De lo ofensivo a lo glorificado: el contraste entre “cunumis” y “croaceños”
Recientemente, en el artículo titulado “Entre cunimis y llokallas” (El Deber), el autor Kempff Mercado intenta polarizar desde una narrativa caricaturesca sobre lo que cierto periodismo (descontextualizante por cierto) le hizo decir al analista Erick Fajardo en torno a que Santa Cruz fuese “cunumi, mestiza y de provincia”. Sin ahondar en las verdaderas dinámicas socioculturales y políticas subyacentes.
Para la ocasión quedémonos sólo con la palabra “cunumi”, cuyo origen lingüístico suele ser atribuido al guaraní, donde originalmente significaba “niño” o “joven”. Si bien con el tiempo, en el contexto local, el término adquirió una connotación más despectiva, al parecer, algunos todavía lo perciben únicamente como un insulto sin conocer su raíz cultural e histórica, lo que lleva a una sobresensibilidad respecto de su uso. Reaccionar sin comprender su real significado también puede reforzar estereotipos y barreras dentro de la misma sociedad cruceña, obstaculizando un diálogo más profundo sobre la identidad y las raíces culturales compartidas. En todo caso, la polémica que provocó recientemente más bien invita a que, como término, sea rescatado en su acepción original.
Por otro lado, diametralmente opuesto, se tiene a la exaltación del mestizaje europeo como “estatus”. El uso de vocablos como “croatas” o “croaceños” (contracción coloquial no oficial que deriva de croata-cruceños en referencia a determinado flujo migratorio) es celebrado como exaltación del origen europeo hasta con connotaciones pictocráticas. La contradicción de algunos radica en que, al mismo tiempo que se rechaza el término cunumi como algo ofensivo, se celebra el uso de croaceño, evidenciando un doble discurso que refleja las tensiones irresueltas sobre lo identitario.
En el constructo social boliviano en general elogiar la ascendencia europea es más cómodo y recurrente que reafirmar otro tipo de mestizaje, porque aclaremos que tampoco existe propiamente lo “originario” considerando evidencia científica migratoria.
En un artículo mío que titulé el “Estado mestizo de Bolivia” (Página Siete, 2022) afirmé: “El mestizaje es una identidad sociocultural y una realidad biológico racial de la especie humana. En efecto, la evidencia científica indica que hace 20 mil años, aproximadamente, ‘grupos humanos provenientes de Asia cruzaron el Estrecho de Bering y poblaron América’. Es decir que muchos años antes que los españoles (en 1492) se produjo el mestizaje en tierras americanas con migrantes. Este contundente dato, sin tener que referirnos sobre ‘genotipos’ en este artículo, derrumba el mito de lo ‘originario’.”
Para el Diccionario de la Real Academia Española que los castellanohablantes usamos, el adjetivo “mestizo” en una de sus definiciones (la más propia como para un ejercicio censal p.ej.) reza: “Dicho de la cultura, de los hechos espirituales, etc.: Provenientes de la mezcla de culturas distintas”
En ese contexto, decía, los -mayoritariamente- mestizos, en Bolivia, tienen derecho a reivindicar tal identidad, y hasta que se inscriba junto a la ciudadanía boliviana en su cédula de identidad, pasaporte u otros documentos de identificación con validez legal.
Sin embargo, retomando la discusión sobre la indignación que causa la resignificación cunumi y lo celebrado de croaceños, es necesario formular la cuestión sobre que la pujante Santa Cruz (que crece hacia las provincias con formato de “country clubs” albergando a más de 4 millones de bolivianos) no es “homogénea”. Y lejos de ser un motivo de discordia, esta diversidad, que hace a su exitoso modelo de desarrollo, debe considerarse como parte de su riqueza sociocultural, contribuyendo a definir su identidad y su papel dentro de Bolivia.
Columnas de FRANZ RAFAEL BARRIOS GONZALES