La moral “revolucionaria” del MAS
Una enorme cantidad de reflexiones en torno a la situación que ha generado la pugna entre evistas y arcistas, agravada por un autogolpe que roza los hechos más ridículos de la historia nacional, llenan todo el espectro mediático y político del país. Sin embargo, hay algunos aspectos que no hemos abordado con tanta frecuencia. Uno al que quisiera referirme es el que tiene que ver con las dimensiones éticas de este conflicto.
Una breve reseña de las tensiones que sacuden al MAS deja ver esta dimensión moral inherente a las acciones políticas, el rol de los dirigentes y la naturaleza de las fuerzas masistas que luchan por el poder.
La sucesión de los hechos muestra que, al principio, se trataba de posiciones divergentes propias de las que se generan al interior de todas las fuerzas políticas. Se pasó a un nivel un poco más elevado en el que el conflicto se expresaba en alusiones y referencias personales mucho más serias. Luego, esas tensiones empezaron a contaminar las instituciones; despidos y purgas en las reparticiones gubernamentales, perfiles bien definidos entre unos y otros, denuncias de corrupción y hechos dolosos entre estas fracciones, terribles acusaciones, y, en algunos casos, se revelaban comportamientos propios de las mejores mafias nonagésimas de la vieja Italia. Juicios y contra juicios, congresos y contra congresos, copamiento de organizaciones sociales, clonación y duplicación de algunas de ellas y, finalmente, un acto épicamente desproporcionado: el simulacro de un golpe (más propiamente un autogolpe) con la ingenua esperanza de instalar un escenario político favorable al régimen de Arce Catacora, y peligrosamente amenazante para la fracción evista.
Seguramente, en el fragor de este “conflicto interno”, los protagonistas (todos masistas) no perciben el daño que le hacen a la política, a la sociedad y, sobre todo, a la forma en que las nuevas generaciones (que además no conocen nada más que el MAS) prefiguran la política.
Se debe hacer notar a los jóvenes que hacer política es el más noble servicio a la patria frente a los hechos concretos que acabamos de mencionar casi como un chiste de mal gusto. No es que estas generaciones se hubieran educado en una burbuja de inconmensurable honestidad, pulcritud y decencia al punto de que las luchas dentro del MAS les resulten extrañas y repugnantes, sino que esas disputas internas han excedido lo propiamente político y se han transformado en acciones de orden moral, más bien inmoral, que afecta la perspectiva que las nuevas generaciones tienen sobre la política. Para cualquier joven que se detenga a observar la situación actual, la política se ha transformado en un mingitorio, muy lejos de ser el más noble servicio a la nación y la comunidad.
Como las nuevas generaciones crecieron bajo la sombra del masismo, les es difícil diferenciar lo que es un comportamiento político correcto y adecuado (que por fuerza supone disenso, contradicción, oposición democrática, etc.) de un conflicto entre corruptos que termina en una “champaguerra” —autogolpe incluido— que nada tiene que ver con los intereses de la nación, sino con los intereses del MAS en sus dos versiones, intereses que al final del día son una bola de corrupción, mentira y cinismo.
No solo es el enorme daño económico, social, cultural y político, el MAS le suma al arsenal de devastaciones que produjo en casi 20 años de Gobierno, la devastación moral de la política.
No es mera lírica, es algo muy grave porque las generaciones venideras no tendrán referentes que encarnen la ética y la moral de un servidor público, de un líder o de un representante nacional. Creerán que la política es la bola de excremento que arrastra al MAS a un abismo de sombras. Esos jóvenes políticos no podrán notar la diferencia entre un político honesto, moral y correcto y un delincuente aprovechándose del poder. Ese será el mayor legado del socialismo del siglo XXI y de sus abyectos servidores.
Columnas de RENZO ABRUZZESE