Putin y el nuevo juego ruso en el planeta

El exagente de la KGB soviética que año tras año se encamina hacia el sitial de convertirse en el mandatario que más tiempo encabezó a este país, rearticuló un escenario internacional similar al vivido durante la Guerra Fría. Tras los grises años 90, en los que parecía llegar un colapso histórico generalizado para la otrora Gran Rusia, reestructuró un esquema de alianzas cuyo objetivo es establecer un contrapeso real a Estados Unidos y sus aliados. La defensa de los intereses estratégicos rusos volvió a tener entre sus bases una expandida presencia internacional.

Los aliados rusos del siglo XXI coinciden en ciertas características: son autocracias que buscan vencer graves convulsiones internas y presiones externas que, en más de un caso, llegan a sangrientas guerras. Allí se hallan los rusos respaldando con armas, tropas y tecnología a regímenes que gobiernan zonas que, por su ubicación o sus recursos, interesan especialmente a Rusia. La lista puede bordear la docena de países y cuatro de los cinco continentes: Venezuela, Siria, Libia, Turquía, Bielorrusia, Armenia y Sudán resultan los principales.   

 En ese afán, Putin se aseguró tener una gran influencia en países donde lo que prima es la inestabilidad y el conflicto, como los casos de Venezuela, Siria y Bielorrusia, entre otros.

En todos esos casos, el gobierno liderado por Putin, en medio de trágicas crisis humanitarias, juega sus cartas estratégicas en pos de tres objetivos centrales: influencia geopolítica, sumar ejes con los países afectados y otras potencias frente a Estados Unidos, y negocios millonarios que puedan paliar la delicada situación económica que atraviesa Rusia.

• Putin y Maduro, un solo corazón

Pocos años después de fortalecer su poder interno, Putin empezó a empeñarse en incrementar la presencia rusa en Latinoamérica. Tras la caída de la Unión Soviética esa influencia en la región al sur del río Bravo había disminuido y parecía encaminarse a su desaparición. En el relanzamiento putinista, la Venezuela de Hugo Chávez resultaba ideal para los intereses del Kremlin. Se trataba de una nación rica en petróleo y el Gobierno bolivariano hacía gala de un profundo sentimiento antiestadounidense.

Entonces Rusia se convirtió en uno de los mayores aliados políticos y comerciales del régimen de Chávez primero, y luego de Maduro. Moscú es el segundo acreedor de Venezuela, después de China, con cerca de 8.000 millones de dólares, según diversos análisis especializados. En dos décadas, Caracas y Moscú firmaron alrededor de 300 acuerdos de cooperación. Destaca especialmente la materia en la que los rusos brillan a nivel mundial, pues los contratos en el campo técnico-militar rondan los 11.000 millones de dólares.

Rusia ha convertido a las Fuerzas Armadas de Venezuela en una de las cuatro más poderosas del subcontinente, sólo superada por Brasil, México y Colombia. Gracias al apoyo ruso, Venezuela cuenta, por ejemplo, con cazabombarderos Sukhoi Su-30, un temible sistema misilero de defensa SAM 300, tanques T-72 y radares, entre otro material bélico. La nación caribeña, incluso instaló una fábrica de los afamados rifles Kalashnikov.

La ayuda militar incluyó la llegada de tropas rusas a suelo venezolano, la realización de maniobras conjuntas con la flota rusa en aguas del Caribe. Incluso cristalizó la llegada de los mercenarios privados rusos de la compañía Wagner que trabajan normalmente en coordinación con el Kremlin.

Pero el apoyo no tiene características solidarias precisamente ni tampoco sólo de intereses geoestratégicos frente a EEUU. Rusia sabe que Venezuela cuenta con la enorme reserva de petróleo que tiene Venezuela -la más grande probada del mundo- como garantía. No por nada, Rosneft, la gigante petrolera rusa, rescató al régimen chavista para ayudarle a hacer frente a las sanciones impuestas contra sus funcionarios y empresas que operaban con Petróleos de Venezuela (PDVSA). Además, los acuerdos firmados también les permitían a los rusos ingresar su tecnología y personal en las abandonadas refinerías de PDVSA. En medio de la agobiante crisis venezolana hay un plan de pagos de la deuda a Rusia que están matemáticamente programados hacia fines de la década. 

Recientemente, Venezuela firmó un acuerdo con Rusia para comprarle millones de dosis de su cuestionada vacuna Sputnik V contra el coronavirus. Moscú ya alcanzó acuerdos similares con otros países como Argentina, México y Bolivia, pese a la desconfianza que reina sobre esa vacuna, ya que fue aprobada por las autoridades sanitarias rusas sin haber completado la tercera etapa. Venezuela, por ejemplo, fue uno de los países donde se probó en los últimos meses la inyección rusa. De esta forma, Putin se aseguró negocios millonarios, logró posicionarse fuertemente en la región, y alcanzó una gran influencia sobre el petróleo venezolano.

• Guerra rusa en Siria

La crisis venezolana tiene como una de sus imágenes internacionales a sus ya casi 5 millones de emigrantes. Es la segunda crisis de ese tipo en el planeta. La primera resulta la crisis siria con casi 10 millones de fugitivos. En ese conflicto, Rusia también es protagonista destacado, o sea, defiende sus intereses en pleno Oriente Medio, y lo hace a fuego. 

Como es sabido, el estallido de las protestas antigubernamentales en marzo de 2011 derivó en Siria en una guerra civil que perdura hasta hoy. Cuando el gobierno del dictador Bashar al Assad tambaleaba ante la ofensiva de los rebeldes, Rusia aprovechó la oportunidad e intervino en el conflicto en rescate del dictador. No se esperaba menos pues si Siria cae en manos de un gobierno prooccidental, es muy probable que se construya un gasoducto que permitiría, con gas de otros países, abaratar los costos en los mercados de Europa a los que Rusia vende el suyo.

En septiembre de 2015, Moscú inició operaciones militares en Siria. Putin explicó que el objetivo era combatir a la organización Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés). La presencia rusa en el país árabe se mantiene hasta la fecha. Ya constituye la mayor operación militar en el extranjero del Ejército ruso desde el colapso de la Unión Soviética. En un principio, se aseguró que el apoyo sólo sería a través de la Fuerza Aérea. Pero luego el Kremlin envió militares que actúan como policía militar. También hay denuncias sobre unidades paramilitares privadas que responden al Grupo Wagner.

Rusia asegura que colabora en la lucha contra el terrorismo, pero el Kremlin y el régimen de Al Assad han sido acusados de perpetrar ataques contra la población. En octubre de 2020 Human Rights Watch (HRW) denunció que cientos de civiles murieron en la ofensiva militar efectuada por las fuerzas de la dictadura siria con apoyo de Rusia entre abril de 2019 y marzo de 2020 para recuperar el control de Idlib, último bastión de Siria controlado por los rebeldes.

• También en África

Otra zona que está en la mira de Rusia es África. Allí prevé la creación en Sudán de una basa naval en el Mar Rojo para abastecer su flota, según un proyecto de acuerdo con este país del noreste de África. El documento contempla el establecimiento de “un centro de apoyo logístico” en el que se realizarán “reparaciones, operaciones de abastecimiento y descansarán los miembros” de la marina rusa. La base acogerá a un máximo de 300 soldados y personal civil y en ella podrán acostar cuatro embarcaciones, incluso buques de propulsión nuclear.

Durante los últimos años, Rusia, con una presencia creciente en África, estrechó sus vínculos con Sudán tanto en el ámbito militar como en proyectos de energía nuclear para producir electricidad. Moscú y Jartum pactaron en mayo un acuerdo de cooperación militar de siete años.

• Un escudo en el entorno

Rusia pretende conservar a su lado a los países de su “área de influencia” para así evitar una expansión mayor de la OTAN. Por ello, uno de sus vecinos resulta parte de la lista de zonas influencia privilegiada: Bielorrusia. Desde hace 26 años Aleksandr Lukashenko gobierna ese país bajo formas nada democráticas, pese a una creciente oposición y duras protestas. Pero goza como pocos del apoyo ruso y de su homólogo en persona.

Baste citar que entre el 14 y el 25 de septiembre, las tropas de ambos países realizaron maniobras militares conjuntas en la localidad bielorrusa de Brestski. Las autoridades rusas indicaron que sólo se trató de ejercicios militares, pero el hecho despertó suspicacias sobre un posible despliegue ruso en la antigua república soviética. Además, Putin llegó a advertir que podría enviar policías a suelo bielorruso si las manifestaciones contra el Lukashenko se volviesen violentas.

La dependencia de Bielorrusia también es económica. La deuda bielorrusa bordea los 2.000 millones de dólares y Moscú es el mayor financista de Minsk: casi 40 por ciento de la deuda bielorrusa está en bancos moscovitas. Otros ejemplos de esa dependencia son los créditos blandos que recibe desde Moscú, y las ventas de gas y petróleo a precios muy favorables. En mayor o menor medida, la historia se repite en la vasta telaraña internacional que ha tejido Putin. En ese marco, una excepción singular resulta China. Encaminada a ser la nueva primera potencia mundial, en algunos escenarios, juega a ser aliada de Rusia como plantando cara al celo estadounidense.