Cárceles, infierno eterno
Un fotorreportaje publicado este domingo pasado en la Revista Oh! de este medio muestra imágenes deprimentes y hasta sobrecogedoras sobre la situación de hacinamiento de los reclusos de la cárcel de San Sebastián varones.
Internos durmiendo en los pasillos, patios abarrotados de propios y extraños, cuerpos revolcados junto a unas rejas sin mayor espacio para desplegarse y el trabajo apretujado de carpintería, cerrajería y artesanía de cueros en ambientes comprimidos, en las terrazas y hasta en las graderías son las dantescas imágenes que se pueden apreciar en el recinto carcelario. No hay espacio para nadie más. Un caldo de cultivo para enfermedades. El derecho a la privacidad ya es una utopía.
El ambiente, sin embargo, no es muy distinto al de otras cárceles ni difiere mucho de lo que se fue mostrando en años anteriores. Nunca mejora; al contrario: cada vez hay más habitantes para tan poco espacio.
Según datos de Régimen Penitenciario, el penal de San Sebastián tiene capacidad para 300 internos, pero en 2011 ya había 600 y actualmente se superan los 1.000. La situación no es muy distinta de otros recintos penitenciarios de Cochabamba o del país. Sólo tres de 19 cárceles no sufren por la sobrepoblación de internos.
En Santa Cruz, el penal de Palmasola tiene un 800 por ciento de hacinamiento. Actualmente tiene cerca de 6.000 internos, cuando la capacidad es para 800 presos.
El Abra, en Cochabamba, cobija a más de 700 reclusos, cuando su capacidad es sólo para 360 personas, sólo por poner algunas cifras de ejemplo.
Tampoco se conoce de nuevos proyectos de infraestructura para la población carceleria del país. El último del que se tiene referencia data de 2018, cuando se anunció un presupuesto de casi 6 millones de bolivianos, provenientes del Tesoro General del Estado (TGE) para favorecer a 22 mil reclusos.
El proyecto consistía en preinversión para el mejoramiento de tres cárceles del país: Chonchocoro en La Paz, Palmasola en Santa Cruz y Arani en Cochabamba, que, de los tres, era el más demorado, pues sólo contaba con un terreno de 16 hectáreas que donó el municipio del lugar. No se tienen más noticias sobre el avance de este proyecto (que debía abastecer a unos 5 mil reclusos, que debían ser reubicados de las otras cárceles de Cochabamba).
Por ello es importante retomar los proyectos que quedaron truncos, ver qué falta, buscar las soluciones, destinar recursos (que con seguridad faltan) y comenzar a ver esta situación como una prioridad.
De no tomar en cuenta este clamor y estos antecedentes, es posible que sigamos tomando más fotografías como las publicadas este domingo de aquí a algunos años más, hasta que haya una verdadera política estructural e integral con respecto a la población carcelaria de Bolivia.