Los páramos de la muerte
Cuando Marcial Muyurina se dedicó a la política, lo hizo por una trastada del destino, un alarde de la muerte más que una vocación de la vida.
Mientras era dueño de un cuerpo y una mente, supo ejercer como un abnegado carpintero que nunca entendió cómo pasó de escuálido y febril a extinto y finado. El día de su entierro, tras los llantos de infarto y las oraciones de rigor, parte de él quedó flotando por ahí. No fue hasta que algo, o alguien, le atrajo con una fuerza descomunal y lo acercó a un pueblo de existencia cierta y presencia insólita.
En el momento en que se enteró de que esa era la muerte, que no sólo había una, sino varias, y que no existía el paraíso prometido ni el averno eterno, se desilusionó. Más confundido quedó aun cuando una autoridad local le preguntó:
—¿Para qué eres bueno?
—Solía ser carpintero —respondió Marcial Muyurina, y cuando esperaba que le den algo así como unas alitas y una aureola, le cortaron toda ilusión con un mandato seco.
—Tendrás un terreno al final de la calle de los gitanos —le dijeron.
Ahí fue que se enteró que la misma burocracia de la vida se repetía en la muerte.
Sin embargo, el impacto de los hechos, al igual que el proceso del duelo, pasó de la negación a la aceptación y en algún momento indefinido, entre el carnaval y Viernes Santo, Marcial Muyurina fue elegido para ser parte de la asamblea legislativa de aquel pueblo perdido en las indulgencias de la muerte.
En su primer día como asambleísta, notó con asombro la ausencia de los políticos que él recordaba mandaban en vida, a quienes supuso ver ahí en ejercicio pleno de la cosa pública, tras haber recibido los velorios más suntuosos y los entierros más llorados.
Cuando conoció a su compañera de bancada, su curiosidad imparable lo llevó a preguntar por tales causas y motivos:
—¿Por qué no están aquí los políticos de poncho y ojota o los gobernantes de saco y corbata?
La respuesta fue culminante:
—Sí están, pero no en forma de personas. Los maleantes y los corruptos se transforman en alimañas y sabandijas que recorren los rincones y comen las sobras que se mezclan en las alcantarillas y los desagües.
Fue entonces que Marcial Muyurina supo que la rata que solía escapar de los gatos en el mercado no era otra que la política de trenza y pollera que solía golpear y agredir a sus colegas asambleístas con regularidad, así como una de las cucarachas de la plaza era en verdad el político de camisa y reloj que agredía a gil y mil por sus angurrias personales.
Pero Marcial Muyurina aún se enteraría más, ya que su compañera de fórmula y campaña, le supo explicar que la vida que llamábamos vida, era en verdad la muerte de una vida pasada, y nada ni nadie sabía cuál era la vida original, porque todas las otras, incluida la que creíamos real, era sólo una mala copia de las demás.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ