El desafío de la Fcbcb: imaginar un país sustentado en la cultura
Guillermo Mariaca Iturri fue posesionado como el nuevo presidente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (Fcbcb).
Es profesor emérito de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA) y además fue presidente de la comisión de cultura del Parlamento Latinoamericano.
Realizó su licenciatura en literatura en la UMSA, y su especialización, maestría y doctorado en la Universidad de Pittsburgh con la beca Fulbright LASPAU en literatura, educación y estudios culturales.
Ha publicado varios libros relacionados a literatura, interculturalidad, política cultural y las condiciones colonial y patriarcal en el país.
En una entrevista, Mariaca contó a Los Tiempos las perspectivas de su recién iniciada gestión en la mayor institución cultural del Estado.
¿Podría contarnos acerca de su experiencia en el área cultural en Bolivia?, ¿qué deficiencias son las constantes y cómo piensa abordarlas?
En 1988 coordiné un libro que se tituló “Testimonios de un desencuentro: políticas culturales en Bolivia”; diez años más tarde participé en una experiencia ciudadana que dio lugar al posterior desarrollo de las políticas culturales municipales en La Paz. Hoy, 20 años después, estoy en la Fundación. Y, sin embargo, la intuición de ese primer título, creo que se mantiene. Hubo y hay un desencuentro de fondo entre el resto de políticas públicas (notablemente, las educativas) y la política cultural. Esta última nunca pudo imaginarse ni realizarse como una política de Estado.
¿Cómo describe la situación en la que se encuentra actualmente la Fundación?
La Fundación Cultural (FC) debe encarar uno de los dos desafíos más importantes de su tan breve vida institucional.
El primero fue nacer. Nacer hace 25 años en un país para el que las artes y la cultura eran una vivencia intensa, pero, paradójicamente, una ausencia estatal. Entre el primer y el segundo momento hubo varios avances y algunos retrocesos, pero en ningún caso un salto cualitativo.
Por consiguiente, el segundo será alcanzar su mayoría de edad diseñando y gestionando la celebración del bicentenario. Porque en ese momento deberemos demostrar que el aporte de Bolivia al mundo consiste, precisamente, en su producción cultural.
¿La Fundación funciona independientemente al Gobierno de turno?
La gestión del MAS en la FC fue, en lo sustantivo y a pesar de variados intentos de soberanía, una gestión al servicio de un partido. Este no es un juicio sobre la calidad de su gestión, es un juicio sobre la intención de degradar la cultura y las artes al comisariato.
Para la actual gestión, tanto por la plural composición del consejo como por su marcado énfasis académico, la autonomía partidaria se da por descontada. Pero, al mismo tiempo, su compromiso político con la democracia en todos sus sentidos y sobre todo en su componente cultural está fuera de duda.
Vamos a preservar y profundizar la democracia cultural porque sólo así puede entenderse que la centralidad de las artes constituye el eje de nuestra identidad nacional y su radical diversidad.
Por la situación actual, ¿qué medidas se determinaron para continuar con las actividades culturales de la Fundación?
Durante la presidencia interina el consejo intervino con la primera acción de emergencia con la convocatoria “Ideas creativas. La pandemia y la experiencia de la cuarentena”.
Pedir propuestas a los artistas es como pedir peras al peral, cuando lo que deberíamos pedir es peras al olmo. Por eso, digo que es obvio y que no los hemos desafiado. Aunque, hay que decirlo, unos pesos en épocas de carestía son siempre bienvenidos porque los artistas también comen. No me arrepiento de la convocatoria pero, al mismo tiempo, ha sido una radiografía de nuestra, todavía, gestión reactiva.
Pero una siguiente convocatoria que se publicará pronto, también ligada a este momento excepcional, mostrará que la FC puede hacer algo más que sólo reaccionar.
¿Cuáles son los proyectos que se plantean a corto y largo plazo para fortalecer el sector cultural?
Nuestras artes mayores (los tejidos, la música barroca del oriente, las danzas cholas del carnaval y el Gran Poder) son obra de artistas colectivos. Por eso, no se quejan, crean. Nuestras artes menores, en cambio, son en general obra de artistas individuales. En pocos casos, obra importante. En la mayoría de los casos, obra de los afectos.
Todos somos responsables y debemos intentar convertir la mayoría de los casos en artes mayores. Esta será, también, tarea de la Fundación. A través de los centros culturales, por supuesto y, sobre todo, por medio de una política cultural que enfatice los valores creativos, las herramientas provistas por la FC y canales variados de financiamiento.
Los museos, por ejemplo, tienen que ser radicalmente reinventados. La modesta digitalización de varios museos europeos no es, en absoluto, algo de lo que se haya que aprender, aún si nosotros estamos a años luz de esa experiencia. Debemos ir mucho, muchísimo más allá. Porque la digitalización es un medio -no sólo una herramienta- para reconstruir colectivamente el imaginario nacional.
¿En qué situación se encuentra la Biblioteca del Bicentenario?, ¿depende de su sector?
La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) y el Programa de Intervenciones Urbanas siguen bajo la lógica del gobierno anterior. Creo que ambas son actividades que debería asumir la FC. Habrá que dialogar sobre esta posibilidad.
¿Cuáles son sus retos?
Una vez conformado el equipo de gestión de la FC habrá que encarar el desafío del diseño: imaginar un bicentenario que tenga como eje nuestra extraordinaria diversidad cultural. Por supuesto que esta tarea requerirá la consulta previa con el país; la Fundación se reunirá con artistas, gestores, intelectuales y todos juntos y revueltos imaginaremos un país sustentado en la cultura. Y con ese resultado materializaremos un plan del bicentenario. Éste, sin duda, es el desafío mayor.
Menciono, para terminar, un asunto adicional. Mucho se ha subestimado el trabajo de la ‘economía cultural’ con la falacia de que las artes y la cultura no deben rebajarse al mercado.
Sin embargo, se ha demostrado abundantemente el aporte cultural incluso monetario a una de las herramientas más economicistas de medición de la producción que es el Producto Interno Bruto.
Uno de los programas del plan del bicentenario será, ciertamente, el trabajo en la cuantificación de la cultura. Pero, más allá, la cuantificación será un componente del programa de valorización de la cultura.
Es posible medir el valor de las artes y la cultura, pero, sobre todo, es necesario narrar lo más objetivamente posible los modos a través de los cuales hemos construido -ladrillo a ladrillo- nuestra identidad.
En esa combinación radica el valor de la cultura: imaginación y moneda.