Jesús de Nazareth, el subterráneo y el flotante
Jorge Luna Ortuño
Filósofo e investigador
Hace tiempo que frecuento una palabra que no termina de revelarme su sentido: FLOTANTES. Ayer en la tarde me encontré otra vez con ella en un libro de diálogos del filósofo alemán Peter Sloterdijk con el periodista Hans-Jurgen Heinrich, titulado El sol y la muerte. Sorprende Sloterdijk con esta línea: “bastaría recordar que los hombres no son sólo seres que viven y se esfuerzan por algo, sino también seres flotantes” (Sloterdijk: 2003, p. 334). Lo flotante entendido como la suspensión en dos sentidos: suspenderse-hacia-arriba, pero también suspenderse-entre.
Los seres flotantes tienen esa habilidad de ver por encima de una situación —desapegados de su yo— para hallar nuevas visiones, mirando en tercera persona, como si pudieran hacer algo más que resguardar sus intereses. ¿Destitución subjetiva? Suspenderse-sobre y suspenderse-entre, dos posibilidades.
En el apunte de estas líneas entré en una especie de vigilia adormilada cuando una revelación me asaltó la tarde del martes 3 de febrero de 2015. El Jesús del que nos hablan en la Biblia se me reveló de otra manera, emergió con toda claridad su cualidad de flotante. Había estado escuchando una presentación que el académico Reza Aslan realizó de su libro Zelote. La vida y la época de Jesús de Nazareth, donde analiza detalles históricos de los usos y costumbres de aquella época frente a lo que la religión nos narró de los hechos.
Es cierto que Jesús fue un ser de carne y hueso, un judío que nació en Nazareth del vientre de una mujer. Cierto es también que en otro momento posterior nació a la vida como personaje literario; protagonista de textos escritos para lectores indiferenciados. A veces parece que se recuerda mucho más al segundo de ellos. El apóstol Pablo, editor del Nuevo Testamento de la Biblia, convirtió también a Jesús en personaje central de un relato creado con fines teológico-políticos.
Decía entonces que Jesús como personaje literario, podría entenderse como un subterráneo y un flotante a la vez. En el sueño volvía a la imagen de su ascensión, una flotación en el sentido de suspenderse hacia arriba. La suspensión vertical es la imagen de una viejísima tradición europea que la considera como la mayor soberanía posible. Bien hace notar Sloterdijk: “de aquí procede en la actualidad la idea de que la soberanía tiene que ver con un estar-por-encima-de-algo, esto es, con la erección de un desnivel vertical y la ventaja de los peldaños más empinados en una escala ascendente. De ahí que en este punto uno se interese por una suspensión por encima de algo, una ligereza por elevación” (Slterdijk: 2003, p. 334).
La imagen de la ascensión de Jesús, que en los Evangelios se relatan en calidad de momento decisivo de la Resurrección (o la vuelta al Padre), tiene una connotación muy importante: la ascensión es un momento donde emerge una fuerza desde abajo, producto de una larga inmersión en la que el cuerpo se ha sumergido. Similar a la fuerza de empuje dentro del agua contraria al peso del cuerpo u objeto sumergido.
El que asciende es el que ha podido romper los cables. La muerte es una amiga de los espíritus fuertes. Carece de sentido representar el triunfo sobre la muerte como la señal distintiva del triunfo de Jesús. Las consciencias más adormiladas en la creencia dogmática se aferrarán a la imagen de un hombre barbudo que se eleva hacia el cielo como máxima garantía de que él sí resucitó, así que pueden confiar. Diseminar un mensaje de salvación que pinta a la muerte como el gran enemigo y a la resurrección como el ideal divino es charla de corderos, y no de seres luminosos, como lo son aquellos que se sumergen en la jungla de lo desconocido y vuelven con los ojos ensangrentados y los tímpanos rotos, cargados de visiones. Jesús emergió porque antes se había zambullido en uno de esos viajes-transformaciones. Tal vez las traducciones hayan estado erróneas. Jesús no asciende, Jesús emerge.
Emerge únicamente lo verdadero, no hay manera de maquillar lo que emerge. Despojase es la ley. Ese fue el tipo de ascenso de aquel hombre sencillo llamado Jesús. La suspensión vertical es propia de los ligeros, los ligeros de corazón, flotan por ligeros, libres de pesos innecesarios. La máxima soberanía. El mensaje de Jesús podía ser decepcionante dada su sencillez. Simple liberación que desarreglaba los mismos cimientos del alma. ¿Qué victoria habría en eternizar la duración de la carne, de los nervios y los huesos? La imagen de la ascensión de los Evangelios celebra en verdad la flotación de Jesús. No es un Superman que vuela, todo es alegórico en verdad, lo que se quiere celebrar con esa historia es la flotación de un subterráneo.
Lo que no pueden olvidar es que Jesús aborrecía los enraizamientos, no intentaba complacer ni reproducir los dogmas estáticos de su época. Se cuenta que dijo una vez: “Dadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. ¿Una diplomacia? Más que eso. ¿Acaso no invocaba así las profundidades del mundo subterráneo donde se forjan las fuerzas del espíritu?, ¿qué caso tenía discutirle a los dueños del juego en la superficie si la verdadera transformación no acontece en ese plano? Con esa sencilla oración Jesús avisó que la vida se desenvuelve en más de un plano: sólo uno es el del César.
Curiosa ocurrencia de los teólogos cristianos cuando estigmatizaron a lo bajo y ennoblecieron a lo alto, lo que está arriba: Paraíso en el cielo e Infierno en el subsuelo. Concepción muy ajena a Jesús, que era también un pensador bajo, que se movía entre lo bajo, no entre reyes sino con pescadores, prostitutas, carpinteros, comerciantes; devolvía la atención a las profundidades, hacia abajo, porque lo alto no es lo que descuella arriba sino lo que emerge. No era partícipe de formas de arborescencia y jerarquización en cuanto a lo espiritual, y vaya que no creía ser centro de nada si él mismo no entendía todo lo que salía de su boca. ¡Cómo aborrecía a los implantadores de ideas! Por ello se dirigió a los suyos en forma póstuma, por medio de parábolas, historias y conductas que se entenderían de manera retroactiva, confiado de que una cosa es lo que se entiende en la superficie (que eso pasa y se lo lleva el viento), y otra es lo que se entiende en el plano subterráneo de la vida, ajeno a la voluntad de los hombres, armándose con el peso del tiempo. El espíritu no es una persona, el espíritu es un plano de existencia.
Con frecuencia una pequeña revelación que experimentamos nos hace creer que hemos descubierto cómo se masca la papa, pero en realidad no es nada nuevo, sólo que todos los saberes auténticos tienen que ser redescubiertos por cada uno a su tiempo.