¡Tenemos todo, pero no tenemos nada!
A diferencia de la gran parte de los países del mundo, Bolivia es uno, en sumo grado, bendecido. En sus entrañas —de las tres macro regiones: altiplano, valles y llanos— guarda riquezas naturales incalculables y de todo tipo. Teníamos y tenemos aún todo para ser uno de los países más prósperos, no solo de la región, sino del mundo entero. Además, con altos niveles de calidad de vida.
Pero, ¿qué tenemos? Observando los indicadores básicos, como el producto interno bruto (PIB) y el producto interno bruto per cápita (ingreso promedio anual por habitante), somos uno de los países más pobres de la región. Además, en el Índice de Desarrollo Humano (IDH), el indicador que mide la calidad de vida, también estamos, en la zaga. En resumen: ¡tenemos todo, pero no tenemos nada!
¿Pero, cómo es posible explicar esto? ¿Cómo es posible explicar la situación de un país tan pobre y con tantas riquezas naturales? En principio, no habría ninguna lógica en esa ecuación. Sin embargo, la cruda realidad es esa. Podemos atribuir esta paradoja a muchos factores. Algunos, adjudican, esta tragedia, al proceso colonial. Otros, por ahí, al “capitalismo tardío”. Los más despistados, que son mayoría, a “su gente”.
En lo esencial, empero, toda esta catástrofe radica en nuestros pésimos y estúpidos gobernantes. Hemos tenido, y tenemos, los peores gobernantes. La estupidez en ellos fue y es infinita. No encuentro, en toda nuestra sombría historia, un solo presidente, de izquierda o derecha, rescatable, solo algunos menos funestos que otros. Son expertos para “avanzar hacia atrás”.
Para comprender mejor, veamos un ejemplo contrario. Japón, en el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, quedó no solo destruido, sino devastado, después de la explosión en su territorio de dos bombas nucleares. Luego de su capitulación, al fundar el Estado, con una nueva Constitución, aboliendo la monarquía absoluta, se preguntaron: ¿qué tenemos? Observaron a su alrededor y la respuesta fue: ¡no tenemos nada, solo tenemos japoneses! ¡Pero, lo conseguiremos todo! Apostaron, entonces, a lo único que les quedaba: sus recursos humanos, pues su carencia en materias primas y recursos naturales siempre fue dramática. En riquezas, en nada se compara su territorio en relación al nuestro.
Apenas diez años después, en 1955, Japón logró ubicarse entre las tres economías más grandes del mundo. ¿Cómo lo lograron? Ese sorprendente ascenso y progreso, tuvo como pilar fundamental a la educación y el desarrollo de sus recursos humanos. El recurso más determinante y fundamental con el que cuentan los países. Cultivaron la educación no solo con el objeto de ampliar conocimientos, sino el de mejorar las capacidades para pensar científicamente. Capacitaron a sus recursos humanos para desarrollar habilidades y facultades superiores en investigación, con espíritu de amor, mente amplia y moral alta. Apostando al desarrollo de sus recursos humanos, a través de la educación, con tantas limitaciones y carencias, ¡consiguieron todo!
Ahora, volvamos a Bolivia. ¿Qué tenemos? Si miramos a nuestro alrededor, la respuesta sería: tenemos todo. Recursos naturales y muchas materias primas. También, claro, recursos humanos, uno de los más preciados en el mundo. ¿Qué falla, entonces? Obviamente, los gobernantes. El desarrollo, el futuro y el destino de un país, dependen siempre de las elites gobernantes. La historia está supeditada a las capacidades y al proyecto de país que nos imponen estas elites. El futuro está ligado, justamente, a las capacidades de las elites gobernantes, de los que definen las políticas públicas vinculantes.
Precisamente, gracias a esos estúpidos gobernantes, que son incapaces de por lo menos copiar las experiencias buenas: ¡tenemos todo, pero no tenemos nada! Y eso provoca la migración, todos los días, de centenas de bolivianos en busca de mejores oportunidades y condiciones de vida.
Con el litio, no puede repetirse la historia, como sucedió con la plata, la goma, el estaño y el gas, esa trágica historia de saqueo y despilfarro.
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.