Microcosmos agustino, entre el recuerdo y la reflexión
En 1970 el colegio San Agustín cumplía 16 años y graduaba a su décima promoción de bachilleres. Creado por los sacerdotes de la provincia holandesa de la Orden de San Agustín, la unidad educativa ofrecía cursos en el nivel secundario con fuerte énfasis en materias técnicas, pero con un enfoque innovador que incluía cursos de carpintería, metales, electricidad y motores, complementados con dibujo técnico; además de clubes de debates (Casiciaco) y de periodismo estudiantil (La Kantutra). Por entonces también incluyó cursos de quechua además de inglés, y como estaba relativamente alejado del centro, en Tupuraya, tenía jornada continua y los alumnos almorzaban en el mismo establecimiento.
Estos temas le daban al San Agustín un perfil muy diferenciado de otros colegios de la ciudad, lo que además quedaba en evidencia en los desfiles escolares, donde los agustinos desfilaban con uniformes “de trabajo” color gris y sin la “banda de guerra” que absorbía la competencia de otros colegios.
El grupo de bachilleres ese año fue reducido: apenas 17. Tuvieron un acto modesto y sencillo que organizaron los propios alumnos e invitaron, por supuesto, a sus maestros y familiares. El colegio no les entregó “diplomas de bachiller” porque –argumentó– esa era atribución exclusiva de las universidades y los padres agustinos no estaban para disimulos formales.
De hecho, ellos transmitieron a los estudiantes muchos de los valores pragmáticos y racionalistas de la Holanda de la posguerra, así como estimulaban la independencia y la responsabilidad personales. Aunque establecieron un colegio católico, su enfoque era poco afecto a los rituales tradicionales y más concentrado en la filosofía, los valores, la historia y la experiencia cotidiana. No es que menospreciaran las formas, pero insistían en que se las comprendiera y aplicara como manifestaciones del fondo de las cosas, de su sentido profundo.
Al acercarse el aniversario emblemático de los 50 años de egreso del colegio, las Bodas de Oro, los exalumnos de esa promoción comenzaron a buscarse para recordar y conmemorar ese pequeño hito.
La conexión a través de la internet facilitó el reencuentro, pero la pandemia le puso freno. A muchos se les hizo imposible viajar y el año fue pasando lentamente sin fiesta ni visitas.
Surgió entonces la idea de volcar esa energía en algo que diera testimonio de lo que habían significado los seis años de la secundaria para aquellos adolescentes, convertidos en sexagenarios nostálgicos.
Entonces se barajaron opciones, comenzando por las que dictaba la tradición: una placa conmemorativa y un regalo pedagógico. Y entre debate y debate tomó forma la propuesta que finalmente quedó plasmada: una obra escultórica que vincule el colegio con la ciudad. Se consultó a varios artistas y todos se mostraron entusiasmados con la idea y enviaron sus propuestas. Al final, el grupo se decidió por una obra en metal de León Saavedra Geuer, que hoy se levanta en una pequeña plazoleta a las puertas del colegio San Agustín con vista a la avenida América.
León Saavedra es un escultor y vitralista muy reconocido que presentó sus obras en bienales internacionales, así como en lugares notables, especialmente en Santa Cruz. Es de una familia de artistas holandeses que produjo muchos vitrales en templos europeos. Algunos fueron restaurados por el mismo Saavedra, como en la ciudad holandesa de Utrecht.
Como la obra propuesta por León Saavedra es abstracta, al observarla surgen diálogos intensos sobre su significado: un pez símbolo de la vida, un cohete apuntando al espacio, una madre con el embrión en las entrañas, una flecha apuntando al cielo, las manos de Dios guardando un átomo. Como todo gran arte abstracto, éste también representa un mensaje especial para cada espectador. Admitiendo sus múltiples significados Saavedra dijo: “Si quieren llamarle algo, que sea microcosmos”.
La obra se completó con placas recordatorias que recuperan un pequeño símbolo de los años fundacionales: el escudo original, diseñado entonces por otro estudiante, convertido hoy en uno de los artistas plásticos más reconocidos del país: Fernando Rodríguez Casas. Se trata de un átomo de carbono enlazado con una cruz inclinada en perspectiva. La obra recuerda a los maestros que ayudaron a formar a esa promoción, y a los alumnos que egresaron aquel lejano 1970 y ahora agradecen a su colegio y a sus maestros.
La escultura se libró al público en un sencillo acto el 27 de marzo de 2021, en presencia del directorio de la Fundación Educacional San Agustín (FESA), hoy encargada de continuar la obra de los padres agustinos, el director y algunos alumnos y profesores. El presidente de FESA destacó el aporte y afirmó que coadyuva en el nuevo modelo educativo del San Agustín, que combina ciencia y arte para generar una educación hacia la creatividad a partir de un entorno que integra en el paisaje habitual estímulos estéticos e intelectuales, como la escultura de Saavedra.
También estuvieron dos autoridades municipales: el director de Cultura y la secretaria de Desarrollo Humano. Fue precisamente ella, Jenny Rivero, quien cerró el acto agradeciendo a nombre de la ciudad un aporte que, a su juicio, no solamente da testimonio del reconocimiento de ese grupo de estudiantes a su colegio y a sus maestros, sino de su amor por Cochabamba. “Ojalá que otras promociones y otros colegios sigan este ejemplo y llenemos nuestras calles de arte y sentimiento”, dijo.