Fragmentos de “Rina de la Tierra y de la Vida II”
El poemario Rina de la Tierra y de la Vida II fue presentado en Bogotá, Colombia, en mayo de 2020.
La escritora Giancarla de Quiroga, autora de las obras Los mundos de Los Deshabitados- La discriminacion de la mujer en los tectos de lectura, De amores y otros cuentos, La flor de la Candelaria, La noche de la fiesta, redactó la reseña.
Giancarla de Quiroga
Escritora
Rina Tapia y Alberto Guzmán, médicos cirujanos bolivianos, llegaron a Colombia el año 1973 en calidad de exiliados. Además de los intereses sociales y profesionales que los unían, compartían también la pasión por la poesía y por la creación poética. A la muerte de Alberto, su viuda publica Rina de la Tierra y de la Vida II (Bogotá: Ave Viajera 2020, p. 128).
Las temáticas de los cien poemas son diversas: vivencias, experiencias, sensaciones, nostalgias y recuerdos; la poeta canta a la amistad, a los acontecimientos cotidianos, a una boda, a los amigos, a la vejez, a la tierra, a la naturaleza…; el lenguaje de los objetos merece también un tratamiento poético, como en Reflejos, “espejo que nada ocultas” (p. 15), o en Humildes maltratados, poema a los zapatos.
Sin embargo, en un delicado ejercicio de la memoria, la figura de Alberto constituye una presencia permanente que Rina describe explícitamente o evoca en alusiones y sugerencias. En el poemario se pueden apreciar temas recurrentes, unas constantes, entre ellas, las categorías del tiempo y del espacio, en las que se desarrolla su existencia.
En Inexorable, escribe: “Nada llega/ antes de tiempo, /todo acaba de llegar;/(…)permanente/puntual ritmo de la vida” (p.13). El tiempo, el instante, marcan la vida de la autora, y su labor poética intenta revivir el ayer, como expresa el poema Instante de instantes: “Nuestro tiempo es lo que somos /la vida es todo lo que tenemos, /sí, la vida colección de instantes/ (…) instante cargado de emoción/lo que vive con nosotros/el resto le pertenece a la tierra/nada nos pertenece. / ¿Dueños? Ni de nuestra osamenta” (p.87).
De igual manera, en Años dorados, se encuentra una oda a la vejez, acumulación de años, de tiempo: “Vejez bendito precio/de vibrante vivencia/con ardiente amor” (p.93).
En lo que se refiere al espacio, Rina se mueve en dos territorios: su patria lejana, la del recuerdo, y la de adopción. En Sin nombre, declara: “el cuerpo permanece en un país/el corazón en otro” (p.105). Se siente parte de la tierra colombiana, como sostiene en Desesperanza: “en la penumbra sigo mirando/la desesperanza, el devenir/incierto, nueva tierra poseída/que la siento como mía”. (p. 17).
Sin embargo, aquella “tierra prometida”, como ella la califica, al parecer no la asimila como propia, ya que le hace afirmar: “Única verdad sigo siendo/la desterrada, la extranjera” (p.17).
Rina logra conciliar ambos territorios, el de la patria lejana y el de su patria de adopción, cuando escribe: “quedó perlado el jardín/de tus ensueños/como estampa andina/ en tierra bogotana”. (p. 39).
Finalmente, en el último poema del libro: ¡No me llamen extranjera!, la autora llega a cerrar un proceso que le hace cambiar de identidad, llegando a la conclusión que ya no es la extraña, la desterrada, la exiliada, se convierte en una mujer universal, como deberían ser la paz y la libertad (p. 126).
Otra constante es la soledad, término rodeado de muchos calificativos, como: permanente, eterna, irremediable, intangible, sobresaltada, cósmica… En ¿Reencuentro? Rina relata una vivencia personal: “Aprendí a convivir con la soledad, el silencio/la meditación, encontrarme/ reencontrarme conmigo misma” (p.16) y en Espera escribe: “espero tu llegada; / preparada para la partida/ jamás comentamos un posible retorno, /torpeza nuestra, /única realidad cierta/la soledad perpetua” (p.20).
Este poema sugiere la ilusión de un posible reencuentro en el más allá, que luego, la autora descarta. En Desesperanza, ella afirma que “en la soledad del exilio/aprendí a querer la vida” (p.17). Por tanto, la soledad tiene varios matices, ya que puede ser un proceso interior, debido al mal de ausencia del ser querido, a la nostalgia, “ el dolor del recuerdo”- como lo denomina la poeta boliviana Blanca Garnica- o algo ligado a su estar en el mundo, lejos de su patria, de su tierra.
Hay que añadir otra constante: el amor. Así, en Inmortalidad, encontramos: “amor que nunca muere/siempreviva añoranza/ ternuritas guardadas” (p. 10). La poeta expresa su sentimiento, ligado al tiempo, en Marzo 21, fecha de la defunción del hombre amado: “Seguiré sumando/días, meses, años/siempre amando/ momentos de antaño” (p.22).
El dolor de la ausencia se manifiesta en el mismo poema cuando afirma: “No tenerte es agonía/desilusión creciente” (pág. 22). En Veleidoso verde, evoca la mirada del ausente: “esos ojos que hablaban/ antes de modular palabras” (p. 65).
En Iterativo Rina escribe: “te llevaste/ mi amor como único liviano equipaje” (p. 68), sin embargo, aquel amor está tan arraigado en ella, que nunca logrará desprenderse de él, y queda “mustia, solitaria, abandonada” (p.68).
El amor por el hombre amado va ligado a la muerte, en el encuentro de Eros y Tánatos, y ella transcribe en Para siempre, las palabras que él pronunciaba: “Sólo seré puntual a la/hora que me cite la muerte” (p.104).
Al parecer, Rina se siente atraída por la muerte, e –inspirada tal vez en César Vallejo que anunciaba morir en París, un día lluvioso de otoño– afirma: “Moriré un día cualquiera,/ en una primavera cualquiera,/de un año cualquiera/ en un abril cualquiera/embriagada de música, alegría/cánticos y poesía “(p.34).
En Poesía-Mujer, la autora identifica la poesía con la mujer: “reafirma la vida/denuncia el dolor, / el vacío, la oscuridad, /explicaciones no pedidas/efímero instante, íntimos sentimientos/que se vuelven palabra. /Por siempre poesía/Fémina-Poesía-Mujer”. (p. 121).
La relación entre la mujer y la poesía, tal vez se establece porque la mujer es poesía, no sólo hace poesía, ella inspira poesía, ella es vida, da la vida, responsable de la reproducción generacional y de la especie, vida contra de la muerte, y recuerdo contra el olvido.
En el poema Nuestros nombres, Rina alude a la permanencia después de la muerte, a través de la escritura: “No se borrarán nuestros nombres/como escritos sobre la arena” (p.82). Las artes, la literatura, como forma de inmortalidad.
Tal vez éste sea el mensaje de la tierra y de la vida de Rina Tapia.