Ser papá, abuelo y bisabuelo: un regalo de la vida
Solo quienes han tenido la dicha de ser abuelos —y más aún, bisabuelos— podrán entender lo que significa esta bendición. Ser padre es maravilloso, pero ver crecer a los nietos y, más aún, a los bisnietos, es un regalo que solo Dios puede conceder. Es una alegría inmensa, una recompensa de la vida. Si usted aún no ha experimentado esto, tal vez piense que exagero, pero créame: el día que tenga un nieto en brazos, lo entenderá. Y si la vida le da la dicha de conocer a sus bisnietos, descubrirá una felicidad que no se compara con nada.
Cuando nacen, uno se da cuenta de algo muy curioso: a los nietos y bisnietos les damos lo que tal vez no les dimos a nuestros hijos. Más paciencia, más tiempo, más disposición para dejarnos llevar por su mundo. Hacemos lo que ellos nos piden con gusto, con ilusión, como si nos honraran con cada pequeño pedido. Nos piden que les contemos un cuento antes de dormir… y cuando nos damos cuenta, somos nosotros los que nos hemos quedado dormidos antes que ellos.
He tenido la dicha de ver crecer a mis nietos: Andreita, Andresito, Alejandreita, Pattita y Stefanny. Cada uno de ellos me ha dado motivos para seguir adelante, para sentirme útil, para estar orgulloso. Los vi dar sus primeros pasos, aprender a leer, convertirse en grandes profesionales. Y aunque la vida los llevó a distintos rumbos, siempre los llevo en mi corazón. Recuerdo sus despedidas, sonriendo para ellos, pero con el alma encogida porque no sabía cuándo los volvería a ver.
Pero cuando creí que la vida ya me había dado suficiente, llegó un regalo aún más grande: mis bisnietos. Juli y Andresito, Olimpia y Maxwell, cada uno con su luz, su alegría y su ternura. Pensé que me encontrarían cansado, pero fue todo lo contrario. Me devolvieron la juventud, las ganas de jugar, de reír, de volver a ser niño con ellos. ¡Cuántas veces me he sorprendido rodeado de juguetes, disfrutando como si tuviera 25 años otra vez!
No hay palabras para describir la emoción de escucharlos decir por primera vez “abuelito”. O de ver sus primeros dibujos, escritos con sus manitas pequeñas, y sentir que no hay obra de arte más bella en el mundo. Es un orgullo que hincha el pecho, como si me hubieran dado el premio Nobel. Y cuando suena el teléfono y escucho su voz llamándome, siento que no hay melodía más hermosa.
Dejarlos en su primer día de clases fue un momento difícil. Con mis nietos fue duro, pero con mis bisnietos fue aún más. Esas horas sin verlos parecían una eternidad. Y sin embargo, la recompensa llegaba al final del día, cuando corrían a mis brazos con una sonrisa inmensa, contándome lo que aprendieron, con su maestra elogiándolos.
Esos momentos son los que dan sentido a la vida.
Dios me ha dado muchas bendiciones, pero ninguna se compara con haber conocido a mis nietos y bisnietos. Gracias, Señor, por este regalo incomparable.
Columnas de Constantino Klaric