Cuando el coronavirus desnuda las carencias
Transcurre un nuevo día de cuarentena por el Covid-19 y así como cuando dos caminos se bifurcan y se pierden en la distancia, las diferencias entre quienes poseen mayores recursos o viven en zonas donde los servicios básicos están a la mano respecto de las que no, se hacen más evidentes.
Tal el caso de la zona sur, la más poblada de Cochabamba, donde comienza a sentirse los efectos de la ausencia de servicios básicos como gas, internet o alimentos, no sólo por las restricciones lógicas de la cuarentena, sino además por la suerte de las distancias.
Un vecino de la populosa zona Minero San Juan, Andrés Machaca Villarroel, refleja esta realidad con este relato:
«Acá, en el kilómetro 10 de la avenida Petrolera, el mercado más cercano está a cinco kilómetros (en Villa Pagador). Aun así, pese a la distancia, muchos se levantan temprano y van hasta allá. El camión del gas no viene hace días y la situación se está tornando desesperante. También se han terminado las tarjetas telefónicas en las tiendas, pues dicen que los proveedores no están viniendo. Pese a que yo tuve la suerte de poder abastecerme relativamente bien nomás, no pensé en cargarme crédito y allí es donde comenzará a afectarme (pronto me quedaré sin Internet), pero comparado con las carencias de los demás no es nada».
Diferencia y distancias
«Hablando en la tienda, comentan que ojalá tuviéramos la suerte de aquellos de otras zonas que tienen mercados cerca, así no habría que cargar con las cosas haciendo diez kilómetros de recorrido (cinco de ida y cinco de regreso), donde tienen gas por tubería, donde tienen agua, aunque racionada, pero agua al final de cuentas. Aquí tenemos la ‘suerte’ que el camión aguatero está vendiendo de manera normal, pero escuchar esas bocinas tan fuertes desde las 4 de la mañana (pese a que leí que tienen permiso desde las 6) la verdad no es muy agradable», prosigue Andrés.
«Así se pinta la cuarentena por acá, comiendo poco, pues no sabemos cuándo pasará todo esto. Lo que sí es que ayer (martes) me topé con el vecino del frente. Salía con una barreta, tempranito. Dice que consiguió un trabajo allá por el km 8: tiene que cavar un hoyo de 4 metros de profundidad».
—Pero, ¿y la cuarentena? —Le pregunté.
—Bueno, yo tengo que seguir trabajando porque si no, en unos días más no va a haber qué comer.
—Pero es un virus muy contagioso.
—Sí pues —dijo mientras retomaba el paso —Que se cuiden los que pueden, yo me voy a morir trabajando.
«Lo dijo con más resignación que firmeza, luego dobló la esquina agarrado de su barreta como quien marcha hacia lo desconocido o hacia a la guerra».