“Nadie es la patria, pero todos lo somos”
“Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete que, alto en el alba de una plaza desierta, rige un corcel de bronce por el tiempo, ni los otros que miran desde el mármol, ni los que prodigaron su bélica ceniza por los campos de América o dejaron un verso o una hazaña o la memoria de una vida cabal en el justo ejercicio de los días. Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos”. Dice Jorge Luis Borges, en “Oda escrita en 1966”.
Esta patria que nos toca apechugar, está tomada por poderes fácticos, que día a día hacen añicos la integridad y la dignidad. No basta con demostrar una pugna de poderes, repugnante y miserable, es necesario degradarla hasta convertirla en un botín político.
A 198 años de vida independiente, seguimos dependiendo de un capataz y su círculo de elites políticas que desintegran la unidad social, polarizándola hasta crear resentimientos, exclusión y odio entre bolivianos y acentuar la corrupción, el narcotráfico, el contrabando, la persecución y la injusticia.
El fallido estado plurinacional vigente, está de nombre y de escaparate con fines netamente politiqueros. La estructura y la organización del Estado boliviano, aún conserva la esencia republicana. Nuestra actual Constitución Política la refrenda.
En un gobierno republicano, el poder recae en los ciudadanos, quienes lo ejercen a través de sus representantes (los gobernantes que eligen). Esto quiere decir que las personas delegan el ejercicio del poder, sin que los gobernantes sean los “dueños” del Estado.
A 198 años, me rondan, cual sueño pesado, algunas consideraciones necesarias sobre los tiempos históricos que hacen la esencia libertaria y democrática de esta Bolivia que me vio nacer y me acunó en sobresaltos continuos.
"Cuando soñamos que soñamos está próximo el despertar", (Novalis).
¿Es un augurio celestial o una advertencia aterradoramente terrenal?
Me quedo con lo terrenal, porque mis esperanzas y deseos para esta Bolivia que me acogió en plenitud, son anhelos claros y esperanzadores. También, desde luego, oscuros presagios y heridas abiertas que no terminan de cicatrizar.
Anotando a Octavio Paz, es cuando “me parece reveladora la insistencia con que en ciertos períodos los pueblos se vuelven sobre sí mismos y se interrogan. Despertar a la historia significa adquirir conciencia de nuestra singularidad, momento de reposo reflexivo antes de entregarnos al hacer”.
El hacer tiene mucho que ver con el cuestionar, inquietar e incidir sobre los que continúan creyendo que pueden apropiarse de un país y de las conciencias de sus ciudadanos.
Hoy, más que nunca, los bolivianos que defendemos la democracia, las libertades y la institucionalidad debemos reflexionar sobre lo que nos tocó vivir y el futuro inmediato que auguramos. La patria y la libertad siempre estuvieron bajo amenaza y sitiadas por un terrorismo político-demagógico evidente.
¡Nadie es la patria!
Nadie puede considerarse dueño de la patria. Ningún grupo social, ninguna persona, ningún partido ni color político.
No había sido suficiente con sacar a las bestias de sus cuevas. El cáncer de la corrupción, el narcotráfico, la tiranía y la injusticia hicieron metástasis en las estructuras básicas del Estado.
La miseria del evomasismo, comandada por el huido y sus elites de poder, todavía ejerce un terrorismo de baja intensidad, flagrante e inaceptable.
En esta coyuntura que no acaba de encontrar su identidad que la distinga de un caciquismo que le hizo tanto daño a la patria, los peligros de perder la institucionalidad y la poca libertad que nos queda, son inminentes.
Ese es el rostro del que gobernó 14 años el país. Es el mismo rastro que aún está presente en el actual gobierno.
En esta Bolivia de paradojas, el ciudadano se siente atrapado entre la luz y la oscuridad, “oscila entre poderes y fuerzas contrarias, ojos petrificados, bocas que devoran”. ¿Unas a otras? ¡Se desconocen! ¡Se ofenden! ¡Se desdicen! ¡Se condenan! Esta patria que sufre su tiempo histórico de falsos procesos de cambio, todavía no es capaz de procesar un cambio de mentalidad y de acción.
A penas, en pos de la modernidad, se mueve entre un pasado oscuro que no atisba el presente ni sospecha la existencia de un porvenir, y se resigna a vivir petrificada, inmutable, esperando que el tiempo, su tiempo, vuelva a votar dádivas.
El presente exige capacidad, voluntad y liderazgo, la primera, para asumir con responsabilidad el desempeño y las exigencias de una realidad cada vez más acelerada, la segunda, para ejercer con ética y espíritu democráticos los desafíos del presente y los logros del mañana, el tercero para conducir a una patria construida, sin oblicuidades, preferencias políticas, resentimientos antropológicos ni culturales, no a imagen y semejanza del mandamás, sino a la de un pueblo forjador de su propia historia que tiene el derecho a vivir en armonía y en un estado de bienestar.
A 198 años de vida independiente, todavía la patria sueña, balbucea, mendiga futuro, justicia, transparencia y democracia.
La historia de Bolivia es la del hombre que busca restaurar sus alas de libertad, amputadas, yo creo, en la Conquista, en la Independencia, en las sucesivas dictaduras o en los 16 años de un gobierno podrido y corrupto que cercenó la dignidad y la ética de gran parte de sus ciudadanos.
Y aún nos debemos cuestionar sobre nuestro derecho a ser lo que queremos ser y cómo llegaremos a lo que deseamos, y no lo que nos impongan, esa debe ser una constante intransferible que no puede volver a cruzarse en nuestra historia como un cometa de jade, que de vez en cuando relampaguea esperanza.
La República, esa puerta abierta invencible que jamás se cerrará. Nos sigue y nos cobija en su seno como sus hijos legítimos. Nosotros, los que nacimos en la República de Bolivia y aprendimos las primeras lecciones de solidaridad, dignidad, honestidad, democracia y, sobre todo, unidad, jamás torceremos la mirada hacia otras imposturas que no sean las de la unidad en nuestras diferencias.
La República de Bolivia fue, es y seguirá siendo la luz perpetua que nos garantice que el cargo y el poder de un puñado de políticos delincuentes sea temporal. Evitando que los gobernantes sean los “dueños” y capataces del Estado.
“La patria, amigos, es un acto perpetuo como el perpetuo mundo. (Si el Eterno Espectador dejara de soñarnos un solo instante, nos fulminaría, blanco y brusco relámpago, Su olvido”).
(…) “Nadie es la patria, pero todos lo somos. Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante, ese límpido fuego misterioso”.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.