En busca del Gigante Camacho, el hombre más grande del mundo

16/09/2020

Autor: Ariel Beramendi 

Para el imaginario colectivo es más apetecible pensar que el Gigante Manuel Camacho terminó donando sus huesos a un museo y así transformar su memoria en una leyenda.

Hasta hace poco sólo la tradición oral mantuvo vivo el recuerdo de un cochabambino que en la década de los 30 y 40 fue una celebridad en Bolivia. Sus dimensiones enormes eran objeto de curiosidad ante las masas que pagaban para verlo luchar. 

Sin embargo, las noticias sobre la vida del Gigante Camacho comenzaron a mermar cuando emigró a Buenos Aires. Regresó esporádicamente a Cochabamba.

El esfuerzo más detallado por reconstruir la vida de Manuel María Camacho Medrano fue escrito por el académico Alber Quispe que en 2011 ganó el I Concurso Biográfico con su ensayo “Semblanza del gigante de Jaihuayco (1899-1952)”, en el que presentó datos inéditos de su vida en Bolivia.

Posteriormente, la visita a la Llajta de Gerardo Camacho, el tercer hijo de Manuel, despertó nuevamente el interés por conocer más detalles sobre la vida del gigante cochabambino que sin saberlo fue el embajador de la nación boliviana en Argentina y Brasil.

Bajo estas premisas y animado por mi inquietud literaria contacté a Pablo Camacho, nieto de Manuel, para sumergirme en la historia personal de su abuelo, indagar sobre su experiencia como padre de familia, esposo, trabajador migrante, e interpretar la aceptación de su diversidad ante la sociedad que lo etiquetó como un fenómeno de circense.

Los primeros días del 2020, en una fresca madrugada bonaerense,Pablo Camacho a las tres de la mañana me esperaba en el aeropuerto para presentarme a Walter y Valentina, dos de los hijos del gigante boliviano que no regresaron a Bolivia.

Después de  conversar con Pablo las primeras luces del día aparecieron y nos dirigimos a Liniers –uno de los barrios bolivianos de Buenos Aires y mi anfitrión me presentó a sus padres, Walter y Rosa. Ellos habían dormido poco porque un extraño fue a visitarlos y a remover recuerdos sepultados por décadas. 

Encendí la grabadora y viajamos hacia otra dimensión temporal, el hijo menor del Gigante Camacho, ahora de 75 años, no vidente por causa de la diabetes me contó su infancia con Manuel Camacho, que  en ese entonces trabajaba en el Gran Circo Norte Americano. Sus hermanos Poli, Valentina y Gerardo estaban viviendo en Bolivia. 

Junto al circo, Manuel Camacho, su esposa y su hijo menor recorrieron por tres años varias ciudades de Brasil, al punto que Walter aprendió a hablar sólo el portugués.

En Buenos Aires, Manuel Camacho también trabajó en la famosa tienda inglesa “Gatichaves”, allí daba la bienvenida a la crema de la sociedad porteña que se daba cita en el almacén, y a veces Walter lo acompañaba vistiendo el mismo traje que su papá.

Cuando falleció Manuel Camacho, Walter tenía sólo siete años y en casa no se volvió a hablar del “hombre más grande del mundo”. Sólo en su adolescencia interiorizó la falta de la figura paterna y comenzó a recorrer los viejos circos buscando colegas del Gigante Camacho para reconstruir su historia personal. Tuvo la suerte de encontrar un par de artistas circenses que abrazándolo le contaron más sobre su padre.

La grabadora registraba todo, cuando emergió potentemente la figura de Vicenta, la joven mujer cochabambina que estuvo casada con el Gigante de Jaihuayco hasta que enviudó a los 37 años quedando con cuatro hijos en un país que no era el suyo. 

“No hay la menor duda que detrás de un gran hombre, siempre existe una gran mujer”, sentenció mi entrevistado. Añadió que “Vicenta fue la mujer que en todo momento cuidó de mi padre”.

Llegó la noche y no habíamos desaprovechado ni un minuto. Al día siguiente conocí a Valentina la segunda hija de Manuel. Yo no podía estar más que agradecido porque esa mujer octogenaria que emanaba serenidad aceptó conversar .

Inspira obra literaria 

La vida del Gigante de Jaihuayco será reflejada pronto en una obra literaria de Ariel Beramendi.

En busca del Gigante Camacho, el hombre más grande del mundo

Para Valentina fue triste recordar que sus padres y hermanos se fueron a Buenos Aires y ella no pudo viajar con ellos porque se indisponía demasiado al subir al tren. “Tenía sólo cinco años cuando tuve que quedarme con mi abuela en Cochabamba, ella hablaba sólo quechua y yo no podía entenderle”, recuerda Valentina. Explica que más tarde volvió a vivir con sus dos hermanos que regresaron a Bolivia.

Pablo se acercó con un pañuelo para secar las lágrimas de Valentina y ella continuó con sus recuerdos: “En Argentina papá finalmente tendría un contrato de trabajo. Mucha gente se había aprovechado de él. En uno de esos viajes Manuel y Vicenta trajeron un niño envuelto en pañales y me dijeron: es tu hermano”. 

Después de varias horas de entrevista conocía algo más de los sentimientos, sueños y frustraciones de un gigante. Ahora tenía entre mis manos una historia que contar y un deber moral con la familia que me abrió los pliegues de su memoria y de su corazón. 

Finalmente, sentí vergüenza al tener que preguntar a sus hijos si era cierto que el esqueleto de su padre fue expuesto en un museo en el que ellos dejaban flores los domingos. Me parecía una pregunta cruel, pero necesaria porque esa imagen era la escena final del cuento que, en 1981, el célebre escritor Néstor Taboada Terán ofreció a la sociedad boliviana curiosa de saber cómo había terminado la historia del gigante. Comprendí que era un cuento costumbrista con mucha imaginación, pero que dio lugar a muchas más fábulas sobre el gigante. 

La verdad es que Manuel se enfermó y su familia lo acudió en todo momento. De hecho, mi próxima novela iniciará en una sala del hospital Muñiz donde Manuel Camacho verdaderamente falleció.

El autor busca contar los sueños del gran cochala

A pesar de los años la vida del Gigante “Cochalo” Camacho sigue concitando interés, especialmente, en la generación mayor de 40 años que conoció su historia matizada por relatos y leyendas. Lo cierto es que este embajador boliviano fue hijo de dos humildes ladrilleros de Jaihuayco, Juan Camacho y Paulina Medrano. 

Luego, casi por azar y por su estatura de más de dos metros incursionó en la lucha libre y el boxeo. Sin embargo, su anhelo por mejorar su vida lo llevó lejos de Cochabamba a Argentina y Brasil, cuando empezó a trabajar con el Gran Circo Norteamericano. 

El autor de este artículo, Ariel Beramendi,  va justamente detrás de la  sencilla vida del “Macho Camacho” y en esta edición nos presenta un fragmento de la entrevista  a la hija del Gigante, Valentina Camacho, en Buenos Aires, Argentina, donde radica en la actualidad.  El contenido está en www.lostiempos.com.  Puede contactar al autor en  @ariel_beramendi.

Impresiones personales de la vida de un grande

El autor de esta investigación y artículo sobre la historia, Ariel Beramendi, contó: “Mi intención es presentar la historia del Gigante Camacho como la historia de Manuel, un hombre que sufría de gigantismo y en su diversidad aprendió a superar su anormalidad y construirse su vida”. 

Además, “fue un padre de familia trabajador que soñaba tener una casa y vivir rodeado de sus hijos”. Dijo: “Hoy Bolivia está herida por la división y necesita de modelos como el Gigante Camacho que nos devuelven el orgullo de sentirnos hijos de una misma nación”.

Beramendi es un cochabambino que reside en Roma, Italia. Es autor de publicaciones como: “El amor bajo las piedras” y  “Tito Solari, historia de un pastor”.  Ahora trabaja una obra sobre el Gigante Camacho.  

Mitos sobre el gigante boliviano que el autor quiere desentrañar en su novela

Durante el confinamiento por la pandemia he descubierto muchos datos de la vida del Gigante Camacho mientras vivía en Brasil.  También he desterrado algunos mitos: “Manuel Camacho comía tres gallinas por día y bebía cinco jarras de vino en dos sorbos”. Esta frase era utilizada sólo con fines publicitarios del circo.

El mundialmente conocido boxeador Luis Ángel Firpo nunca se enfrentó con el Gigante Camacho. En noviembre de 1923 Firpo regresaba de su célebre lucha en EEUU y algunos malos entendidos hicieron que no asista a un partido de fútbol en su honor y a una lucha, entonces la misma turba que lo aclamaba manifestó en su contra gritando “Muerte a Firpo”. Un artículo de New York Times da cuenta de lo ocurrido. Camacho estaba en la ciudad y fue aclamado como su luchador favorito.

La estatua que las autoridades de Cochabamba pusieron en Jaihuayco en  2016 no representa a Camacho, porque utilizaron el modelo del gigante peruano de  Paruro.

Manuel Camacho nunca vendió su esqueleto a la ciencia. Fue enterrado en el cementerio de Chacarita en Buenos Aires. Pablo Camacho, el nieto del Gigante Camacho, expresó en una entrevista telefónica que “tal vez los huesos de su abuelo fueron incinerados en el osario común”, declaración que llegó a los medios de comunicación como una afirmación oficial de la incineración voluntaria de Manuel Camacho. 

Manuel tuvo una vida itinerante como acostumbran los artistas circenses que viajan; sólo en la recta final de su vida alquiló una pequeña casa en Liniers donde vivió rodeado de su familia. Walter y Valentina no regresaron a Bolivia, Gerardo sí  visitó Cochabamba.

Vicenta de Camacho decidió quedarse en Buenos Aires, cuatro años más tarde se volvió a casar pero quiso que la gente la siguiera conociendo como la “hermana Camacho” por su religión.