Una nueva ola narco pone en jaque a México

Cuarenta, tal vez más, pero los recuentos de prensa en general coinciden en ese número de cárteles que hoy operan en México. Once de ellos tienen características transnacionales. El resto ha sabido consolidar su presencia en determinados territorios y rutas a plan de armas de grueso calibre y jugosas compras de consciencias.

Son 40 ejércitos, de entre unos cientos a decenas de miles de soldados, que se enfrentan o realizan pactos entre sí, según las circunstancias. Cuarenta ejércitos que además se enfrentan a las fuerzas armadas estatales y con las que, de cuando en cuando, también parecen cocinarse pactos. El resurgimiento narco en el país azteca llegó a tal nivel que, por primera vez, se atentó en plena capital mexicana contra el principal jefe policial de la capital.

Aquel atentado resulta sólo una seña. Sirve tomar en cuenta que en un popular barrio de la megalópolis, Tepito, operan dos cárteles que ya motivaron intervenciones militares sin precedentes. Es más, tales sobresaltos se sumaron a recurrentes ataques y asesinatos en las principales ciudades del país donde han muerto jueces federales y decenas de policías.

• El relanzamiento

Diversas evaluaciones calificaron como un hecho que marca el nuevo escenario, con un antes y un después, al atentado contra Omar Gaarcía Harfuch, el jefe de la policía mexicana. La autoridad viajaba en una vagoneta Suburban, color negro, blindada, hacia el centro de la ciudad, donde se reúne diariamente con los ministros responsables de la seguridad. La Suburban negra fue bloqueada en un cruce de calles, cerca del célebre paseo de la Reforma, por un camión publicitario. Del vehículo bloqueador descendieron inmediatamente cerca de 20 individuos y lanzaron decenas de disparos de armas largas de calibre 0,50, de alto poder, granadas de fragmentación, armas cortas y un fusil Barrett, arma de alto calibre y capaz de perforar diversos tipos de blindaje.

Harfuch resultó herido en la clavícula, el hombro y la rodilla. Dos de sus custodios y una vendedora ambulante fallecieron. Los agujeros de la camioneta blindada tenían el tamaño de un nudillo. El vehículo, diseñado para soportar este tipo de ataques, quedó convertido en un colador. El bullicio del enfrentamiento, que se produjo a las 6:30 de la mañana, sacudió al país pues se produjo en las Lomas, zona donde vive la clase política y económica que gobierna México. Varias de las lujosas casas del entorno registraron impactos de bala.

Aquel atentado supuso un golpe sin precedentes a las fuerzas de seguridad y evidenció la fragilidad del Estado ante una organización criminal, en un país que convive con casi 100 homicidios diarios, un índice también récord. El atentado fue adjudicado al cartel que se disputa el fatal mérito de ser en este tiempo el más fuerte del país: el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Este grupo criminal, liderado por Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho —en paradero desconocido—, ha sido considerado por la DEA como el heredero del imperio criminal en México, después de que el de Sinaloa perdiera fuerza tras el arresto de El Chapo y las guerras internas por hacerse con el control.

Tanto el presidente, Andrés Manuel López Obrador, como la jefa de Gobierno de la capital, Claudia Sheinbaum (del mismo partido), achacaron el atentado sufrido por Harfuch a las labores de detención del último año contra bandas locales de narcomenudeo que operan en la capital. Pero además fue interpretada como respuesta a los operativos de la Unidad de Inteligencia Financiera de Hacienda que congeló casi 2 mil cuentas vinculadas al grupo.

El organismo había detectado movimientos en esas cuentas por valor de más de 20 mil millones de pesos, algo más de 900 millones de dólares (802 millones de euros), y consideró que, aunque podían haber sacado dinero, la cantidad bloqueada debía ser muy similar. El CJNG hizo su primera demostración de fuerza hace cinco años en el estado de Jalisco. El 1 de mayo de ese año derribaron un helicóptero militar con un lanzacohetes RPG en la zona del Bajío mexicano. La organización criminal, anunciando entonces que iba a tomar el control del tráfico en el país, lanzaba su primera advertencia. Algo que no ha cesado de consolidarse, pese a las guerras con otros cárteles y con la fuerzas del Estado mexicano.

• Nueva estrategia fallida

Durante el anterior gobierno de Enrique Peña Nieto, la estrategia de descabezar los grandes cárteles provocó una continuación de la denominada guerra contra el narco emprendida por su predecesor, Felipe Calderón, desde 2006. Hasta 2015 esa guerra se saldó, según cálculos moderados, con 250 mil muertos y decenas de miles de desaparecidos. La militarización de la guerra antidrogas derivó además en complejos juegos de poder que derivaron en sucesivas denuncias de pactos entre algunas autoridades y determinados cárteles así como la asimilación, por parte de los narcos, de mandos militares y policiales, abierta u ocultamente.

Frente a ese escenario el actual presidente, Andrés Manuel López Obrador, llegó al poder en 2018, con un mensaje crítico y renovador. Prometía un giro en la estrategia bajo el lema: “Abrazos, no balazos”. Se planteaba medidas de inteligencia selectiva, asimilación social de las comunidades sometidas al narco, presiones económicas, etc. Por otra parte, la sucesiva caída de los principales cabecillas de los cárteles hacia augurar un tiempo de ciertos paliativos a la crisis de violencia y criminalidad. Pero el escenario parece solo haber sufrido relevos de jefes, asimilaciones y cambios de nombres. El narcotráfico mexicano se dio hasta el lujo de ser uno de los “actores de ayuda social” más dinámicos y generosos en medio de la pandemia de Covid-19. Entre junio y julio, los cárteles desarrollaron una especie de competencia de popularidad repartiendo víveres entre comunidades deprimidas de diversos Estados. Cajas o bolsas, con los nombres del cártel o de sus líderes, eran entregadas y las entregas eran filmadas y luego reproducidas en las redes sociales. Mientras tanto, las autoridades enfrentaban múltiples dificultades y, sobre todo, problemas presupuestarios para hacer lo propio.

• Los 11 cárteles mayores

La actual lista de grandes organizaciones del narco mexicano suma junto al CJNG a los cárteles de Sinaloa, a los Viagras, Unión Tepito y antiunión Tepito, la familia michoacana, los caballeros templarios, los Zetas y el cártel del Noreste, cártel del Golfo, cártel de Juárez, Santa Rosa de Lima y el cártel de los Beltrán Leyva. A todos estos grupos se les reconoce influencia también fuera de México y, en más de un caso, en varios continentes.

Algunos mantienen sus nombres originales, sobre todo en el caso de las familias narcos que en su momento tomaron la primacía y hoy defienden sus reductos originales. Otros son fruto de divisiones internas. Un tercer grupo de cárteles está constituidos por exfuerzas de seguridad estatal que, tras integrarse a algún cártel como sicarios o seguridad se independizaron, especialmente el caso de los Zetas. Un cuarto grupo constituyen aquellos que, en algún momento, fueron organizaciones de autodefensa frente a la violencia narco y que luego se conformaron como una nueva organización metida en el negocio. Es el caso de Los Viagra.

El fenómeno narco más allá de los cerca de 300 mil muertos o más que se le atribuyen a estas alturas entrecruza complejas crisis políticas, sociales y económicas derivadas de su influencia. En ese escenario, según diversas evaluaciones realizadas por agencias humanitarias, el golpe añadido que implican las consecuencias de la pandemia de Covid-19 podría agudizar esos múltiples problemas que atraviesan a la sociedad mexicana y que ya golpean, como no sucedía antes, a su propia capital nacional.