El Minotauro en su laberinto
Haciendo zapping hace unas noches me topé con El resplandor, la fenomenal película de terror psicológico del 80, dirigida por Stanley Kubrick, basada en la novela de Stephen King (aunque el guion se aleje del libro). El film narra la mudanza de Jack Torrance (Jack Nicholson), su esposa Wendy y su hijo pequeño Danny a un hotel en la montaña, para mantenerlo en la temporada de invierno cuando está cerrado al público. Durante sus ratos libres, Torrance escribiría una novela, pero al poco tiempo empieza a ser víctima de un inquietante trastorno de personalidad que lo vuelve violento y lo convierte en una amenaza para su familia.
He visto la peli unas seis veces. Sin embargo, en esta ocasión la miré desde la metáfora mitológica. Y es que recientemente conocí una de las varias teorías interpretativas que rodean el largometraje: que el protagonista representa la figura del Minotauro, una criatura mitad hombre mitad toro, que el rey Minos de Creta tenía encerrada en un laberinto, que debía ser alimentada con atenienses cada nueve años como una forma de tributo, y a la que Teseo da muerte. Teseo puede luego escapar del laberinto gracias a la ayuda de Ariadna, la astuta y enamorada hija del rey.
El protagonista de El resplandor aparece como una bestia en varias escenas; con la furia de un toro, con la mirada salvaje y presto a embestir hasta a su propia familia. Lo que daría significado a la teoría del mito. Pero lo que termina de cerrar esa idea literaria es la carga figurada que el director le da a los laberintos (el laberinto de setos en el exterior; la arquitectura del hotel que, según expertos es imposible, pues es un lugar confuso y sin salidas; o la alfombra de los pasillos que Danny recorre en su triciclo). Laberintos que para la esposa y el hijo representan un juego, pero que para Jack suponen una estructura imaginaria que potencia su aislamiento y el bloqueo de su obra.
No tengo dudas de que Stephen King conocía de memoria el mito de la antigua Grecia. Pero quizás el texto que detona la creatividad delirante de Kubrick (esta vez) es “La casa de Asterión”: un cuento corto de Jorge Luis Borges en el que Asterión, el Minotauro moderno, narra con una angustia humana su encierro, sus miedos y su soledad. En el que nos cuenta cómo el salir del laberinto donde vive y ver el exterior lo asusta; los rostros y las actitudes de las personas le hacen querer volver a su casa “que es infinita” y donde pasa largos días jugando a las escondidas (“semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado”). Se trata pues de un relato lleno de símbolos en el que el laberinto es para Asterión —en última instancia— una eternidad tormentosa.
La alegoría en Kubrick es clara, los laberintos son la mente de Jack Torrance. La casa infinita que sus ideas habitan. Su obsesión por escribir una novela lo atrapa hasta la locura y el encierro. De ahí que lo que como espectadores observamos en realidad no sean sólo los fantasmas que recorren el hotel, sino también los que pasean por la cabeza del personaje. Un minotauro que, como el de Borges, nos permite conocer su humanidad subyacente.
Jack, como lo hace Asterión, juega a que otro Jack viene a visitarlo y recorren juntos la casa. Su casa, la que está dentro. Sólo que la criatura de El resplandor, aunque ha perdido completamente la cordura, no está sola. Ya al final, luego de una tensa persecución a Wendy y a Danny, de la que la esposa y el pequeño logran escapar, Torrance queda atrapado en el laberinto de setos y se congela hasta morir. Si intentamos una interpretación psicológica o filosófica adicional, podremos pensar que Torrance, como el minotauro borgeano, siempre buscó a su redentor: alguien o algo que lo matara “y lo liberara de su condición de monstruo”.
“La casa de Asterión” termina con la frase de Teseo: “¿Lo creerías, Ariadna? El Minotauro apenas se defendió”. Con lo que el texto reafirma su deseo de liberación; que se deja vencer para encontrar más rápido la muerte que lo salvará de sí mismo. Así como Jack parece despojarse de su fuerza taurina para morir congelado. En ambos personajes hay un encuentro intencional con la muerte, que se presenta como la única salida posible del laberinto.
Creo que no volveré a ver la película; cada vez se torna más perturbadora.
Columnas de DANIELA MURIALDO LÓPEZ