Breve diccionario, no autorizado del “bolinglish”
Que el mundo se halla bajo una invasión de anglicismos sin precedentes ya es un hecho. A esa conclusión llegan desde expertos de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) hasta mandatarios como el primer ministro italiano Mario Draghi. El premier, hace cuatro semanas, dijo: “Me pregunto por qué siempre tenemos que usar todas estas palabras en inglés”. Que se cumple lo que el padre de la gramática española, Antonio Nebrija, dijo hace 530 años. “Siempre fue la lengua la compañera del imperio”, también queda claro. Que la globalización de las comunicaciones, la tecnología y la dinámica de las migraciones humanas aceleraron y multiplicaron el fenómeno resulta evidente. Lo que aún no está resuelto es si esa invasión bate marcas mundiales o, por lo menos, olímpicas en Bolivia.
Las ciudades del país, donde ya vive cerca del 70 por ciento de la población, a estas alturas precisan de una especie de diccionario intergeneracional. Quizá sea bueno ir dejando, para lingüistas e historiadores del futuro, documentos sobre cómo se hablaba el castellano en estas tierras antes de 2010. Al ritmo que va la invasión, no sabemos si para entonces la lengua oficial sea algo así como el “bolinglish”. Ello porque, especialmente, quienes nacieron a partir de los 80 ya no parecen hablar un dialecto, sino un nuevo idioma.
Si hasta incluso definen sus generaciones, y a la anteriores, con términos provenientes del inglés. “Mi viejo es un baby boomer”, dicen cuando se refieren a quienes nacieron en tiempos de la explosión de la natalidad, entre 1946 y 1964. “Yo soy de 1980, la gen ex (generación equis, pero pronunciada en inglés) o ‘gen emtiví’ (por el canal música MTV)” —añaden—. “Yo soy un millennial (o milénico, en castellano cuando se habla de quienes nacieron entre 1981 y 2000)”.
Desayuno en inglés
Así, hoy muchos bolivianos se atragantan anglicismos en diversas dimensiones de su vida. La deslenguada empieza en el mismo desayuno. Los padres responsables ya no les dan a sus pequeños avena cocida con leche, sino porridge. Los que no son tan responsables prefieren lo práctico y les compran corn flakes, que es imposible traducir ya por “hojuelas de maíz”. Cuando por alguna razón se debe desayunar fuera de casa están en oferta los Patty melts, los cheesecakes, los hot cakes, los wraps y los milkshakes. Hasta no faltan los locales que ofrecen american breakfast, como si la palabra “desayuno” se hubiese jubilado y americanos fuesen sólo los del norte.
Para la media mañana o la media tarde, aparecieron nuevas variedades de ofertas gastronómicas como, por ejemplo, ciertas heladerías basadas en el acaí o los llamados frappés. Hasta ahí ningún problema. Lo llamativo de estos acai superbar superfood resultan los menús y sus smooties, sus passion bowls, hershey pie, fruit mix... incluido un topping extra. Además, como tantos negocios en estos tiempos, ofrecen el servicio de delivery que, al parecer, en la prehistoria se llamaba “entrega a domicilio”.
Si de comidas calientes se trata, para esas medias jornadas también han aparecido algunos vehículos, generalmente camionetas, que venden sus comidas en las calles. Más de uno de ellos ha decidido llamarlo food truck. Así van las cosas, y eso que hasta aquí no llegamos ni al almuerzo.
Lo llamativo es que no faltan oficinas o clases donde para esa merienda de media jornada le cambiaron la forma de convocatoria. Otrora el ejecutivo o docente decían: “Muchachos, démonos un descanso para tomar fuerzas con una sajra hora”. Hoy, la convocatoria a los passion bowls es: “Chicos, hagamos un break para servirnos un coffee” o mejor un brunch y no quedar tan out.
A propósito de las reuniones y las relaciones sociales, afectos y desafectos, y hasta odios y amores han cambiado de vocabulario, y de idioma. Si en la clase o el trabajo se ha llegado a cierto nivel de simpatía, entonces “hay un buen feeling”, dicen. Si el líder despierta admiración, “tiene sus fans”. Pero suele suceder que tras el pedido briefings, o papers o mockup, que antes eran “informes”, “resúmenes” y “maquetas”, las cosas cambien. Puede que surjan sus haters, se acabe el feeling y se produzca un crash (“quiebre”, en la antigüedad).
Desafectos y amores
Toda la codificación de acrónimos, de uso tan estadounidense, que ha empezado a cundir en los chats puede en esos casos cambiar. Posiblemente los LOL (“rio a carcajadas” o “ja, ja, ja”), OMG (“Ay Dios mío”) y ASAP (“tan pronto como pueda”) cambien por WTF (textualmente intraducible, pero rudo). Es más, en las redes sociales no le darán los likes a sus ocurrencias, chistes repetidos y plagios. Quizás hasta se compliquen los workshop (el arcaísmo era “talleres”), esos en los que se esperaba tener un brainstorming (una lluvia de ideas, se decía).
Sería un desastre, se romperían los networking, habría el riesgo de perder el crowdfunding y de que ya no se desarrollen las startups. O sea, chau “red contactos” que permitiría lograr un “financiamiento para empresas” y así desarrollar un “nuevo emprendimiento innovador”, respectivamente, pero en extrañas palabras.
Tal vez algunos hasta decidan trabajar como freelance, es decir, de forma autónoma o independiente. En medio del problema, de nada habrá servido tener un MBA o Master Business Administration o, humildemente, maestría en administración de empresas, nomás. Adiós a sus sueños de ser un project manager (gestor de proyectos), un business developer (emprendedor) o un community manager, o, simplemente, “gestor de redes sociales”, para que sufra menos.
La organización ya no podrá marcar una trending topic (“tendencia”, le llamaban los antiguos), él ya no podrá ser un influencer, traducido, “líder de opinión”. Pero, como no todo es malo en la vida, también es posible que en medio del grupo surja algo más que una simpatía. Hay la posibilidad de que se produzca un flechazo, un magnético amor a primera vista. Eso a lo que hoy llaman crush, aunque le baje por lo menos un 50 o más por ciento de romanticismo.
Quienes no logran ni su crush, ni su startup, ni su MBA y se dedican a los chocolate bowls o los drinks entran en crisis. Entonces para combatir la tensión emocional y el sobrepeso suelen recurrir al deporte. Si antes la gente decía que iba al gimnasio, ahora dice que va al gym. Si antes decía que saldría a trotar, hoy dice que hace footing y que es un runner. Si prefirió dedicarse al ciclismo, explica que es un biker o que practica bicicross en extreme downhill, o sea, “descenso extremo”.
Ejercitar push ups
Hasta los ejercicios físicos más simples y tradicionales hoy precisan de un traductor. Desde que las disciplinas clásicas fueron jubiladas, las sentadillas se llaman squats, las flexiones son push ups y las abdominales son abs. Al parecer los practicantes de crossfit, cxworx, aquaphysical, o power-jump sienten que con unos buenos músculos serán personas más cool (atractivas y distintas). Y eso lo pueden garantizar sus coaches (entrenadores).
La invasión de anglicismos colma prácticamente todos los espacios del habla boliviana. Quienes iban de excursión, ahora van de camping; no se celebra un próximo nacimiento, sino un baby shower, restaurantes y bares ofrecen happy hours. También los comercios se organizan para su Black Friday. Los técnicos en telefonía usan verbos como el “flashear”, “mutear” y “randomear” los iPhones. Hasta en otros ámbitos más libertinos hoy se encuentran scorts, strippers y table dancing girls o “teiboleras”. Pero ahí ya se roza con mundillos oscuros y pesados, en este tiempo en el que hay gente a la que le atrae lo dark aunque resulte heavy.
La lista se vuelve incontable: bullying por acoso, email por correo electrónico, streaming por directo, online por a distancia digital, ranking por clasificación, podcast por audio, link por enlace…
Incluso periodistas y comunicadores, quienes debían velar por el buen uso del idioma, han puesto de moda las fake news y los newsletter. ¿Será que antes no había “noticias falsas” y “boletines”? ¿Será que pasaron al olvido reflexiones enteras de reconocidos expertos de la comunicación, la lingüística, la literatura y hasta la antropología? ¿Será tan agresiva esta invasión que van cediendo los últimos diques?
Hasta en las prestes
Si hasta lejos de los ámbitos citadinos, hace unas semanas, las prestes de Huachacalla y Sabaya bailaron al ritmo de Mr. President y Modern Talking. Incluso la fonética empezó a cambiar hace buenos años y el paladar de no pocos jóvenes empieza a reacomodarse. No por nada la pronunciación de la “r” en algunos estratos sociales del occidente boliviano se la conjuga como “wra”, “wre”, “wri”… Pasa algo parecido con la “s” con los “osssea” o los “osá”. Tampoco no faltan quienes llegaron a la muletilla “aaammmm”, tan propia de los angloparlantes que aprenden el castellano.
Lingüistas bolivianos como José Mendoza, Víctor Vargas o expertos españoles de la talla de Alex Grijelmo han señalado que los neologismos se asimilan por tres razones principales: vacío semántico, prestigio o ignorancia. Se toma expresiones de otras lenguas por aparentar, por desconocimiento de que exista una palabra en castellano, o para referirnos a algo nuevo.
La incorporación de términos de otras lenguas es “normal y saludable” cuando no hay equivalencias en español, ha explicado el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado. Hay célebres casos como fútbol, tuit, guasap, selfi o pirsin. Pero el problema radica en caer en ese abuso “por esnobismo o pereza”. “Este tipo de ejemplos son los que hay que combatir —ha dicho Muñoz Machado—. Porque esconden un cierto complejo de inferioridad”.
El reconocido Libro de estilo del diario El País de Madrid insiste en esa idea cuando destaca que, “por regla general, no deben utilizarse p--alabras de lenguas distintas a aquella en la que se escribe, mientras existan otras sinónimas en ese idioma”. Además da un mensaje directo a quienes deben especialmente cuidar la lengua: “El uso de tecnicismos no da idea de que un periodista ha adquirido muchos conocimientos en una materia específica, sino todo lo contrario: que es incapaz de explicarlos en un lenguaje comprensible por su público”.
Que la invasión raya en lo crítico lo demuestra un reciente invento en la propia España. Allí la lingüista computacional Elena Álvarez Mellado creó una herramienta que permite encontrar los anglicismos publicados cada día en los medios informativos. Se denomwina Observatorio Lázaro. Quién sabe si un día Lázaro se aplique en los países hispanoparlantes y se establezca una clasificación. Eso si es que antes no nacen nuevas lenguas derivadas como el “bolinglish”.