La Bolivia que queremos
Debido a la alta toxicidad que vive la coyuntura política en razón del cortoplacismo que impera en el día a día, como resultado de la crisis económica en curso y, sobre todo, porque la esperanza está secuestrada en la cárcel del populismo, es muy difícil afirmar que vivimos tiempos interesantes y esperanzadores. La coyuntura no es fácil para Bolivia. Pero, a pesar de los pesares, creo que es tiempo de domar los colmos que nos invaden, exorcizar la ponzoña del poder y hacer retroceder el hastío de la rutina. La gran ocasión es el bicentenario de la independencia, una oportunidad para escucharnos entre todos, pero también levantar la voz y decir la Bolivia que queremos.
Hasta ahora, la vieja política, la “mamocracia” que nos gobierna, la “canallocracia” que circula impune no oye ni permite la participación de los ciudadanos. La democracia participativa, en cualquiera de sus versiones, se ha devaluado radicalmente. El Estado y los líderes del oficialismo y la oposición están muy alejados de la gente. Las personas son manipuladas tanto por la propaganda del oficialismo como por el discurso maniqueo y facilón del otro lado. Ambos organizan marchas, encuentros, concentraciones y cabildos que son puestas en escena donde solo se repiten consignas, pero no se oye a la gente. Las élites políticas, sindicales, corporativas y cívicas creen tener todas las respuestas para el desarrollo económico, social, político.
Mientras tanto, en la sociedad, el campo, las empresas, las universidades, los colegios, los barrios, los municipios, hay un capital social vigoroso, redes de organizaciones de individuos y empresas, que todos los días producen bienes tangibles e intangibles. Construyen la patria productiva, tejen la cultura de lo cotidiano, contribuyen a defender la libertad y la felicidad. Aquí hay un tesoro de experiencias que debe ser visibilizado.
Cabe recordar que los productos, en una economía, no son más que ideas hechas vivencias productivas y comerciales. Para hacer una silla interactúan ideas, personas y empresa. Probablemente convergen 10 ideas para producir el bien, como cortar el árbol, aserrar la madera, transportarla, preparar los tablones, colar, barnizar y vender el producto. En un celular hay 600 ideas y miles de interacciones entre emprendedores. Es el conocimiento e inteligencia colectiva en acción.
Pero también existen otros bienes intangibles o actividades, como la música, la literatura, el ejercicio de la libertad, la capacidad de pacto, la democracia que también son el resultado de ideas, de la inteligencia conjunta de un país.
Cuantos más bienes y construcciones sociales, culturales y políticas se hacen colectivamente, mayores son los niveles de desarrollo económico.
El conocimiento e inteligencia colectivos son resultado de procesos muy complejos. Todos los días millones de bolivianos y bolivianas hacen el uso de sus saberes colectivos para producir país, pero muy pocas veces somos capaces de escuchar sus problemas, propuestas y soluciones. No entendemos que el crecimiento económico está sustentado en el trabajo de miles de personas. La política fiscal podría aprender mucho del manejo equilibrado de las finanzas del hogar. De la gestión de una empresa, la política industrial podría asimilar excelentes prácticas. De la capacidad de diálogo y pacto dentro una familia, los políticos podrían aprender a raudales.
En estos tiempos de pendencia, el poder impone sus recetas y decisiones de arriba hacia abajo de acuerdo con sus intereses. El modelo económico del oficialismo está listo y simplemente hay que ejecutarlo. La gente, dopada por la propaganda y la ideología, es el objeto del desarrollo y no así, el sujeto. Asimismo, de otras latitudes de la política surgen los salvadores de la patria, los iluminados, los mesías que dicen tener la verdad y soluciones instantáneas, pero también en una lógica vertical.
Las políticas públicas dan la espalda a la gente. Pero en tiempos de una enorme transformación digital las cosas han cambiado. Comunidades cibernéticas, redes sociales e individuos conectados han dado voz a millones de personas, para bien y para mal.
La forma de participación de la gente ha cambiado radicalmente en la era digital, pero, por supuesto que no sustituye jamás el ojo en el ojo, la cercanía del abrazo, el apretón de manos, el intercambio de sonrisas. En esta coyuntura, el mundo del ciberespacio ofrece una oportunidad para conversar, proponer y construir la Bolivia que queremos. Es una oportunidad para cambiar la piel del alma nacional, reinventar los horizontes de los sueños, volver a enamorarse de lo colectivo y buscar soluciones concretas. En estas circunstancias, les propongo esta idea de repensar y dar soluciones colectivamente al país. Los invito a soltar la voz en el ciberespacio primero, y después a través de otros medios. A cada insulto o estupidez del poder respondamos con una propuesta.
¿Y cómo hacemos una lluvia de ideas y propuestas entre todos? La primera actividad concreta es que de todas las latitudes de Bolivia y también de cualquier parte del mundo grabemos un vídeo, de no más de dos minutos, hablando del país que queremos. Si tienes amigos, padres, abuelos que no tiene habilidades digitales, ayúdalos a hacer sus videos.
Todo sueño comienza con una visión, un deseo, una idea. Manos a la obra: 1) graba el vídeo con el celular en posición horizontal, 2) menciona tu nombre, actividad y de donde lo envías (ciudad, municipio, pueblo, barrio, colegio, etc.), 3) di qué es lo que quieres para la Bolivia del futuro.
Con sus contribuciones construiremos un mosaico de ideas y propuestas. Mostraremos el valor de la inteligencia colectiva.
Construyamos la Bolivia que queremos con todas las diversas voces de la patria. Con un equipo de sistematizaremos los sueños y propuestas y pondremos todos los vídeos en una página web.
Pueden mandar enviar sus grabaciones al correo electrónico: laboliviaquequeremos@gmail.com, o al número de WhatsApp +59169724566. Por supuesto también pueden enviar propuestas escritas.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.