Menos gas, más creatividad
En una conferencia dictada hace poco por el economista boliviano Daniel Agramont se expusieron las limitaciones del agotado modelo extractivista de Bolivia. Como él, son muchos los que destacan que estamos entrando en una época de vacas flacas debido a la escasez de gas natural, nuestra principal exportación que sostuvo el crecimiento económico boliviano los últimos 20 años. Y todos coinciden en que es necesario encontrar maneras de diversificar la economía desprendiéndonos de esa dependencia histórica tan fuerte que tenemos los bolivianos de vivir de las rentas de nuestros recursos naturales no renovables; una “enfermedad” también llamada maldición de los recursos naturales, o la trampa del “rentismo”.
Sin embargo, otros apuntan hacia el litio como la próxima respuesta, aplaudiendo un modelo económico que ha demostrado, desde el caucho hasta el gas, estar muy lejos de ser el indicado para nuestro país. Ninguna nación en la historia ha logrado el desarrollo económico solamente explotando sus recursos naturales y mucho menos haciendo que esta explotación sea liderada por empresas estatales, que no son las indicadas para generar riqueza de manera eficiente.
Apostar por ese modelo gastado nos impide darnos cuenta de que la respuesta para lograr el éxito económico está en el recurso más preciado que podríamos llegar a tener: la creatividad de nuestra gente. Un recurso que no cuesta mucho pero que, bien aprovechado y potenciado, puede generar millones en rendimiento. Y con creatividad no me refiero solamente a la práctica de los artistas, sino de todos los emprendedores que tienen la osadía de innovar y de ofrecer al mercado algo que no se ha ofrecido antes.
Actualmente, la economía creativa, o economía naranja, no es tomada con seriedad por algunos analistas porque ha sido abusada para la creación de leyes y políticas públicas que carecen de sustancia o, en el peor de los casos, para empujar una agenda política que genera mayor gasto público hacia ministerios nuevos que sólo aumentan el peso de la ineficiencia estatal. Pero, en esencia, la economía creativa no es nada más que un nombre para una idea que existe desde hace mucho tiempo. Joseph Schumpeter ya la pregonaba cuando introdujo el concepto de “destrucción creativa” para describir cómo una economía dinámica se basa en que, mientras unos empresarios innovan creando nuevos productos y métodos de producción, otros son desplazados si no logran seguir el ritmo de la innovación.
La economía creativa, como solución al problema de desarrollo económico, debe rescatar ese valor empresarial, innovador y emprendedor y no sólo enfocarse en conceptos como la preservación del patrimonio cultural y artístico. Desde un punto de vista nacional, esto implica generar un nivel de institucionalización lo suficientemente fuerte como para garantizar la propiedad privada (incluyendo la propiedad intelectual), políticas impositivas que fomenten la rápida creación y eliminación de negocios, animando el ensayo y error que son pilares fundamentales de la creatividad. Y desde un punto de vista municipal, implica facilitar la vida del empresario con menos trámites para la obtención de licencias de funcionamiento, licencias de publicidad exterior, y tantos otros requisitos que hoy obligan a los pocos valientes emprendedores a apostar sus recursos y creatividad bajo la sombra de la informalidad.
¿Cuáles son las nuevas políticas que se necesitan para este nuevo modelo?