Microcuradurías que me acercaron a Antofagasta
En abril de este año inicié un viaje de ensueño, un diplomado virtual de curaduría en una institución que aboga entre sus programas por la escuela sin escuela y el museo sin museo; que cuestiona los formatos tradicionales de exposición artística y promueve intervenciones fuera de cubo blanco, particularmente en el Desierto de Atacama, Chile; que potencia las conversaciones inclusivas fuera del centro hegemónico de la región, ubicado en la capital Santiago de Chile.
Desde la primera sesión del Diplomado de Microcuradurías “Curadurías en la marginalidad”, de la Corporación Cultural SACO, me sentí “nadando en mis aguas”, ambientado con los términos que me obsesionaban desde hace un par de años (espacio público, instalación, abigarramiento, curadurías de infraestructura, site especific, cubo blanco, etc). No era sólo la excelente organización, eran los docentes, los temas, las referencias bibliográficas, las nuevas obras que descubría. En la clase introductoria escuchamos a la persona referente y líder de esta organización, la artista Dagmara Wyskiel (POL), quien además es Cofundadora del Colectivo SE VENDE Plataforma Móvil de Arte Contemporáneo, y directora de la Bienal Internacional de Arte Contemporáneo, SACO. Una creadora, pero al mismo tiempo una gestora que, junto a su esposo Christian Núñez, sostienen el Centro de Residencias Artísticas ISLA, lugar diseñado para sus huéspedes —curadores, artistas, docentes, investigadores, directores y afines—, es decir para que otros creadores tengan a su vez una casa donde desarrollar proyectos e investigaciones.
Había entonces una relación muy a gusto desde lo académico con los contenidos y la metodología —bajo la atenta coordinación de Claudia León—. Al mismo tiempo, por debajo de lo manifiesto se fue formando la narrativa de este viaje: el reencuentro simbólico con un territorio que ya no corresponde a los de tu patria. Percibía un lazo invisible entre las memorias del pasado sumergido y los imaginarios que despertaban algunos módulos del diplomado. Arte, urbanismo, política, sociología, geografía, astronomía. Eran Antofagasta y Oruro dialogando. Lo que se estaba removiendo por debajo recién pude verbalizarlo algo mejor cuando pisé el suelo de Antofagasta, o mejor dicho el borde de la costa, en Playa Blanca, de frente al mar, azul y vibrante, que lame sin treguas con sus olas a las orillas rocosas.
Llegué a Antofagasta a fines de agosto para el segundo módulo intensivo presencial. Los estudiantes, alrededor de veinte y seis profesionales del mundo cultural —la mayoría radicados en Chile, dos en México, una en Perú y uno en Bolivia— debíamos estar en Antofagasta para esa semana intensiva de clases y diversas actividades. Siendo uno de los becados por el diplomado, aproveché la oportunidad de cruzar ese umbral con la historia. Sólo pude verla de pasada, Antofagasta me pareció una ciudad bastante grande a lo largo, muy avanzado en urbanismo y también con marcadas diferencias de escenarios según zonas. Al ser una ciudad minera, donde están instaladas las grandes compañías mineras —me explicaron los compañeros allá— existe mucho circulante, y es la segunda ciudad más cara para vivir en Chile. Los peatones son mucho más respetados por los conductores. Es también una ciudad muy limpia.
El punto de encuentro fue el Centro de Residencias ISLA, situado a una cuadra de la playa en una zona residencial. De ahí nos trasladaron al pueblo San Francisco de Chiu Chiu, en el Desierto de Atacama, donde cerraríamos el módulo la última noche con una intervención a campo abierto. Nos alojaron en el Residencial Sol del desierto (https://soldeldesierto.cl/), que cuenta con el Observatorio Paniri-Caur. La noche en el Desierto de Atacama puede ser una experiencia surreal, sobre todo si se deja uno llevar por la contemplación al aire libre sin importar el frío seco pasadas las 21:00. La anfitriona del observatorio, Silvia Lisoni, brindó la disertación “El cielo. Cosmovisiones y astronomía occidental”. Luego vino la “Observación nocturna guiada”, debíamos salir del auditorio para encontrarnos arropados por una frazada de estrellas en el firmamento, sin interferencias de luces artificiales, ni un solo celular, tan sólo la intemperie iluminada a millones de kilómetros de distancia. Con un puntero astronómico de luz verde —que parecía llegar hasta las estrellas— comenzó a rayarnos las figuras que nos había mostrado en las diapositivas. Parecía que la pizarra se había desplegado infinita y oscura arriba de nosotros, el aula era ahora todo el desierto de noche.
El transcurso de los días iría revelando el asunto más disfrutable del módulo, y era la posibilidad de compartir con los compañeros del diplomado, y con el equipo de SACO, era el conocernos y descifrarnos en nuestras múltiples variantes americanas.
Continuará….