27 de mayo de 1812 en Cochabamba, Goyeneche deja angustia y terror
Vencida la última resistencia, las tropas de Juan Manuel de Goyeneche se lanzaron el 27 de mayo de 1812 sobre la angustiada población. “Se dirigían los tiros contra las puertas de casas, tiendas y ventanas, que todas estaban cerradas”. Algunos pocos sacerdotes predicaba moderación, pero en verdad reinaba la confusión y el desorden, cometiéndose asesinatos en gentes indefensas, encontradas en sus casas. Las mujeres fueron vejadas y ultrajada y muchas murieron. Cuántas, nunca lo sabremos con exactitud. Tampoco quiénes fueron ellas, sus rostros, filiaciones étnicas o sus nombres.
La guerra en curso era un escenario varonil. Correspondía a los hombres de alcurnia y no a las mujeres defender su familia, su dios y su patria, o lugar de nacimiento. Las mujeres, en la intimidad del hogar y las tertulias, podían quizá opinar y ser llamadas a colaborar para pertrechar a las tropas o para el cuidado de los heridos o la confección de uniformes; pero en todo caso eran consideradas ajenas a la guerra misma, aunque podían plegarse en conciliábulos y observaciones secretas. No obstante algunas pertenecientes a las filas mestizas e indígenas fungían como acompañantes a manera de soldaderas y vivanderas (“rabonas”), sin quienes la tropa no podía sobrevivir.
En la señorial Cochabamba, las mujeres estaban doblemente excluidas, tanto del servicio de las armas (la milicia) como de la deliberación pública. Pero como suele ocurrir en todo período convulso y revolucionario, las relaciones entre los sexos se trastrocaron pues el poder de los varones se debilitó. Desaparecida el 25 de mayo la autoridad del Cabildo y la Junta Gobernativa de los criollos de alcurnia por su intento de transar con Goyeneche, el poder quedó en la calle. Lo tomó, para defenderse, la abigarrada e irreverente masa de artesanos cholos y mujeres mestizas y de no pocas indígenas.
La mujer reclamó y ganó entonces presencia y participación en las decisiones. Ocuparon el espacio público y el de las deliberaciones, anteriormente negados en una sociedad patriarcal de rígidos controles familiares. En un momento altamente crítico ellas se (re)presentaron la ciudad como su propia casa y la “patria” como un espacio íntimo, representado en sus cuerpos, el que no debía ser vulnerado. Las mujeres verificaron con preocupación que quedaban pocos soldados varones para defender ese espacio de su cotidianidad e intimidad. Al fugar la mayoría de ellos, el poder masculino en la guerra quedó mermado, abriéndose una brecha de género. Fue entonces cuando el 25 de mayo afirmaron: “si no hay hombres nosotras defenderemos” y que había que “morir matando” y dos días más tarde se atrincheraron en la Coronilla.
Las mujeres se constituyeron así en actor político-militar para defender su vida. Colocadas en una situación límite, superaron sus tradicionales roles y rompieron las fronteras de género y tomaron las armas para desafiar a la muerte. Es en este punto que habla de una demanda por participación y reconocimiento donde estriba el carácter revolucionario de su presencia en el mes de mayo de 1812 y no, como pretende la historia oficial del 27 de mayo, en la presunta convocatoria independentista a una radical ruptura con el rey español Fernando VIII, que nadie o casi nadie enarbolaba en ese tiempo.