Crítica: “El río”, varias ideas sin desarrollar
La película boliviana “El río” se presenta como una reflexión sobre la violencia contra la mujer y el machismo en el oriente del país. Pero difícilmente es tal cosa. Para serlo tendría que desarrollar la perspectiva de la víctima de la violencia, Julieta (Valentina Villalpando), esposa de Rafael (Fernando Arze), un joven patriarca asentado en el Beni. En cambio, adopta el enfoque de Sebastián (Santiago Rozo), el hijo de Rafael y a la vez pretendiente y “compañero de juegos” —literal y metafóricamente hablando— de Julieta, cuya elegante figura en traje de baño se broncea cada mañana ante sus ojos. Todo esto corresponde mejor con una narración de tipo costumbrista sobre deseos adolescentes, incesto y malas relaciones paternales.
Pero no sólo se trata del enfoque. En general, las señales de tipo “social” que el espectador encuentra en la película son vagas y no muy convincentes. Rafael, quien debe fungir de villano, en realidad no lo es, o al menos no tanto como para merecer el final que se le reserva. Julieta es rebelde, pero más como marca de nacimiento (en la imaginación del guionista) que por algo en particular que ocurra ante nuestros ojos. Las escenas sexuales no son intercambios, sino actos de satisfacción machista, pero que resultan contradictorios con el tipo de relaciones que las parejas que los protagonizan (Julieta-Rafael e Inés-Sebastián) llevan entre ellas, lo que nos deja en ayunas respecto a las motivaciones del mal sexo.
Esta disonancia entre lo que el equipo de producción de la película piensa que hizo y lo que realmente logró hacer constituye la clave de una crítica a “El río”, signada por la indecisión, por la poca nitidez del trazo. Su director y escritor, Juan Pablo Richter, no ha logrado imprimirle un rumbo definido a la película: coquetea con varias ideas, la educación sentimental, el feminismo, la ficción folklórica, en fin, pero deja todas simplemente apuntadas, sin desarrollar. Richter tiene buen gusto: su película está bellamente fotografiada y evita sistemáticamente los excesos melodramáticos, pero en cambio carece de elocuencia, de contundencia expositiva. Y no lo digo solamente por el minimalismo de los diálogos, puesto que a veces —raras veces, sin embargo— éste puede potenciar un discurso. Tampoco por el recurso exagerado a los “silencios significativos”. Ni por la lentitud narrativa. Lo digo porque todo este silencio, toda esta contención, toda esta lentitud no están ahí “en función de”, es decir, no sirven a un planteamiento dramático que el espectador pueda reconocer, y por tanto no son elementos de una forma personal de narrar una historia, sino homenajes al cine consumido por el director.
Un crítico joven ha dicho que si la película “El río” falla es porque Richter lo puede todo, pero los actores que eligió no estuvieron a la altura del talento del director. Esta opinión no sólo es excéntrica (al final el responsable de las actuaciones también es el director), sino injusta: el filme está bien actuado por una prometedora nueva generación de artistas (Rozo, Villalpando y Julia Hernández). Arce actúa con solvencia. Hay defectos en la impostación por parte de algunos personajes del acento boliviano oriental, pero no me parecen graves hoy que todos tenemos que ver cine doblado con acentos “neutros”. En todo caso, no es responsabilidad de los actores, como señala equivocadamente el citado crítico, el “construir” los personajes, sólo el interpretarlos. Los personajes se construyen por medio del guion, por medio de acciones y diálogos, es decir, lo interno se esculpe por medio de lo externo, como ocurre también en la vida, en la que no podemos conocer la personalidad de nadie más que juzgando por lo que hace y dice. Un actor puede mejorar, atenuar o intensificar, pero no sobrepasar lo establecido en el libreto. Si Rafael es y al mismo tiempo no es un villano —y no porque sea un personaje complejo, sino porque no está bien definido—, esto sin duda no es culpa de Arce. Y así sucesivamente.
Puntos a favor de esta película son la excelente fotografía de Nicolás Pinzón, la banda sonora de Juan José Luzuriaga y el deseo de retratar otros lugares del país, además de los consabidos.
La película
La película “El río”, del director boliviano Juan Pablo Richter, se estrenó en el Festival de Cine de Miami, en marzo de este año y desde hace una semana está en los cines de todo el país, con el propósito de mostrar “los entornos violentos alrededor de las mujeres en Bolivia” apoyada en un adolescente que deja la ciudad y encuentra un ambiente de violencia y abandono.
“Me gustaba mucho la idea de exponer a este joven a un contexto nuevo, que no conoce, que a primera vista es paradisíaco desde lo geográfico o natural, pero que encierra muchísima violencia”, explicó a Richter en una entrevista a la agencia Efe.
Se trata de Sebastián (Santiago Rozo), un joven de La Paz que se va a vivir con su padre (Fernando Arze) al Beni (región del noreste de Bolivia) y donde su carácter introvertido y “millennial” se verá perturbado por la violencia ejercida sobre las mujeres.
“Tenía la necesidad de hablar sobre el injusto poder que hemos heredado los hombres a lo largo de la historia y cómo éste sigue creando entornos violentos con las mujeres”, sostuvo el realizador.
La primera película dirigida en solitario por el cineasta boliviano opta a los 10.000 dólares de la categoría HBO para películas Iberoamericanas del Festival de Cine de Miami, donde esta noche estrena su cinta, de producción conjunta con Ecuador.
La violencia de la naturaleza, simbolizada en el río Mamoré, “se lleva todo lo que hay a su alrededor”.
“A algunos decide acomodarlos en un mejor lugar y a otros decide tragarlos y hundirlos”, asegura acerca de la relación entre la violencia de la naturaleza y la del ser humano.
Unos comportamientos que vivió el propio director, al haber nacido en esta zona del noreste de Bolivia, aunque vivió posteriormente en La Paz y regresaba a esta zona preamazónica “como un extranjero”.
Oriente
A juicio del director, la cinematografía boliviana se ha volcado casi en su totalidad al occidente del país, por lo que trató de visibilizar historias y paisajes de “esta otra Bolivia menos vista”.
“Estrenar en un lugar dedicado al cine latinoamericano es muy importante, es una gran fortaleza para la película”, aseguró respecto a la participación de su largometraje en la trigésimo quinta edición del Festival de Cine de Miami.
Se trata del estreno “más importante” de la trayectoria de . Tras su premiere hoy en Miami.