Dejemos de mentirnos y enfrentemos lo políticamente incorrecto
Decir lo que diré, lo reconozco, puede ser políticamente incorrecto. Compartiré una serie de ideas para el debate electoral, como condición para enfrentar los problemas de fondo que padecemos y deberemos superar algún día.
No tenemos instrumentos de cohesión social democráticos, sólidos y asumidos, que faciliten la solución de los conflictos sin tener que llegar al extremo de un pliego petitorio con plazo perentorio y acciones radicales llevadas hasta las últimas consecuencias (bloqueos, "ahora sí, guerra civil"). Comprobamos que la base para resolver el conflicto no es el ciudadano (por lo tanto, no se resolverá en una elección), poniéndose así en funcionamiento una condición del Estado fascista que se asienta en el gremio, el movimiento, la nación indígena, la comparsa, el comité, la federación, el sindicato, los gremiales, la iglesia, las fuerzas armadas, los empresarios...
La lista que puede derivar en confrontaciones es abundante y tiene soluciones complicadas al partir de posiciones corporativas irreductibles, excluyentes y confrontacionales. Sin orden de precedencia, tenemos confrontaciones raciales: indios vs. k´aras. Territoriales: oriente vs. occidente, norte vs. sur. Regionales: cambas vs. collas. Ideológicas: zurdos vs. “fachos”. Económicas: ricos vs. pobres. De gestión: centralistas vs. autonomistas. De inversión: regulación estatal vs. mano invisible. Ambientales: conservacionistas vs. extractivistas. Electorales: proceso de cambio vs. neo liberales.
Las sociedades modernas han llegado a administrar los conflictos y superarlos cuando aceptaron que eran superiores a su vida cotidiana, y debieron construir acuerdos de los que dependía su continuidad o existencia: pandemias, catástrofes naturales, guerras... Los estados contemporáneos lo hacen a través de pactos constitucionales, convertidos en normas, procedimientos, aplicación institucionalizada, Estado de derecho, frenos y contrapesos, procesos electorales transparentes, administración independiente de justicia.
Estamos viendo que el proceso electoral, o desconoce estas realidades o niega su importancia o las utiliza precisamente como instrumento de confrontación. La organización corporativa trasladada a la política y que no valora al ciudadano plantea una imposibilidad casi total para la irrupción de líderes fuera del establishment. No hay espacio para los outsiders, aunque las encuestas digan que el 65% quiere líderes nuevos.
El reconocimiento meritocrático se resuelve primero en el gremio, el sindicato, la junta vecinal, las roscas, las asociaciones, las comparsas, las cofradías, las logias, los comités. Cada una de esas estructuras son rigurosamente exigentes con las condiciones demandadas para que el "nuevo" garantice una continuidad o un cambio sin sobresaltos. Quien aparezca con ideas propias y fuera del sistema, es rigurosamente descabezado.
En los partidos políticos también se manifiesta esa conducta corporativa marcada por la debilidad del sistema político y la ausencia de escuelas ciudadanas que formen cuadros más allá de la prebenda y la obediencia obsecuente.
Cada partido tiene una suerte de oligarquía interna que impide que los nuevos líderes irrumpan normalmente, y quienes lo aspiran, deben plantear rupturas y una nueva organización, que, a su vez, repetirá el comportamiento con una nueva sigla. En la Bolivia democrática, el único partido político de cuadros y masas que sobrevivió a sus fundadores, "dueños" o propietarios, ha sido el MNR. Los demás quedaron para la negociación y el reparto.
No existe un tránsito espontáneo de la sociedad civil corporativa a la sociedad política corporativa, pues no hay traslado de afectos o militancia. El caso más evidente es del indiscutible líder de los trabajadores bolivianos, don Juan Lechín, él podía tumbar Gobiernos, pero no ganaba elecciones. Es como si la sociedad dijera, cada uno en lo suyo.
Esta conducta está estudiada por la sociología política y resulta fácil encontrarla en Robert Michels (La Ley de hierro de la oligarquía), Gaetano Mosca (La clase política), Vilfredo Pareto (El ascenso y la caída de las élites), y el clásico, Max Weber (¿Qué es la burocracia?). La realidad está ratificando la validez de estos análisis, y el intento de Negri, Hardt y sus seguidores, que propusieron a las muchedumbres y movimientos como ejes, no ha logrado superar la teoría y ha merecido criticas por “mostrar poca originalidad al cambiar el término de masa o proletariado por el de multitud”.
El MAS es la mejor evidencia de los que mencionamos: teniendo la disponibilidad económica, social, burocrática y de poder más extraordinaria de la historia, debe rendir hoy cuentas por el "secreto a voces" de corrupción, demandas de pedofilia y narcotráfico, con acusaciones entre ellos mismos.
¿Qué lecciones nos da esta circunstancia? Volver a la realidad, las fuentes del conocimiento, el fortalecimiento de la política y los partidos. Volver a la formación de cuadros, como lo hacía tan bien el viejo Lechín, que, en eso, era un maestro. Lo otro será una desgastante negociación de encuestas, dinero, egos, mesianismo, primarias imposibles y siglas que hoy se entretienen buscando un salvador. La respuesta está en volver a la ciudadanía.
Gracias Roberto Barbery Anaya, Carlos Toranzo Roca, Horts Grebe, Gustavo Fernández, Fernando Calderón Gutiérrez, y a los siempre presentes Susana Seleme, José Mirtenbaum, José Ortiz Mercado, Filemón Escobar, Luis Lairana. Los escuché a todos con un café y no son responsables de estas barbaridades.
El autor es director de Innovación del Cepad
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA