Factor Sorpresa: Las jugadas en el ajedrez electoral

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Publicado el 23/09/2019 a las 0h00
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En el ajedrez electoral cualquier detalle puede derivar en un sorpresivo jaque mate. Aprovechar un nuevo adelanto tecnológico, una pintoresca imagen, una declaración inesperada y alguna treta inescrupulosa, entre otras tácticas, han cambiado la historia. En EEUU, por ejemplo, sucedió así más de una vez en los últimos 60 años.

Valga citar un caso de antología: la contienda entre John F. Kennedy, del Partido Demócrata, y Richard Nixon, del Partido Repúblicano, en las elecciones de 1960. Los estrategas del primero tomaron muy en cuenta la singular importancia que adquiría en la población un humilde aparatito. El 26 de septiembre de aquel año, Kennedy y Nixon, irían a protagonizar el primer debate televisado de la historia. Y, sin saberlo, ahí se definiría la contienda ante los 60 millones de teleespectadores que presenciaron el debate realizado en Chicago, en los estudios de la CBS.

 

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Primer debate televisado El debate entre Kennedy y Nixon en septiembre de 1960.
AFP

UNA IMAGEN PARA EL PODER

Quienes valoraron ciertos detalles resultaron los estrategas de Kennedy. Aunque la discusión no llegó demasiado lejos y acabó por derivar en una agradable sucesión de discrepancias entre dos amigos, el aspecto visual y la comunicación no verbal de ambos candidatos se convirtieron en el centro de todas las miradas. Kennedy se preparó para su intervención como un auténtico showman.

Se cuenta que Nixon hizo todo lo contrario. Había amanecido resfriado y con problemas estomacales, pero desoyó los consejos para que pida un aplazamiento del debate. Mientras su rival ensayaba a fondo sus intervenciones, expresión corporal o posibles preguntas incómodas. A la hora de la presentación John F. Kennedy apareció por el plató maquillado, moreno después de haber tomado el sol en la terraza de su hotel, sonriente y luciendo un impecable y vistoso traje negro, perfecto para las televisiones monocromáticas de la época.

Nixon se presentó desgarbado, pálido, ligeramente ojeroso y rechazó la idea de maquillarse. Mientras el demócrata fue un ejemplo de seguridad y confianza, y acabó por conquistar a todos los espectadores durante el debate, el republicano era imagen de la incomodidad. En ningún momento supo cómo comportarse delante de las cámaras.

Mientras que una encuesta posterior afirmaba que aquellas personas que escucharon el debate por la radio dieron la victoria del encuentro a Richard Nixon, las encuestas y posteriores elecciones concedieron la presidencia al joven Kennedy. La diferencia en el recuento final fue de escasos 113 mil votos, es decir, el 0,1 por ciento del total. Kennedy logró el 49,7 por ciento de la votación, Nixon el 49,6.

 

OTRA IMAGEN

En buena medida, resultó también cuestión de imagen, pero en otro sentido, lo sucedido 30 años más tarde en el sur del continente. Perú asistía en medio de una colosal crisis de violencia e inflación económica a sus elecciones presidenciales. El presidente Alan García Pérez se enfrentaba a una múltiple adversidad: la crisis había potenciado a sus principales rivales políticos tanto fuera como dentro de su partido, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA).

Internamente, las facciones rivales del APRA, lideradas por Luis Alva Castro, imponían sus listas de candidatos a la probable mediana bancada congresal que obtendrían. Trabajaban angustiosamente por salvar algo de la votación de los sectores populares que cuatro años antes habían apoyado masivamente a García y al APRA. Pero que ahora se hallaban en marcada frustración.

En el frente nacional las fuerzas de la derecha radical se relamían una segura victoria, pese a su tradicionalmente limitado arraigo popular. García y su equipo político se encaminaban casi a una segura debacle, a procesos y probablemente la cárcel. Carecían de posibilidades de sumar diputados y de frenar la arremetida de un probable gobierno encabezado por el escritor Mario Vargas Llosa, candidato del Frente Democrático (Fredemo), favorito en las encuestas.

De pronto, decenas de dirigentes vecinales y sindicales que habían sido eje clave de las estructuras del APRA llamaron a sus bases a apoyar a un candidato pintoresco. Con un programa de 15 líneas y el nombre de Cambio 90 crecía paulatinamente en el grupo de frentes menores. Era “el chinito”. Se trataba del ingeniero Alberto Kenya Fujimori Inomoto, un descendiente de japoneses que hacía campaña, apoyado por algunos grupos evangélicos, subido a un tractor.

La fórmula se convirtió en un tsunami de votos. Millones de peruanos desencantados con el APRA, pero apenas atraídos por la señorial fórmula de Fredemo pusieron sonrientes sus ojos en el “chinito”. En cuestión de semanas, Fujimori dejó atrás a Alva Castro. Resultó segundo en la primera vuelta con casi el 26 por ciento de la votación, pero su popularidad crecía vertiginosamente. Vargas Llosa fue cediendo terreno desde más del 45 por ciento de los sondeos al 34 por ciento de los votos en las urnas.

Fujimori ganó en la segunda vuelta y su frente se convirtió en la fuerza política más influyente en Perú en 30 años. Alan García mantuvo su poder en el APRA y volvió a ser elegido presidente en 2006. Políticamente nadie olvida las polémicas circunstancias históricas que luego afectarían a ambos. Pero tampoco queda archivado aquel astuto pacto por el que un caudillo logró su supervivencia y renacimiento, mientras que otro tomó el poder con la destreza y velocidad de un samurai.

 

CIBERTRAMPAS

Ya en México, menos santas fueron las circunstancias por las que otro favorito fue sorpresivamente impedido de llegar al poder. En 2006, tras 71 años de gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y seis del Partido de Acción Nacional (PAN) la izquierda avanzaba a paso seguro hacia su primera victoria electoral. La lideraba Manuel López Obrador del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Las encuestas menos parcializadas lo situaban como amplio favorito y las diferencias iban del 5 por ciento para arriba.

La campaña se llenó de grotescas irregularidades que buscaban deshabilitar al candidato del PRD, pero cada vez que fallaban le daban más puntos de ventaja. Extrañamente, el día de la elección el Instituto Federal Electoral (IFE), durante el recuento de votos, sorprendió con boletines cada vez más extraños. Al contabilizarse el 70 por ciento de las casillas computadas, López Obrador se encontraba a favor con el 36,8 por ciento de la votación frente al 34,6 de Felipe Calderón. A partir de ese porcentaje, López Obrador empezó a caer de manera prácticamente simétrica a lo que empezaba a subir Calderón. La diferencia final, anunciada en medio de cortes de energía y frenazos en el conteo a medianoche, fue de 35,91 por ciento de los votos para Calderón y 35,26 para López Obrador.

México convulsionó en protestas durante varias semanas. Meses después investigaciones de prensa establecieron que el cuñado de Calderón, Hildebrando Zavala, había sido contratado por el IFE para trabajar en la detección de “registros múltiples y fraudes de identidad en el registro nacional de votantes”. Zavala tuvo acceso a una visión preliminar de las preferencias políticas de cada mexicano, categorizándolos como "panistas", "perredistas", "priísitas" e "indecisos". Un millón 93 mil 388 votantes fueron eliminados del padrón bajo el argumento de "posible fraude de identidad".

López Obrador porfió en otras dos elecciones más en 2012 y 2018, y, como es sabido, hoy gobierna México. Aquella elección de 2006 fue, probablemente, el inicio de las maniobras cibernéticas que han alterado elecciones. Éstas llegaron a tal grado que la propia primera potencia mundial se vio conmovida en 2016 cuando el actual presidente, Donald Trump, contra todo pronóstico inicial, no sólo se convirtió en candidato republicano, sino que derrotó a la demócrata y favorita Hillary Clinton en la lid final.

Diversas investigaciones revelaron que el equipo de Trump invirtió un significativo capital en sondear preferencias del electorado en las redes sociales. Un modelo de psicología y un algoritmo de extraordinaria precisión sirvieron a la compañía Cambridge Analytica para analizar los perfiles de millones de usuarios de Facebook e intentar influenciar en sus votos.

Alexander Nix, exjefe de la compañía británica, dijo que había logrado hacer un perfil de personalidad de "cada adulto en Estados Unidos". Al conocer sus gustos y debilidades, multiplicaron mensajes con promesas casi personalizadas. Clinton vio reducirse, durante seis semanas, su ventaja de 12 puntos a una pírrica victoria por el 0,5 por ciento de los votos. Sin embargo, Trump ya había logrado ganar en los estados más importantes a los colegios electorales que definen quién es presidente en EEUU.

No resulta demás recordar que en 2002, en Bolivia, otro empresario, Gonzalo Sánchez de Lozada, del MNR, forzó su victoria electoral en base al trabajo de la consultora Greenberg Carville Shrum (GCS). Para vencer a su amenazante sombra, Manfred Reyes Villa (del NFR), GCS impulsó una campaña destinada a que el tercero en las encuestas, Evo Morales del MAS, le reste votos al segundo. La estrategia funcionó tanto que Morales se acercó a 42.242 votos en el recuento final.

Se presume que si no se anulaba, a último momento, una serie de mesas en las provincias de Chuquisaca, Morales habría ganado por cerca de 2.000 votos. Sabido es qué pasó con ese candidato tres años y medio más tarde.

 

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