“Entre santos...” La maldición del folclore
Jessica Sanjinés
Crítica
Sin pena ni gloria pasó por la cartelera nacional el ¿docudrama? Entre santos, cholas y morenos, nuevo largo del realizador Okie Cárdenas. Sin pena ni gloria porque, pese a ser una producción boliviana, poco o nada se dijo tras su estreno, a más de las entrevistas o notas informativas de rigor. Puede que no ayudara que del cine de Cárdenas se recuerde apenas su primer filme, Vidas lejanas, del ya lejano 2011, un desafortunado debut sobre los rostros de la migración que registró las no menos desafortunadas actuaciones de uno de los Kjarkas y de uno de los payasos de la telebasura local. Ni siquiera el filón folclórico del filme parece haberle dado un impulso en las salas comerciales de las que se marchó casi con el mismo anonimato con que ingresó en ellas.
A la vista de su primer largo, lo folclórico se erige como algo más que una casualidad en el cine de Cárdenas. Si en Vidas lejanas lo encarnaban sus actores y un costumbrismo nada disimulado, en Entre santos, cholas y morenos lo atraviesa todo. Al menos de lo que cuenta, de sus tres bloques narrativos: un hombre que se rompe el lomo para viajar a fiestas folclóricas; un mosaico de testimonios que “explican” la significancia de animar y bailar en entradas, y el relato de un anciano que pasa sus últimos días pintando y añorando figuras típicas de la fiesta. Los dos primeros son documentales, el último de ficción y lo que les une es un interés particular por la morenada y el Gran Poder, sus rituales, personajes, ornamentos y colores.
No mucho más hay por comprender en el filme, que se extravía en sus propias ambiciones. La mixtura de géneros y de registro no engrana nunca. La excusa del Gran Poder no da para más. Su desarrollo lleva a la sospecha de que en el germen del proyecto hay una fascinación cuasi turística por la fiesta folclórica y sus exóticos excesos: de gente, de fraternidades, de dinero, de trajes, de comida y bebida, de excentricidades…. Como para disimular un trabajo adicional al registro de las fiestas, el director introduce entrevistas a personas sin identidad que, intuimos, son pasantes, bailarines, músicos y estudiosos, pues solo en los créditos finales aparecen identificados. La otra narrativa documental solo hace ruido, casi tanto como la partitura que no ofrece un segundo de sosiego. Y la ficción, pues, no tiene ni pies ni cabeza . El montaje no es capaz de construir un sentido claro para el conjunto. Lo que queda es el sabor a una oportunidad perdida (pues hay indicios de cosas potentes, como los videoclips de los pasantes) y a un largo forzado por tres cortos que no por estar temáticamente unidos, constituyen una obra.
No quisiera creer que todo lo que toca el folclore acaba reducido a lugar común, pero en la película se repite tantas veces la palabra fastuoso, que da hasta para pensarlo.