La nación clandestina Sanjinés y su obra de indiscutible actualidad
Jessica Sanjinés
Ciudadana plurinacional
Por estas fechas se celebra el 30 aniversario a “La nación clandestina”, la película que los izquierdosos o pastizquierdosos creen la obra cúspide de Jorge Sanjinés y hasta de la historia cinematográfica de Bolivia. No me consta, pues no he visto ni pienso ver todas las películas que se hacen llamar bolivianas. Pero, eso sí, si la competencia es con trabajos tan penosos como los que vengo comentando en estas páginas, podría estar creyéndoles a quienes han entronizado el séptimo largometraje del cineasta paceño.
No me interesa abonar más a este debate. Prefiero especular sobre la actualidad o no de “La nación clandestina”, a tres décadas de su estreno en el Festival de San Sebastián, que acabó ganando. Los “groupies” de Sanjinés, que se llaman entre sí críticos, suelen reivindicar la mirada visionaria del realizador que supo vislumbrar en su filme de 1989 el empoderamiento político del indígena siempre que retorne a sus raíces culturales. Quieren ver en el Sebastián Mamani, que protagoniza ese filme, una especie de Evo Morales depurado, que, en lugar de la vestimenta del Jacha Tata Danzanti, carga su traje de “trompetero” para gobernar —no bailar— hasta morir.
A intercambiar “lecturas” de esa calaña se dedicará, de seguro, el enjambre de “groupies” locales y foráneos que se reunirá la siguiente semana en La Paz, en el taller “Grupo Ukamau: plano secuencia integral”. Allá ellos.
Si hay algo de “La nación clandestina” que hoy no se agota es su afilada disección del racismo en este país. Miro desde mi ventana (o mi iPhone) cómo en estos días se humillan y golpean y matan entre indios e indios renegados, y me asalta la escena en la que a Sebastián Mamani la ciudad le niega su condición de ciudadano boliviano por ser indígena; o la que lo enfrenta verbalmente a un universitario que escapa de la dictadura, al que se niega a darle su vestimenta; o la que encuentra a ese mismo universitario con una pareja de aymaras con los que no puede comunicarse por la barrera idiomática para morir poco después abatido por los militares.
La de 1989 es una obra de incontestable actualidad, no tanto porque haya entrevisto el camino a la hegemonía de esa “nación clandestina” india, sino porque nos revela la persistencia del desencuentro estructural entre bolivianos que, incapaces de comunicarnos, tendemos históricamente a negarnos hasta matarnos.