Súper Lucho y la ingenuidad
Difícilmente, Carnero Somosierra habría de olvidar aquella tarde de invierno. Quizás el viejo profesor recordaría siempre los nervios de la gente que, en un arranque de espanto, correría a los mercados a comprar lo que pudiese y a llenar el tanque del coche con lo que encontrase, quizás vendría a su mente la tanqueta militar irrumpiendo en Palacio Quemado o la sensación de incertidumbre que le recordaba los golpes de Estado del siglo pasado.
Fue recién con el paso de las horas que su sentido común y su sapiencia académica le hicieron notar los detalles y pormenores que no encajaban con una intentona golpista.
Para Carnero Somosierra no era lógico digerir un golpe de Estado que más pareció un teatro mal armado que una pugna real por obtener el poder. Su análisis se basaba en cosas simples, como la actitud envalentonada del ministro de Gobierno, la pasividad de los supuestos golpistas y el carácter de superhéroe que asumió el mismísimo presidente del Estado.
-Caray-, se dijo a sí mismo rascándose la cabeza, si ahora resulta que el señor presidente es “Súper Lucho”.
Días pasaron en los que no se hablaba de otra cosa, y el vetusto educador concluyó, entonces, que el poder había logrado lo que quería: armar otra de las tantas cortinas de humo que ocultaban la situación real de un país enfermo por las ideas populistas emanadas de una izquierda anacrónica, una nación en la que faltaba el dólar y donde la economía se caía pedazo a pedazo. Para colmo, muchos realmente se tragaban la propuesta del golpe, como si en la historia iberoamericana no hubiesen pasado, por estas vainas, gobiernos de una y otra ideología, todos con la intención de ser más populares, todos ansiando sostenerse al mando, todos devorando siempre el poder.
Remordimiento y preocupación le causaba, además, saber que muchos regímenes supieron usar excusas de menor relevancia para perseguir y detener a sus opositores, y temió que los políticos de su país pudieran hacer lo mismo. Porque, al final de cuentas, los políticos eran políticos, y eso los volvía egocéntricos, deshonestos y ambiciosos.
Todo se ratificó cuando salieron a luz las declaraciones de los parlamentarios del oficialismo, que encumbraron al presidente a los niveles de un héroe inspirador y valiente, capaz de dar el pecho por la democracia. Todo era mentira. Lo sabía Carnero Somosierra, porque era un hombre estudiado, una persona con sentido común, pero él mismo temía que el pueblo en general podría creerse tamaña interpretación teatral, porque el pueblo podría ser bueno o malo, pero siempre era ingenuo.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ