Arte contemporáneo: recipiente secreto de la revolución silenciosa
JORGE LUNA ORTUÑO | Filósofo e investigador
El arte contemporáneo es una constante posibilidad de emancipación para el ser humano. En sus puntos más altos, las obras, las acciones, las conformaciones estéticas, emiten subversivas transmisiones silenciosas, a veces subterráneas, disponibles para toda persona mínimamente alerta, eso que se dice “lector o lectora atenta” en literatura. En el mundo de las artes, acostumbramos llamar espectadores a quienes visitan una muestra; espectadores no son aquellos que sólo observan —como se pasa mirando una mercancía por una vitrina con vista a la calle—, sino que son aquellos que están a la espera de algo: “espectador”, palabra que viene del latín espectare. Según el crítico de teatro Jorge Dubatti, en la contemporaneidad, los espectadores tienen la posibilidad de atravesar un acontecimiento vital al relacionarse con la obra, es decir, de vivir otro plano extraordinario en ese momento.
Las transmisiones que emite el artista a través de sus obras son también invitaciones al desarreglo de los sentidos, componen una afrenta contra los aparatos secretores de uniformidad que tenemos instalados en el organismo, producto de la forma en que somos guiados por nuestro sistema educativo, por la institucionalidad conservadora, por la moralina de los agentes del doble discurso que hablan desde las palestras y los medios de comunicación. “La guerra es la continuación de la política por otros medios, y la política es la continuación de la guerra por otros medios”, reza una frase emanada de la posguerra en el siglo XX. El arte es la continuación por otros medios de una vieja batalla existencial. Inmersos en esta batalla nos preguntamos a momentos: ¿hasta donde se podrá jalar la cuerda antes de que se rompa?
Una curadora y crítica de arte mexicana, Avelina Lésper, denuncia al arte contemporáneo como una de las mayores estafas, un engaño institucionalizado, sostenido por intereses económicos de agentes privilegiados. Ella señala que el arte contemporáneo no es más que un estilo, al final de cuentas, donde el canon es que está permitida la desprolijidad, y de hecho es deseable. Nosotros pensamos que el arte contemporáneo es en realidad un no-estilo. Su código es el eclecticismo. Siempre alienta la manera improbable de ver las cosas, improbable pero posible. Puede ser tan tosca y repentina como la entrada a una casa pateando la puerta, pero no es su única forma.
Nos interesa el arte contemporáneo porque en esta etiqueta se reúnen una serie de obras artísticas que alientan al pensamiento inalámbrico: sin cableados a una significante madre, descentralizados, disruptivos respecto de las jerarquizaciones, promoviendo el emplazamiento de signos en locaciones donde no se los imaginaba, productores de sentidos inauditos.
Pero no se capta realmente esta fuerza del arte contemporáneo si no se asume una cierta disposición de desarreglo en el ser. Por ello es tan cercana a la filosofía. A propósito, el escritor norteamericano Henry Miller reflexiona sobre esta disposición contemporánea de ser que pre-figuraron algunos artistas, escritores, filósofos, entre finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, refiriéndose a Van Gogh, Nietzsche, Dostoievski, entre otros. “El hombre está en el mundo, pero no es del mundo”. Esa es la cuestión. “Be on it, but not of it”. Así resume esta disposición contemporánea que vibra en el espacio aéreo de las ideas y los ánimos todavía de nuestro tiempo. ¿Acaso no has sentido más de una vez que estás un poco fuera de lugar, como que no perteneces, que te mueves por otros derroteros y que te sientes algo desfasado, no adaptándote a una manera en que se ha dispuesto los comportamientos y las maneras de pensar en lugares particulares de la sociedad actual? Miller sostiene que una vez te hayas incorporado al mundo, lo primero por hacer es aceptar todo lo que es de este mundo, asimilarlo, y luego, sólo después, probar que hay algo más allá de este mundo. Entra en el molde, obedece el molde, forma parte de ello, entiéndelo, y luego lo trascenderás cuando sepas que lo que te mueve, lo que te guía y alienta interiormente no es todo lo que está representado en el mundo. Separarse del mundo da vida a un espacio desde donde mirar. Los que están en el mundo, pero no son de él, y están conscientes de esta diferencia, no siguen por completo sus reglas, en ocasiones crean sus propias reglas, le generan compensaciones para equilibrar el sistema.
Pero es necesario un lugar o un espacio para cultivarlo. El arte contemporáneo abre la posibilidad de entrar en esos espacios momentáneos; le hace boquetes a la realidad, que se costuran rápidamente después, tanto que en ocasiones salir de esos espacios puede hacer dudar si existieron, como si hubieran sido pasajes de un formidable sueño del que despertamos.
El arte contemporáneo es un recipiente secreto de la revolución silenciosa. Así también lo muestra Enrique Vila Matas en su reportaje novelesco Kassel no invita a la lógica. En este libro el escritor catalán cuenta las experiencias que vivió en su viaje a Alemania para participar de la Documenta 13, del año 2012. (Documenta es la plataforma más importante a nivel mundial para el arte de vanguardia). Vila Matas había sido invitado por las comisarias del evento para formar parte de una muestra insólita, que acabó siendo una divertida instalación performática generada en el mismo lugar. Pero lo que rescato es la mirada como espectador de arte contemporáneo que Vila Matas deja registrado. Detalla animadamente sus percepciones de obras como Estas variaciones de Tino Sehgal, o El impulso invisible de Ryan Gander, entre otras, y se detiene en una obra en especial: la instalación sonora Study for string, de Susan Phillipsz.
“Study for strings era una sobria instalación, una obra sencilla que ahondaba directamente en la gran tragedia del fin de utopía de un mundo humanizado. A través de los altavoces que había dispuesto Phillipsz en una zona acotada de la Kassel Hauptbahnof, iba haciéndose audible para los que caminaban hasta la punta de aquel tramo de andén —el mismo exactamente en el que durante la guerra gran cantidad de familias judías aguardaron al ferrocarril que había de deportarles a campos de concentración— una música bella pero inmensamente desconsolada, una especie de música fúnebre para malogrados llamada Study for strings, composición para cuerda que en Kassel remitía a la memoria del Holocausto porque su autor, el músico checo Pavel Haas, deportado a Theresienstadt, la compuso para la orquesta de cámara de su propio campo de concentración, poco antes de ser trasladado a Auschwitz, donde murió”. Vila Matas (2012: 87)
En suma, se trataba de una sesión de música de menos de media hora donde alrededor de 30 espectadores vivían el momento de pie, dispersados en aquel espacio de la estación de tren. Las sesiones se iban sucediendo cada cierto intervalo de tiempo. Lo más interesante de la obra es la experiencia colectiva que produjo.
“Opté por enmudecer y dedicarme a observar con detenimiento el proceso de recuperación anímica general de los allí reunidos. Y terminé detectando una comunión intensa entre todos aquellos desconocidos que habían llegado de lugares seguramente tan diferentes. Era como si todos pensaran, pensáramos, nosotros hemos sido así el momento, y este es el lugar, y ya sabemos cuál es nuestro problema. Y fue, además, como si un ánimo, una brisa, una poderosa corriente de aire moral, un ímpetu invisible, estuviera empujándonos hacia el futuro y soldando para siempre la unión entre los diversos miembros de aquel espontáneo grupo de aire súbitamente subversivo.
“Esta es la clase de cosas, pensé, que nunca podemos ver en los informativos de televisión. Son silenciosas conspiraciones de personas que parecen entenderse sin hablar, calladas rebeliones que a cada momento tienen lugar en el mundo sin que sean percibidas, grupos que se forman al azar, súbitas reuniones en mitad del parque o en la oscura esquina y que nos permiten de vez en cuando ser optimistas respecto del futuro de la humanidad. Se juntan unos minutos y luego se separan y todos se afirman en la soterrada lucha contra la miseria moral. Un día se sublevarán con furia inédita y lo dinamitarán todo”.
Vila Matas (2012: 88-89).
Silenciosas rebeliones, súbitas reuniones entre desconocidos. Conspiraciones para la emancipación del ser humano. El arte contemporáneo puede ser detonador de este tipo de experiencias. Desde siempre hay un inconformismo y una rebeldía intrínsecos en el arte. Más allá de toda discusión sobre análisis formal de obras, se trata de crear, y crear resistencia. No me interesa la exhibición de modelos estéticos vacíos aunque sean sofisticados o usen las nuevas tecnologías. El artista es una cumbre, un umbral de percepción.
