremediable entre hombres y mujeres, negadora de los avances objetivos logrados en la superación de las desventajas femeninas determinadas por el orden patriarcal y depredadora del valor de ambos en una perspectiva de riesgo para la humanidad, porque influye decisivamente en el diseño de políticas internacionales aplicadas en muchos Estados del mundo, lo que configura una problemática muy preocupante descrita en el artículo de Marina Subirats, de especial y reiterada recomendación: Respetemos los sexos, eliminemos los géneros: la cuestión trans, disponible en el enlace https://www.lavozdelsur.es/opinion/respetemos-sexos-eliminemos-generos-c....
Recordación por su entrega al trabajo honesto en pos de la satisfacción de las necesidades de sus familias, contribuyendo así también a los intereses de la comunidad. Sea en el laboreo minero, la función pública, la producción agrícola y pecuaria, el arte y la artesanía, el comercio, la conducción de vehículos de servicio público, el ejercicio profesional libre, la reparación de calzados, el magisterio, la carpintería, la docencia universitaria, la empresa privada…
Por su concurso en la atención hogareña, rutinaria y pesada, clausurada cada noche para inaugurarse cada mañana. Cocinando y/o lavando los trastos, haciendo compras y/u ordenando la despensa, lavando, tendiendo, planchando y/o guardando la ropa, barriendo, trapeando y/o desempolvando. Sin asumirlas como deber femenino exclusivo por la naturaleza de las mujeres, bajo un concepto errado de la masculinidad.
Por su presencia activa en la crianza de los hijos. Arrullándolos para que duerman, cambiándoles pañales, preparando y dándoles comida, jugando con ellos, contándoles cuentos, velando su sueño, llevándolos a la escuela y a la consulta médica, asistiendo a reuniones de padres, recogiéndoles de conciertos y fiestas, escuchándoles, reflexionándoles, reprendiéndoles, castigándoles, sin exceder jamás tres nalgadas, aguantando las ganas de romperles el alma y cantarles la vidalita por su mal comportamiento, alentándoles a lograr sus metas, haciéndoles caer en cuenta de sus errores y sus aciertos, felicitando sus éxitos, perdonando sus faltas y ofensas, pidiéndoles perdón por algún exceso cometido.
Haciéndose cargo de su rol, distinto al de abuelos y amigos, cuyo objetivo es lograr cariño a toda costa sin responsabilidad en el resultado.
Por su fidelidad paterna aun en casos de separación y divorcio, comprendiendo que el lazo afectivo y legal con la pareja puede romperse en cualquier momento y que el lazo con los hijos, ese sí es hasta la muerte. Lazo que implica, vitalmente, el dinero, sin agotarse en él, yendo mucho más allá, al cultivo de una relación humana plena. Que, sin embargo, no llega al sometimiento a las humillaciones y chantajes de mujeres que instrumentalizan a sus hijos para sacar ventaja y tomarse venganza quién sabe de qué; ni a las humillaciones ni chantajes de esos hijos moldeados como arcilla por malas manos que se sienten acreedores de deudas impagables, eternas.
Por la certeza de que siempre están y estarán cuando se les necesita, para el bien de sus hijos y, cómo no, de las mujeres que son sus compañeras, nunca para el mal. Por la certeza de que van a cubrirles las espaldas ante el peligro, a defenderlos ante cualquier agresión. “Voy a contarle a mi papá”, “mi papá va a venir”… Por la certeza de que dice la verdad y cumple su palabra, de que no engaña ni manipula, de que no exige lo que no da. De que sus silencios no esconden ni disimulan, protegen.
Por los motivos que dan para festejar sus vidas, sintiendo orgullo de ser su prolongación. “¡Quiero ser como tú, papá!”. Por los motivos para llorar sus muertes, sintiendo el dolor de su ausencia objetiva, irremediable, y la dulzura de su presencia subjetiva, inefable, en el corazón.
Por eso, a quienes son aludidos en estas líneas: ¡Feliz día, papá!
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