Reseña: Anjani, la Medea andina que sigue su paso
Juan Pablo Sutherland
Escritor
“Anjani” de César Antezana propone una ciudad íntima donde los cuadros internos conectan con una arquitectura del deseo, de la idea del amor, pero también del espacio. “Anjani” es una heterotopía, es decir, un contra espacio donde la subjetividad se cuela siempre detallando un vértice íntimo, donde el detalle es la obscenidad diría Braudillard. El mismo texto revela ese antojo de la burguesía que la voz poética quiere despreciar.
La voz poética es un fantasma, es un espectro que mantiene la cotidianeidad como tensión amorosa, pero que sobrepasa esa tensión. A ratos vuelve el espacio del encierro en “El cuarto de Giovanni” de James Baldwin, encierro de un fragmento amoroso ligado no solo a cierta cita posible del devenir sexual encerrado en mingitorios, el texto propone un viaje, es un recorrido por los cronotopos del amor, donde el tiempo siempre es un recorrido, se recorre el vacío, se recorre la cita del paisaje, la cita del autor, todo tejido como una especie de lamento de una Medea andina, que ve el lugar, reconoce la huella del deseo o del horror al vacío “me siento más extraviada que nunca en la espesura del continente”.
“Anjani” nos enfrenta al discurso amoroso de lo imposible, el “tu” como imperativo, el “tu” como cadena que no se rompe ni en la juventud tísica ni en la espectralidad de la muerte. A modo de un Réquiem andino, el texto explora la autoironía de la ciudad letrada recayendo de lo público letrado a lo microscopio cotidiano de las mariposas nocturnas. Y la ciudad como una proyección del cuarto íntimo se extiende abarrotando el espacio de esa habitación donde los escombros de lo siniestro forjan un paisaje. “Las ciudades del altiplano nos habitaron con sus entrañas de piel gastada hacia adentro y nos desviaron de las razonables promesas de tus libros”. La ciudad en diálogo con la letra, con la escritura como huella de un crimen que permanece en el viaje.
“Anjani” no da tregua, propone en su lengua interna una lengua extranjera, como posibilidad de fundar una genealogía que se define por el espacio íntimo anclado en lo público, tironeado por el deseo de cita, de conjugación de un mundo que se va o fue divisado en algún momento. “Anjani” nos propone ver ese cuerpo como una pena de extrañamiento que anuncia el horror al vacío o la huella del abandono. La hinchazón de ese cuerpo, como topografía que reclama el momento para dejarlo, para dejarlo ir sin más.