Uno de mayo
Ha sido nombrado por unanimidad Trabajador del Año, uno que no se queja, que puede hacer la cantidad de horas extras que se le pida, no pide permiso ni para entrar al baño y procesa una increíble cantidad de datos.
Es nada más y nada menos que Chat GPT. Esa inteligencia artificial tan de moda y tan utilizada que ya ha demostrado su valía. Por supuesto, no siente nada, no aporta y sus sentimientos hacia la organización son nulos. No necesita ponerse la camiseta de la empresa, ni que lo motiven para dar el 110% ni decir que “aquí somos familia”.
A ojos de los empleadores es el empleado perfecto. Tampoco sale en comisión por décadas, ni gana bonos extras, ni tiene vacaciones pendientes. Y no reclama por “aportar” al partido. Eso sí, no tiene camioneta para prestarla cada que vez que hay que acarrear a compañeros de trabajo, para que vayan a la concentración y aplaudan al jefe de Plurilandia.
Es tranquilo y no pide aumento salarial, pactando con unos y con otros. Tampoco tiene a sus familiares trabajando en la misma empresa por lo que no lo pueden acusar de nepotismo, tal como sucedió en el bullado caso de YPFB Transporte y Andina, donde los parientes del exdirigente de la Central Obrera Departamental de Santa Cruz, Rolando Borda, trabajan en cómodos cargos.
Qué país en el que estamos, fascinados por la cultura del memorándum, y del post en redes sociales deseando un “feliz Día del Trabajador”.
Pero reflexionemos, ¿es efectivamente feliz? ¿Es realmente trabajo? ¿Cuándo será que dejaremos de tomar la pastilla azul de Matrix, ese placebo que nos hace creer que cumplimos con la tarea diaria?
Al punto: ¿cómo está la calidad del trabajo en Bolivia? O más aún, la calidad del trabajo de los que nos metemos a emprendedores y terminamos trabajando para Impuestos Nacionales y lo que ganamos financia a unos cuantos zánganos que hacen creer que trabajan, cuando en realidad lo único que hacen es multar o clausurar negocios.
Acabo de recibir un premio como periodista emprendedora por el cual estoy muy agradecida. Decidí emprender porque en pandemia me quedé sin trabajo, como muchos. Por eso mi admiración a quienes logran entender la resiliencia desde una economía fracturada, donde hay montón de dinero para anunciar que estamos bien, pero simultáneamente meten presos a librecambistas por mover un punto el tipo de cambio. Mi admiración por quienes han dimensionado el trabajo como un espacio donde pueden encontrar eso que los japoneses llaman ikigai: el placer de hacer lo que te gusta.
Feliz día del Trabajador a quienes tuvieron la valentía de crearse un trabajo propio.
Columnas de MÓNICA BRIANÇON MESSINGER