“A quemarropa - Vida y muerte del sacerdote jesuita Luís Espinal”
Stefan Gurtner
Educador, escritor y miembro de PEN Bolivia
El siguiente artículo tenía que ser leído por el autor en la presentación del texto teatral “A quemarropa - Vida y muerte del sacerdote jesuita Luis Espinal” (Editorial Kipus) en marzo del presente año rememorando el 40° aniversario del asesinato de Luis Espinal, pero a causa de la emergencia sanitaria recién pudo salir de la imprenta.
En marzo de 1980 —hace algo más de 40 años— yo estaba terminando apenas la secundaria en mi pueblo natal en Suiza. Prácticamente no sabía nada de Bolivia y del padre jesuita Luis Espinal, ni que había sido asesinado cruelmente en esos días. Pocos meses después vi en el noticiero que en Bolivia había estallado un nuevo golpe militar, recuerdo vagamente imágenes de tanques y de una cara cuadrada debajo una gorra de general. Unos años más tarde, en 1987, vine a Bolivia para realizar un año de voluntariado en un proyecto de los jesuitas. Por supuesto que me había preparado, ya sabía algo de lo sucedido durante las dictaduras militares entre 1964 y 1982. Cuando, por mera curiosidad, toqué el tema de Luis Espinal, me di cuenta que la Compañía de Jesús de entonces estaba profundamente dividida al respecto. Cuando un día, por descuido dejé sobre el escritorio un libro que había conseguido — “Luis Espinal, el grito de un pueblo”, publicado en Lima en 1981—, uno de los padres me espetó: “¡Quita eso, la gente va a creer que somos comunistas!”.
Bueno, también había jesuitas que profesaban la teología de la liberación —no comunistas, hay que decirlo claramente— como Antonio Sagristá o Xavier Albó y otros que habían sido amigos personales de Espinal. A Antonio lo vi a menudo en la casa de los jesuitas, esquina calle Genaro Sanjinés y avenida Sucre en La Paz, al lado del colegio San Calixto; a Xavier no mucho, porque pasaba la mayor parte de su tiempo en su parroquia en el Altiplano, pero quién no va a acordar con mucho cariño de su barba y de su imponente calvicie. A ninguno de los dos le gustaba que se los llame “padre”, sino que simplemente se diga su nombre de pila.
Los años pasaron, por circunstancias de la vida me quedé en Bolivia, trabajando con proyectos de educación a través del arte, especialmente del teatro. En 2009, mi esposa y yo también nos hicimos cargo de la Residencia Estudiantil Luis Espinal en Cochabamba, un proyecto originalmente fundado por el ya mencionado padre Antonio Sagristá. Tuvimos la idea de poner algunas frases de Luis Espinal en diferentes partes de la casa, para mantener vivo su recuerdo y concientizar a los jóvenes residentes respecto a los derechos por los cuales él luchó hasta dar su vida.
Comencé a revisar los textos que él había escrito y otros que tratan sobre él, los menciono a todos en la bibliografía al final del libro. Lo que encontré era tan profundo y dramático que decidí escribir una obra de teatro sobre la vida y muerte de este sacerdote jesuita. Empecé a contactar y entrevistar a los amigos sobrevivientes que compartieron y trabajaron con él en aquella epopeya. Igualmente los nombro al final del libro, pero es importante alistarlos aquí, uno por uno, y agradecerles su aporte decisivo a la creación de esta obra: Xavier Albó, Gloria Ardaya, Lupe Cajías, Oscar Eid, Amparo Carvajal, Alfonso Gumucio, Hans Möller y Alcira Zevallos de Möller. Todos ellos aparecen en este texto teatral como personajes tal como un collar de perlas preciosas, a lado de los inolvidables Domitila Chungara, Antonio Eguino, Julio Tumiri, Antonio Peredo, Huáscar Cajías, Néstor Paz y muchos otros más. En todo caso hay que mencionar que Luis Espinal estuvo en contacto con cientos de mujeres y hombres. Sería imposible tomarlos en cuenta a todos para incluirlos. Entre las personas que tuve que obviar por esta causa se encuentran, sólo por nombrar algunos ejemplos, Josep Barnadas, Pedro Negre, Godofredo Sandóval (colegas jesuitas de Luis en Villa Cariño, la comunidad donde vivía Espinal), Enrique Eduardo, Coco Manto, René Bascopé (colaboradores en los medios donde trabajaba Luis), Jimmy Zalles, Gregorio Iriarte, Eric de Wasseige, Marcelo Quiroga y Jaime Paz (amigos y visitantes de Villa Cariño). Para no confundir al lector o espectador, muchas otras personas aparecen sin nombre o con nombres ficticios.
Con el avance de las investigaciones recién me di cuenta de la magnitud de las cosas en que me había metido —como mayormente me pasa cuando me meto en algo, algunas malas lenguas lo llaman “metidas de pata” —, lo único que sabía desde el principio er, que no iba a ser un texto seco y simplemente repetitivo de anécdotas conocidas, sino dramatizado, una verdadera tragedia en el sentido clásico griego de que unos sucesos empujan a otros de forma imparable hasta llegar al desenlace fatal.
Es sabido que es difícil convertir una biografía en una obra de teatro. Una obra de teatro vive esencialmente de una estructura dramática, de símbolos, imágenes, anécdotas y diálogos. Como fuentes utilicé, como dije, entrevistas y muchos libros y artículos. Por el material acumulado y además complejo, resultó imposible crear una obra convencional para su fácil presentación, sino más bien un “teatro de lectura”, es decir, que puede ser simplemente leída y no necesariamente representada en las tablas —lo que obviamente no excluye que alguien quiera hacer una adaptación o ponerla en escena completa o parcialmente—. Para crear una cierta estructura dramática agrupé los sucesos en seis partes: Los primeros años en Bolivia, La toma del poder por el coronel Banzer, La lucha a través del cine, La huelga de hambre, El semanario “Aquí” y Los últimos días. Cada una comienza con una oración a quemarropa escrita por el propio Espinal, cantada y acompañada con una danza (la música todavía alguien tiene que componer).
En lo que a los diálogos se refiere, también he encontrado bastantes en la bibliografía revisada y muchos los pongo tal cual para guardar la autenticidad de las personas y de los sucesos descritos. En vista de que se trata de un guion y no de un texto científico, no pude poner las citas correspondientes. Obviamente no son suficientes, así que tuve que recrear, reconstruir y hasta inventar ciertos diálogos en base al material juntado. Esta técnica se llama microficción, es decir, se hace actuar y hablar a las personas como hubieran podido hacerlo en las circunstancias dadas. Seguro que no todas las frases dichas corresponden a las personas que realmente las han dicho o también puede ser que lo hayan dicho de otra forma. Por estos hechos quiero disculparme de antemano con las personas a la que no he podido pedir el permiso correspondiente y/o que podrían verse afectadas por estas “libertades artísticas”.