La familia, la otra víctima del feminicidio
Este es un crimen cuyo mayor efecto resulta en la acumulación progresiva de dolor y de conflictos de los que pocos salen bien librados. Así concluyen los expertos y lo demuestran diversos casos. La onda expansiva de las consecuencias del feminicidio suele ser mucho mayor, más dolorosa y más duradera que las de otras tragedias fatales.
“Obviamente es más frecuente que el asesino sea el progenitor, pero en todos los casos el golpe a la estructura familiar es mayor que lo habitual -dice el psicólogo José Romero Vidal-. Hay una marcada diferencia con las repercusiones de decesos que vienen por enfermedad, accidentes automovilísticos u otras causas porque aquí el agente de la tragedia es interno. Es una de las situaciones más complejas en términos de afectación emocional, porque trae acompañada una acumulación de hechos, una historia, amores y odios. Es una especie de implosión familiar que golpea mucho más severamente a las estructuras no sólo psicológicas, sino sociales y económicas de todos los miembros”.
Romero habla de casos que conoció de cerca. Uno: la familia estaba compuesta por el hijo de 21 años de un primer matrimonio del varón, más una adolescente de 16 y un niño de 8 años de la pareja. El crimen lo cometió el hermanastro. Según la descripción del caso, la familia quedó desmembrada y el psicólogo trató recurrentemente al hermano menor, quien fue criado por sus abuelos.
“El niño perdió a los dos hermanos que lo mimaban, luego vio decaer y destruirse a sus dos progenitores que se divorciaron -cuenta Romero-. El muchachito acumulaba sentimientos de culpa, depresión, complejos y un mar de contradicciones. Surgen ese tipo de complejidades, resultan heridas muy profundas. Hay que ver diversas variables como edad, cercanía al hecho y tipo de relación”.
OTRO CASO
Mientras aquel resulta el caso de una familia paceña acomodada, el experto recuerda otro que afectó a una familia de escasos recursos en Santa Cruz. La recurrente historia de celos en una pareja colmada por las necesidades de cinco hijos que según edad y capacidades apoyaban económicamente. El asesinato de la madre dejó a la deriva al grupo de infantes y adolescentes. El mayor del grupo, 16 años, se precipitó hacia las drogas; la segunda, 14 años, incurrió en una vida sexual precoz.
“Llevaron a consulta a la hermanita mayor –recuerda–. Desde los parientes hasta los médicos y abogados la habían tratado como una molesta obligación de la que deben liberarse lo más rápido posible. ¿Se imagina que luego del asesinato y demás alguien sea tratado como un reo prontuariado o una enfermedad contagiosa o algo así a esa edad? Y eso pasa muy frecuentemente”.
La directora de la Casa del Adolescente, Elizabeth Machicao Barbery, precisa las características del destino que regularmente les espera a las otras víctimas de los feminicidios. “Lo más grave de esto es que cuando son varios hermanos los terminan distribuyendo en familias o en casas de acogida. Haber visto el crimen o saber que su padre mató a su madre cuenta entre los traumas más graves que pueden sufrir niños y adolescentes. Si no reciben un apoyo, si no hacen un trabajo de terapia sostenida, pueden tener secuelas de por vida. Si no hay una familia amorosa que los reciba, apoye y contenga, también habrá efectos muy graves en el resto de su vida”.
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LAS CONSECUENCIAS
Entre las consecuencias citadas por los expertos está el inicio de ciclos de violencia. También señalan que en la madurez suelen ser protagonistas de hechos violentos o incurrir en intentos de suicidio. A ello añaden los riesgos de las autolesiones y conductas autodestructivas. Posteriormente, suelen aparecer los problemas del alcoholismo o las drogas.
“Es muy probable que ese resulte un hecho traumático, sobre todo si los hijos presenciaron el crimen –dice el psicoterapeuta y psicólogo forense Carlos Velásquez Olguín –. Entonces, fácilmente pueden desarrollar un trastorno que se denomina estrés postraumático. Esto significa que lo que vieron les causa un cuadro complejo vinculado a la ansiedad. Hay un hecho traumático, la muerte, esto genera un estado, por una parte, de alerta vinculada al miedo, por otra parte, de limitación y ganas de huir. Los más pequeños van generando somatizaciones, alteraciones en el sueño, alteraciones en los hábitos alimentarios. Igualmente pueden surgir manías como comerse las uñas, infligirse heridas y diferentes reacciones de ese tipo”.
Velásquez añade: “En esos casos se genera un dolor muy alto y a la vez extraño porque obedece a la pérdida, pero también a buscar a un culpable. Y ese culpable es alguien que, de alguna manera, le han enseñado a querer. Entonces, en estas personas se genera complicaciones también en sus relacionamientos hacia otras personas. Surgen cuadros depresivos, una tristeza que no se pasa fácilmente, el niño crece con un dolor que no ha podido canalizar. Entonces, puede llegar a comerse las uñas, hacerse cortes, a acciones que tienen que ver con dañarse uno mismo. Eso, en el tiempo, puede generar labilidad emocional, es decir, que la persona sea extremadamente sensible y cambie bruscamente de estados de ánimo o ser alguien que se inhiba y evite tener sentimientos”.
MÁS VÍCTIMAS
Sin embargo, junto a los hijos las otras víctimas de un feminicidio son las madres y los padres. En Bolivia, cargando su dolor, suelen ser la imagen central de la tragedia. En decenas de casos, se han destacado, especialmente, progenitoras que luchan porque las autoridades judiciales cumplan con su labor. Y es frecuente también verlas añadir a sus denuncias la corrupción y el prevaricato de jueces y fiscales.
“La mamá de la víctima no descansa nunca –explica Machicao–. Son quienes deben estar en todas las audiencias, quienes luchan porque se haga justicia para sus hijas y son quienes conocían el caso. Lidian con adversidades dentro y fuera de ellas: años de años, cambios de abogados, burlas, libertad del acusado, trabajo con los forenses, juicios injustos…Es terrible para la familia de las víctimas lo que viene después, lo describen siempre como un calvario. Para una familia que no logra hacer justicia el tema siempre va a estar presente y se lo va a revivir. Luego, la revictimización, 100 veces volver a contar la historia”.
Romero cita un caso sucedido hace 15 años en Tarija, “validando eso de que uno espera ser enterrado por los hijos y no lo contrario”. La crisis de una joven pareja, sin hijos, lacerada por la adicción a las drogas del varón derivó en el feminicidio. Los más afectados de la familia resultaron la progenitora y el hermano menor. La madre se culpaba reiterativamente de haber priorizado sus aspiraciones profesionales a ser más amiga de la hija. Tras tres años de batalla legal y lograda la sentencia del caso, empezó a normalizar su vida y a superar incluso marcados problemas de salud.
“Sólo una sentencia justa cierra la historia –explica Machicao–. La familia del asesino a veces agrede, incluso pelea por los hijos y hasta se los queda. Es un tema para mirarlo con mucho detenimiento, hay demasiadas secuelas. Sanar es muy difícil, pero sí que haya justicia para cerrar, un punto final al caso, de manera justa, cabal, idónea. Debería protegerse a la familia y a los hijos de la víctima, deberían tomarse todos los recaudos para no revictimizarla 100 veces”.
EL ESTADO EN LA MIRA
¿Qué hacer para que el calvario de las otras víctimas de un feminicidio resulte menos tortuoso? Los expertos consultados apuntan coincidentemente a las estructuras del Estado. Como sucede en diversos escenarios, se recuerda que una ley, en este caso la 348 (Violencia contra la mujer), por si sola no garantiza justicia ni respaldo para las víctimas. Por ello, urgen la infraestructura, los recursos y medios para que se cumpla efectivamente.
“El Estado debía hacerse cargo apoyando a las familias o familiares que recogen a los hijos de la víctima –reclama Machicao Barbery–. Debía darles becas de estudios y apoyo terapéutico permanente de un grupo de psicólogos. La primera norma, además, debería ser no separar a los hermanos. El Estado es responsable porque no supo protegerlas, hay muchas denuncias que muestran demasiado claramente eso. El Estado no las protegió, pese a los pedidos de auxilio de las víctimas”.
Romero añade: “Hay demasiado por hacer frente a una crisis tan recurrente como las olas de feminicidios. En todos los escenarios: judiciales, de ayuda social, educativos y también los medios de comunicación. Estos, en varios casos, también, así como los jueces, revictimizan ene veces a los afectados. ¿Es necesario persistir en determinado caso cuando sabemos que las víctimas pueden sentir otra vez esa tortura al ver esas letras o esas imágenes de las noticias? También falta tacto y reflexión en ese campo”.
Según registros del Ministerio Público, en 2018, en Bolivia se registró 128 feminicidios. Hasta el 26 de noviembre de 2019, se reportó 104 casos, cifra más alta que la registrada en el mismo periodo del año pasado. ¿Cuántos hijos y padres suman, con sus propios dolores, como víctimas al drama que vivieron aquellos seres que les fueron arrancados violentamente?
