Pandemias: una historia de más de dos siglos en Bolivia
Tras un debate de ida y vuelta, hace algo más de un lustro científicos estadounidenses demostraron que la sífilis había sido llevada a América en los barcos de los invasores europeos. Así quedaba revalidada esa frase del indigenista Fausto Reynaga de que “Europa nos trajo la sifilización”. Pero, a efectos menos polémicos, quedaba claro nuevamente cómo las pandemias llegaron a hacerse literalmente tales tras aquellos choques y encuentros de civilizaciones.
De hecho, se sabe que a uno de los hermanos Pinzón, en el segundo viaje de Cristóbal Colón, se le diagnosticó como contagiado de aquella enfermedad venérea. Fue una más entre tantas. Según cita en su libro “Grandes epidemias en la América Colonial”, Manuel Cordero, llegaron también la influenza, la viruela y el sarampión, entre varias otras. Con el paso de los años, poco a poco, nuevos virus y bacterias fueron arribando al sur del continente con su fatal cometido.
Baste señalar el cálculo de 200 mil decesos causados por la viruela durante la conquista de las tierras altas, entre 1525 y 1553. Así lo afirma el cronista Pedro Cieza de León en su “Crónica del Perú”, citada por el historiador médico Antonio Dubravcic. Aquella pandemia, con sus, tantas veces, impactantes huellas en los rostros de los sobrevivientes, se expandió por todo el territorio de lo que hoy es Bolivia. Tuvo brotes recurrentes en el Chaco, en el Oriente y la Amazonía hasta principios del siglo XX. En cada caso, se saldaba con miles de muertos, según recuenta Dubravcic en su obra “Epidemias en Bolivia”.
LA VIRUELA
“Los relatos de los historiadores hablan frecuentemente de cómo las poblaciones indígenas sufrían más la enfermedad que las inmigrantes –dice el salubrista Javier Sainz-. Se vivió prácticamente todo el proceso, que estamos pasando ahora en unos meses, a lo largo de varias décadas. Se sufrió mucha mayor mortandad y a un ritmo de avance científico mucho más lento. Los descubrimientos revolucionarios en ese tiempo se sucedían cada década o más, ahora se producen varias veces cada año e incluso aún más rápido”.
Sainz señala que la letalidad del virus de la viruela llegó en algunas regiones del planeta a superar el 20 por ciento. Añade que paulatinamente en cada región se fueron ensayando formas de prevenir “con inoculaciones, una especie de prevacunas” y de curar las graves desfiguraciones que dejaban las erupciones entre los sobrevivientes. “Hay interesantes relatos sobre cómo, en algunos casos, se evitaba la secuela de las cicatrices”. Finalmente, como es sabido, se acordó el proceso de vacunación que erradicó aquel mal del planeta en 1977.
En el país, según recuerda Dubravcic, una ley promulgada el 21 de octubre de 1902, por el Gobierno de José Manuel Pando, encomendó al Instituto Médico de Sucre el Servicio Nacional de Vacunación. Aquella dependencia fue desde entonces responsable de proporcionar a todos los municipios el fluido antivariólico. “Durante 67 años esta institución ha elaborado 23 millones de dosis de la vacuna –dice Dubravcic–. En 1969, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró erradicada la viruela de Bolivia”.
UN ERROR FATAL
Si la viruela fue especialmente cruel con los pobladores de estas tierras, hubo otra pandemia que le provocó aún más daño: la malaria o paludismo. La historia de esta causa más pesar porque el antídoto que permitió su control a nivel mundial existía en Bolivia. Era hábilmente utilizado por médicos naturistas indígenas desde siglos antes.
Su historia comenzó también en tiempos del incario. Según Dubravcic, “la zona de los Yungas impedía el avance del inca Huayna Cápac y, luego, de los colonizadores de España. El inca y los consquitadores, cuando intentaban entrar en la zona, veían cómo su gente enfermaba repentinamente con un mal que empezaba con fiebres muy altas, escalofríos y mucha sudoración. Los indios del lugar llamaban a este conjunto de síntomas chucchu, que más tarde sería identificado como malaria”.
Para evitar los efectos del desconocido mal, los yatiris hacían sacrificios para la Pachamama, que poco después les ofrecería una cura, la kara, el polvo de la corteza de la quina, de la cual se obtiene un medicamento capaz de detener la fiebre. La cura funcionó y Huayna Cápac llegó hasta los llanos de Moxos, en Beni, según describe el médico investigador Humberto Saavedra.
“Aquellos yatiris, conocidos como ‘los médicos kallahuayas’ conservaron la fórmula durante siglos, pero quedaron como aislados –explica Saínz–. Ya se sabía de su eficacia, pero no había investigación adecuada para optimizar su aplicación. El paludismo causó estragos reiteradamente en el Valle Alto de Cochabamba alrededor de 1920 matando a más de 25 mil personas. Luego, mató miles de soldados en la Guerra del Chaco y otros miles de personas más al retorno de estos tras las hostilidades”.
Irónicamente, años antes, durante la construcción del Canal de Panamá, la malaria empezó a matar a cientos de trabajadores de aquella megaobra. Entonces, se procedió a llevar desde tierras bolivianas a una delegación de kallahuayas para que apliquen la kara. El éxito de aquella cura facilitó la construcción del canal y motivó el estudio de la planta. “La quina derivó en la sintetización de la cloroquina en Holanda y salvó millones de vidas en el futuro –explica Sainz–. Ha sido el antecedente de la hidrocloroquina, ya obtenida directamente sin apelar a la quinina, que hoy se usa contra el coronavirus”.
Las fuentes consultadas explican que sólo después de aquellos trágicos años se asumió medidas institucionalizadas contra la pandemia. “En 1942 la Fundación Rockefeller tomó a su cargo la campaña profiláctica contra el paludismo –cita Antonio Dubravcic–. (…). En l957 se organizó el Servicio Nacional de Erradicación de la Malaria (SNEM), sustentando el concepto estratégico de tres fases: Encuesta, Ataque y Consolidación. (…) A partir de 1979 se reinician los trabajos con el asesoramiento de laOMS/OPS”.
CAMBIO DE PANDEMIAS
La tuberculosis, la fiebre amarilla, el tétanos, la peste bubónica y el sarampión guardan también historias similares con letales apariciones episódicas y luego su progresiva erradicación a lo largo de décadas. Pero algunas otras pandemias comenzaron a mostrar otro patrón. Entre ellas, probablemente la más dolorosa que se recuerde resulta la llamada “gripe española”. Con un proceso devastador sobre sus víctimas recorrió el mundo entre 1918 y 1920, con 40 millones de muertos.
“Fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales eran los síntomas propios de esta enfermedad –cita la Gaceta Médica de España–. La mayoría de las personas que fallecieron durante la pandemia sucumbieron a una neumonía bacteriana secundaria, ya que no había antibióticos disponibles. Sin embargo, un grupo murió rápidamente después de la aparición de los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva o con edema pulmonar, y con frecuencia en menos de cinco días”.
“Este mal llegó en 1919 –dice Sainz–. Mató a cerca de 100 mil personas en Bolivia, casi el 5 por ciento de la población del país en ese entonces”. La Gaceta señala que investigaciones posteriores establecieronque fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1. Aquella pandemia desapareció tan rápido como había llegado.
Fue el anuncio de las nuevas pandemias que irían llegando al avanzar el siglo XX y el presente. Bolivia enfrentó en el transcurso de las siguientes décadas brotes de cólera, dengue, influenza, zika, machupo y chikungunya. Progresivamente, se fueron normalizando los protocolos y procedimientos de prevención, contención y atención. “El caso más crítico constituyó el cólera que a principios de los 90 mató a 875 personas en el país –explica Javier Sainz–. Sin embargo, las campañas educativas y la movilización de profesionales hacia áreas específicas orientaron y dieron certidumbre y seguridad a la población, a diferencia de lo que pasa con la Covid-19”.
EL CORONAVIRUS
Médico, con un doctorado phD en inmunología, Roger Carvajal explica las características de la batalla que hoy Bolivia libra contra el coronavirus: “Los países que recibieron más gente viajera, sin cerrar a tiempo sus fronteras y no someter a los que llegaron a los protocolos han sido los más afectados. Eso pasó en Bolivia, a diferencia de países como Uruguay, Paraguay o Costa Rica, que cerraron inmediata y férreamente sus fronteras. Llegó gente de España e Italia, donde cundía la pandemia, que, sin ninguna precaución, se puso a socializar.Ahí ocurrió la explosión”.
El experto señala que de principio, el ritmo de contagio era de una persona a 2,8 personas, luego bajó, pero ya había miles de contagiados. El otro factor que Carvajal precisa radica en la idiosincrasia. “En otros países, como Corea o Taiwán, la gente tiene un comportamiento comunitario muy respetuoso de la norma, acá no”.También explica que Bolivia resulta un campo fértil para el contagio del coronavirus por factores como la obesidad y la dieta de comidas que generan una condición inflamatoria. A ello añade el factor de la contaminación causado por chaqueos y automotores que estimulan las inflamaciones pulmonares.
El coctel de factores se asienta especialmente en el oriente del país donde además se añaden contaminantes como los pesticidas utilizados por la agroindustria. Mientras que en el occidente ciertos factores geográficos, como la radiación solar, atenúan los efectos del coronavirus. Finalmente, los problemas que afectaron el fortalecimiento del sistema sanitario suman también en el escenario de la actual pandemia.
Y, como en cada crisis pandémica, la expectativa central recae en las esperanzas de tratamientos que frenen los efectos de la enfermedad o la conjuren.Carvajal señala que en la Universidad Mayor de San Andrés se redoblan esfuerzos en ese sentido. Una esperanza que late en millones de bolivianos enfrentados por primera vez a la encrucijada marcada entre la pandemia y una lacerante parálisis económica.