El golpe de la Covid-19 sobre el tablero político mundial

La irrupción de la Covid-19 en la sociedad humana trajo efectos cercanos o similares a los de una guerra mundial. En eso coinciden diversos analistas. Así, la pandemia está acelerando transformaciones que ya estaban en curso en la política mundial en las últimas décadas. Allí destacan especialmente el debilitamiento de la hegemonía de Estados Unidos y el avance de una China decidida a convertirse en la mayor potencia global.

A partir de la posibilidad de que cristalice ese nuevo mundo bipolar, han surgido efectos sobre los Estados, las organizaciones multilaterales mundiales y regionales, en un contexto de deterioro y parálisis de la arquitectura multilateral mundial, especialmente del Sistema de las Naciones Unidas. En suma, desde hace prácticamente un año, en medio de diversas tensiones de muy diverso tipo, empezó a configurarse un nuevo mundo. 

Según los historiadores, algo similar sucedió tras la Primera Guerra Mundial que en buena medida coincidió con la gripe española. Entonces "regresar a la normalidad" era un deseo tan extendido que Warren G. Harding ganó las elecciones presidenciales de 1920, en Estados Unidos, haciendo campaña con ese eslogan. El doble efecto de guerra más pandemia precipitó en esos años la inestabilidad global, aunque, valga aclarar, la gripe española tuvo una mortandad 100 veces mayor que la Covid-19. En 1929 llegó la Gran Depresión económica que hundió el comercio, disparó el desempleo y desató tensiones sociales generalizadas.

La democracia retrocedía. Los nacionalismos y hasta corrientes marcadamente chovinistas avanzaban. La disputa de los mercados y territorios se intensificó entre las potencias, ávidas de paliar sus respectivas crisis y conjurar las amenazas de sus rivales. El planeta cayó en el mayor conflicto bélico de su historia. Tras la terrible conflagración que castigó especialmente a Europa y Asia, entre 1939 y 1945, surgió otra etapa con la que los analistas también advierten una posibilidad de comparación.

• Otra experiencia parecida

El mundo post Segunda Guerra Mundial tuvo como lado positivo un tiempo de grandes acuerdos de coordinación y cooperación entre los países. Por el otro lado, fue afectado por la tensión entre dos superpotencias que lideraban grandes bloques: Estados Unidos, encabezando a las democracias liberales de occidente, y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), liderada por Rusia. La tensión de una guerra nuclear sobrecogió al mundo. La disputa ideológica se esparció por casi todo el globo terráqueo con características frecuentemente sangrientas.  

Ahora la pandemia y la nueva pugna entre dos grandes potencias más sus respectivos aliados han vuelto a poner al planeta en una situación de cambio marcado. Conclusiones de documentos de las propias Naciones Unidas señalan que el coronavirus es el mayor reto para el mundo desde la Segunda Guerra Mundial. Mientras que el Fondo Monetario Internacional anticipó que las medidas para combatirlo traerán la peor recesión económica desde la Gran Depresión.

En ese escenario, ha dejado de haber un mundo ordenado en sus relaciones y jerarquías y surgió un desorden no exento de roces y amenazas. Hay, además, una evidente falta de coordinación política global ante el avance del virus. "Es obvio que nos falta el liderazgo que solo puede ser posible si (…) las potencias mundiales clave son capaces de aproximarse, adoptar una estrategia común y luego reunir a toda la comunidad internacional", admitió el secretario general de la ONU, António Guterres, en entrevista con la BBC. Los especialistas vinculan esto con el vacío que ha dejado EEUU en el tablero internacional en los últimos años, sobre todo durante la presidencia de Donald Trump.

• La nueva potencia

Mientras tanto, en el otro frente las demostraciones de fuerza han sido explícitas. “China ya no tiene miedo de nadie. Los tiempos en los que el pueblo chino estaba subordinado a otros y vivía dependiente de los caprichos de otros se han acabado para no volver jamás”. Así alardeaba Zhang Xiaoming, el subdirector de la Oficina de Asuntos de Hong Kong dentro del Gobierno chino, durante una rueda de prensa el 1 de julio, a propósito de la draconiana ley de Seguridad Nacional para el territorio autónomo. Ese día entraba en vigor esa norma, que ha agravado de inmediato las ya importantes tensiones entre Pekín y Occidente.

Otro más en la serie de choques internacionales que China ha protagonizado recientemente, con una severidad cada vez mayor y pese a la pandemia de la Covid-19. En 2020, la lista de incidentes creció sostenidamente, y la conflictividad prácticamente ha trascendido al nuevo año. A principios de diciembre, cuatro mil soldados japoneses, mil estadounidenses realizaron prácticas militares que duraron hasta el 15 del mes pasado. Poco después, otras unidades aeronavales de ambas fuerzas iniciaron otra que se extendió hasta el 18. Todo en el marco de reclamos y maniobras intimidantes de naves chinas que han navegado cerca de las costas niponas recurrentemente este año. 

Pero, la beligerancia china llegó aún a puntos más críticos. El 16 de junio, su Ejército se enfrentó con el de la India en el incidente fronterizo más sangriento en más de 50 años. Trascendió que hubo decenas de muertos de ambos ejércitos, pertenecientes, como se sabe a los dos países más poblados del planeta, que se enfrentaron en la región de Cachemira. Entre incidentes y maniobras, problemas de este tipo han motivado reclamos contra China también de países como Filipinas, Vietnam y, obviamente, Taiwán.

Paralelamente, se desataron duros roces diplomáticos y legales con Canadá y Australia. En el primer caso por los problemas generados tras el arresto de la ejecutiva financiera de la empresa Huawei en Vancouver y, en el segundo, debido a reclamos australianos sobre la investigación de los orígenes de la Covid-19. Todas estas controversias han ido acompañadas de sanciones económicas y el lanzamiento de pactos de colaboración entre diversos países, según los intereses afectados.  

• Los otros actores

El bajón económico mundial también llegó cuando las relaciones entre EEUU y la todavía segunda potencia militar del planeta, Rusia, mantenían su crónica rivalidad. Moscú, pese a sus limitaciones económicas, ha continuado con sus programas armamentísticos estratégicos. Estos han llegado a hacerse amenazadoramente patentes el 13 de diciembre con pruebas de sus más modernos misiles balísticos Bulava, lanzados desde submarinos nucleares. Todo asumido como una advertencia sobre los delicados juegos que implica cualquier amenaza a sus estratégicos y vitales circuitos de exportación de gas entre Asia y Europa.

Las tensiones entre las potencias también suponen los grados de presencia en otras regiones como el África subsahariana y Latinoamérica. En los últimos años las inversiones chinas se multiplicaron aceleradamente frente a un estancamiento y hasta retroceso de las correspondientes a las potencias occidentales. Sus préstamos han empezado a jugar roles clave en diversos países al grado de crear una férrea dependencia. La fabricación, compra y distribución de las vacunas anti Covid-19 igualmente ha marcado más competencia que cooperación entre EEUU, Europa, China y Rusia.  

Ante ese escenario, los analistas advierten una falta de liderazgo global que permita consensuar un nuevo orden. Ian Goldin, un profesor de globalización y desarrollo de la Universidad de Oxford, declaró a la cadena BTN: "Podemos tener optimismo, pero no vemos liderazgo desde la Casa Blanca. (…) China tampoco puede asumirlo y no hay un complemento fuerte en Europa". El analista coincide con varios otros en relación a trabajar escenarios en base a las experiencias surgidas tras las dos post guerras mundiales.

• ¿La salida?

Con todo, la prueba de fuego para afrontar la crisis pospandémica estará concentrada en las repercusiones económico-monetarias y en la capacidad de conducción y de liderazgo de organismos medulares del sistema global, especialmente el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Para enfrentar la urgencia de la recesión económica mundial que acompaña a la pandemia. Las condiciones políticas dependerán especialmente de la postura que asuma Washington entre sus tendencias aislacionistas o de reapertura hacia el mundo.

Durante la crisis económica de 2008, la más reciente, el G-20 (grupo de las 20 principales economías del planeta) asumió un rol proactivo en la coordinación y vinculación intergubernamental entre las economías y los poderes emergentes. En la última reunión de emergencia convocada por Arabia Saudita el 22 de noviembre, la declaración del grupo no llegó a grandes consensos. Al cierre de la reunión los líderes del G20 prometieron apoyar “plenamente” los esfuerzos para que la vacuna contra el Covid-19 llegue equitativamente a todos los países del mundo. Sin embargo, no llegaron a compromisos financieros puntuales.

La realidad deprimida de los poderes emergentes, sumada a la recesión que experimentan las economías desarrolladas, no contribuye a la activación del clima que, en 2008, dio luz a una actuación política decisiva del G-20. Según los analistas, una decisión coordinada con el G-7 para la concesión de moratorias a los países de menores ingresos puede significar un primer paso, junto con la demanda de mayor coordinación de los bancos centrales.

Sin embargo, las consecuencias de la pandemia ya apuntan a un dramático aumento mundial de la desigualdad y la pobreza. “Ello sólo podrá ser superado, para evitar un agravamiento de la conflictividad e inestabilidad globales, con respuestas colectivas con empuje político, acompañadas por una sustantiva inyección de recursos para el fortalecimiento de la capacidad de provisión de bienes públicos en todo el planeta –ha escrito la analista chilena Mónica Hirst–. Esas acciones dependen de un esfuerzo hercúleo de revitalización del multilateralismo y de la cooperación internacional”.