Unas palabras para Valcárcel: “El arte es que algo pase”
JORGE LUNA ORTUÑO |
No existe un solo Roberto Valcárcel, él mismo ha enfatizado las peculiaridades de esta cuestión en diferentes oportunidades.
¿Quién es Valcárcel? En su maravilloso libro de dos volúmenes, contenidos dentro de un elegante estuche cuadrado, negro y de cartón, ofrece al lector la opción de elegir los rastros de su vida por selección múltiple, en la parte denominada Curriculum Posibilitae. Nosotros llegamos a esto:
No nace, es un personaje ficticio, creado por “producciones Valcárcel”.
Se somete a una intervención quirúrgica y logra bajar 45 kg de peso.
Conoce personalmente a Joseph Beuys en mil novecientos setenta y cuatro.
Practica la meditación trascendental de maharishi maheshi yogi.
No hace nada que no sea imprescindible, excepto arte.
Colecciona marcos vacíos, en honor a silencios de John Cage.
Es cónsul general en Bolivia del diminuto reino de Istmania, Panamá.
Nunca existió y por lo tanto no muere.
Valcárcel es una oficina de producciones. El nombre correcto es “Producciones Valcárcel”, una entidad cultural destinada a la difusión del arte ecléctico, creada en 1984 por un grupo de artistas anónimos. Es un colectivo de arte conformado por una persona, pero de varios personajes que, como bien diría Fernando Pessoa, son los heterónimos del autor.
Su actitud frente al arte es también múltiple. En el libro Arte en la calle, editado por Valeria Paz y José Bedoy en 2008, le preguntaron ¿por qué eligió la calle para realizar expresiones artísticas? Valcárcel explicó que el motivo más básico fue para llamar la atención, y luego dijo:
“Las galerías y muchos museos, en muchos momentos son unos cuartos vacíos donde las obras se van empolvando poco a poco, y entran ahí cuatro doñas aburridas, o dos colegiales curiosos y no pasa absolutamente nada. Entonces, la primera razón, el primer motivo de salir al espacio público es para hacer noticia, para que te den importancia. Convertirte en suceso y no quedarte convertido en una gruta, cueva o caverna a la cual vaya a verte quien sabe, quien se enteró que estás en ese huequito. Esa es una razón ineludible porque la consecuencia es ineludible. Si haces algo interesante vas a trascender a los medios, vas a dejar de ser noticia cultural y te vas a convertir en noticia urbana, en suceso de ciudad. Y eso es reconfortante para el artista porque trasciende los límites de su rubro, los límites de su propia acción”.
Valcárcel planteó así su parecer desde los 80 sobre lo que podría ser arte contemporáneo en Bolivia: aquello que no sucede bajo el techo de lo que se conoce como evento cultural. En cuanto a esta forma de abordaje, el arte pierde mucho cuando se lo trata como cultura. Suena casi paradójico, pero es perfectamente necesario, para el tipo de sociedad en la que vivimos. Porque mucho de lo que se llama cultura en nuestro país es lo que arraiga más y más a los bolivianos en programaciones mentales, hábitos, patrones de pensamiento. Y el arte contemporáneo es más bien un rompedor de patrones, un concepto de práctica que sirve para desprogramar las mentes.
Europa es un continente donde la presencia de la institución del arte y la carga de lo patrimonial son constituyentes y tienen una presencia gigante. Bolivia es un país donde el arte existe a pesar de la fragilidad institucional, y en el caso de lo contemporáneo, se ha ido hilando su historia gracias a emprendimientos no institucionales; de grupos de artistas en diferentes momentos que organizaron plataformas, festivales de arte experimental, Bienales de Arte, o el concurso de arte contemporáneo en Cochabamba, talleres como Kilómetro cero o la exposición Artefacto, que lograron después el apoyo y financiamiento de ciertas instituciones claves, pero sin que se consoliden políticas institucionales propiamente. Son capítulos de una novela en la que Producciones Valcárcel tiene un rol protagónico, como es ya bien sabido.
El 11 de mayo Valcárcel me escribió por WhatsApp que había dado positivo en el test de coronavirus. Lo que me contó al día siguiente fue que estaba afónico, que no salían palabras de su boca, sintiéndose cansado hasta de sostener el teléfono. Desde entonces no hemos vuelto a hablar, y sólo se llega a conocer noticias suyas gracias a su ayudante y amigo Miguel. Lo último que se conoce es que está recuperando y se encuentra en una Unidad de Cuidados Intensivos, además que necesita con urgencia de un aparato tomógrafo que están gestionando hace varios días.
La escena del arte le debe mucho a Roberto, actualmente se ha creado un movimiento por las redes, una solicitud de firmas, para que se le otorgue un reconocimiento por toda su obra. Pero un reconocimiento muy concreto que se le podría hacer a su obra sería que fuera noticia fuera de las páginas de cultura en los periódicos y trascendiera hasta ser tema de conversación en las salas de profesores en los colegios.
Cómo quisiera que esta nota que ustedes leen ahora volara insólitamente hacia otras secciones como “Sociedad”, “Política”, “Educación” o, más importante, que la noticia de la necesidad que tienen tantos artistas como Roberto Valcárcel en nuestro país en estos momentos ocupara lugares en las portadas de los diarios y en los noticieros de las 20:00, que fuera tema de urgencia para todos, porque sería noticia de interés colectivo y nuestros gobernantes sentirían una necesidad especial por gestionar los apoyos desde el Estado, en lugar de relegarlas a las misceláneas que se dejan en los periódicos para columnas de las páginas finales. Debería preocuparnos tanto como cuando Marco Etcheverry se rompió la pierna meses antes del Mundial de Estados Unidos y parecía que el futuro de Bolivia dependía de la recuperación de su jugador estrella. Lo no popular que es absolutamente indispensable, de eso se trata lo que llamamos arte.