Fawcett, el verdadero Indiana Jones, y su paso por Bolivia

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Publicado el 26/09/2022 a las 8h17
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Texto: Ing.MSc. Javier G. López y Rafael Sagárnaga L. 

Percival Harrison Fawcett, más conocido como Percy Fawcett, desapareció hace 97 años en medio de la selva amazónica. Producto de aquel misterioso final la fama que hasta entonces había cosechado se multiplicó hasta convertirlo en exitosa fuente de inspiración literaria y cinematográfica. El libro marcadamente autobiográfico que 30 años después publicó su hijo, Brian Fawcett, fue la base directa o indirecta de aquella prolífica veta artística. Sin embargo, algo que fue destacado contadas veces es la decisiva influencia que Bolivia tuvo en uno de los más famosos exploradores de la historia. 

De hecho, en el libro, titulado “Exploración Fawcett”, 27 de las 62 fotografías e ilustraciones que contiene corresponden a Bolivia. Asimismo, 9 de sus 24 capítulos se concentran en nuestro país o lo citan. Probablemente, Fawcett haya sido el primer investigador que rompía tajantemente el estereotipo de la imagen boliviana predominante y casi absolutamente andina. Fue, sin duda, un privilegiado conocedor de todas las regiones que constituían el territorio de aquella república en los primeros años del siglo XX. El texto describe los Andes, Beni, Santa Cruz y el Chaco, e incluso alude a la, por entonces, reciente pérdida del litoral. 

Precisamente, esta historia comienza para los bolivianos en 1906. Ese año, el teniente coronel del ejército británico Percy Fawcett fue invitado a delimitar la frontera entre Bolivia y Perú. Fawcett, quien entonces tenía 39 años, era hijo de un miembro de la RSG-IBG, pero además había realizado servicios de espionaje en Asia y África. Por ello, cuando los miembros de aquella institución recibieron la solicitud de un cartógrafo experto, por parte del gobierno de Ismael Montes, pensaron en él. 

Invitación a Bolivia

“¿Sabe algo de Bolivia?, me preguntó el presidente de la Real Sociedad Geográfica (RGS-IBG, por si sigla oficial) —relató Fawcett en sus memorias—. Nunca he estado allí, me replicó, pero su riqueza potencial es enorme. Lo que se ha explotado ha sido sólo rasguñar en la superficie. Por lo general, cuando se habla de Bolivia, se piensa que es un país que está en el techo del mundo. Es cierto que gran parte de él está en las montañas. Pero más allá de ellas, hacia el este, existe una inmensa área de selva tropical y de planos que, de ninguna manera, se han explorado totalmente”. 

Aquella charla que describe la gran diversidad que contiene el territorio boliviano se convirtió en la gran oportunidad que Fawcett esperaba. Buscaba escapar de la “monótona vida de un oficial de artillería en los regimientos de su patria”. El explorador no sabía que se le iba abriendo la puerta al mayor de sus caros sueños. Empezaba una aventura que, en más de un relato, incluido el del propio Fawcett, ha rozado las barreras de lo paranormal y lo fantástico. 

“Naturalmente, yo acepté el ofrecimiento —relata Fawcett—. La romántica historia de las conquistas españolas y portuguesas y el misterio de sus vastas selvas inexploradas hacían que para mí fuera irresistible la tentación de Sudamérica. Tenía que tomar en cuenta a mi esposa (Nina Agnes Paterson, por quien en varias partes del texto profesa un profundo amor) y a mi hijo, a otro niño que venía en camino, pero el destino me ordenaba que fuera. De manera que no podía dar una respuesta negativa”.  

Así el explorador se convirtió, además, en virtual árbitro dirimidor de los límites entre Perú y Bolivia. Los dos países consideraban que en la disputa sobre las fronteras no estaban preparados para que cada uno las determine por su cuenta. Por eso buscaron una entidad o persona independiente que realice dicha obra. Entonces el Gobierno de Bolivia, a través de su representante diplomático, en Londres recurrió a la RGS-IBG para que recomiende a un oficial de gran experiencia para que trabaje en Bolivia.

Según el relato, Bolivia y Perú todavía no se habían recuperado de la devastación ocasionada por la guerra contra Chile, que duró de 1879 a 1882. El texto añade que las dos repúblicas estaban muy poco desarrolladas, sin vistas a industrializarse. Eran países principalmente agrarios, influenciados por la colonización española y el potencial minero que empezó a ser explotado por entidades europeas. Mientras tanto, Chile se hallaba boyante, especialmente gracias a la explotación del nitrato (guano) que había precisamente conquistado en aquella conflagración.

Los Andes y Tiwanaku

Con redacción clara y describiendo puntillosamente experiencias y percepciones, Fawcett relata su viaje hasta Bolivia, especialmente desde su llegada a Panamá, tras su escala en Nueva York. Cita entusiasmado que siguió la ruta que había recorrido Francisco Pizarro. Relata con deleite su ascenso en tren hacia los Andes y su asombro al ver la cordillera de Los Andes y el Titicaca. En el lago sagrado toma “El Coya”, uno de los modernos vapores que entonces lo surcaban y desciende en Guaqui para tomar el tren a La Paz. Es cerca de aquel puerto donde hace gala de su otra vocación: la arqueología.  

“Pronto estuvimos cruzando Tiwanaku, cuyas antiquísimas ruinas son tal vez las más viejas de todas, más antiguas aún que la esfinge —explica Fawcett—. Tiwanaku fue construida como Sacsayhuamán y gran parte del Cusco por una raza que manipulaba rocas ciclópeas y que las esculpía para ajustarlas tan perfectamente que es imposible introducir la hoja de un cuchillo entre las junturas que no llevan argamasa. Contemplando estas ruinas no es difícil creer en la tradición que relata que fueron levantadas por gigantes”.

Fawcett en sus memorias relata el saqueo continuo y el escaso cuidado y estudio que merecía la célebre ciudadela preincaica en ese tiempo. Añade que un “eminente arqueólogo alemán” le pidió que ofreciera al Museo Británico un notable tesoro: “24 cajas llenas de alfarería, piedras y figuras de oro, armas y otras reliquias” de la extraordinaria colección que había organizado allí. El alemán manifestó, además, que aceptaría la tasación que realizara el museo. 

“Cumplí con sus deseos, pero se rehusaron —recuerda Fawcett—. ‘Para decirle la verdad, los objetos no nos interesan especialmente’, fue la respuesta que me dieron. Los ingleses perdieron aquel día tesoros incalculables”. Y, a propósito de hallazgos y búsquedas, el explorador remarca que en Los Andes de ese tiempo se vivía una crónica fiebre de tesoros escondidos. Cita diversas anécdotas con el detalle de las pasiones que desbordaban tanto a los afortunados como a los fracasados. 

Deslumbrado por La Paz

Pero así como las culturas milenarias y las historias de tesoros si algo marcó la memoria de Fawcett en Bolivia eso fueron los paisajes. Al parecer uno de los que más le inspiró fue la llegada a La Paz. Aquel viajero empedernido que ya había recorrido cuatro continentes y tres océanos dibujó con sus letras su llegada a El Alto y luego el descenso a la ciudad encerrada entre nevados y colinas. 

“Las torres de muchas iglesias se levantan entre los techos y jardines, y casas blancas brillan como joyas entre los campos verdes y amarillos de las faldas de las colinas —pinta Fawcett—. La cumbre del Illimani, a 21.000 pies, situada al sureste, deslumbra el ojo, pareciendo que sólo está a cinco millas, cuando en realidad son 50, y la gloria de los picos nevados presta infinita grandeza y hermosura a la escena. Por todas partes hay indios, cuyas vestiduras lucen todos los colores imaginables”.   

Pero ya acomodado en La Paz le sobrevendría uno de los primeros sofocones. Según Fawcett, las autoridades de la Cancillería boliviana le aclararon que había una confusión en cuanto a los montos del pago por sus servicios. No se trataba de 4.000 libras esterlinas, sino de 4.000 pesos bolivianos. Tras una engorrosa serie de negociaciones, el explorador logró algunas mejoras, pero resignó su intención de trasladar a su esposa e hijos a Bolivia. El 4 de julio de 1906, Percival Harrison Fawcett se encaminó rumbo a la región que marcaría su hasta hoy desconocido destino final.

El texto abunda nuevamente en descripciones que deslumbran al explorador que viaja liderando una caravana de ayudantes y mulas. Nevadas intensas como umbral del amanecer en un lago Titicaca rodeado de miles y miles de aves que apenas se inmutan por la presencia humana. El descenso hasta la siempre hospitalaria Sorata situada a los pies de otro gran coloso andino: el Illampu. Y la llegada a zonas preamazónicas donde sorprendentemente la fiebre de oro se ha mantenido prácticamente invariable hasta el siglo XXI. Fawcett, en sus inspiradoras memorias, describe decenas de paisajes, analiza alimentos, costumbres, razas y la idiosincrasia de diversas poblaciones. 

Eterna fiebre del oro

“En Mapiri obtuve los servicios de un negro de Jamaica llamado Willis —relata a tiempo de mostrar la diversidad de extranjeros que atraía el oro—. Cuando estaba sobrio era un excelente cocinero. Él y otro hombre de color se habían ganado la vida lavando oro, pero su amigo estaba ahora enfermo y desanimado. Como Willis me informó, ‘su amigo deseaba morir, pero no podía morirse’. Willis, cansado de esperar, se alegró de reunirse con nuestro grupo”. 

En Mapiri también Fawcett inicia otra de las travesías que suele ser recurrentemente escenificada en los filmes que se basaron en su historia: los callapos. El explorador relata cómo viaja en esas precarias embarcaciones junto a su carga e incluso su máquina fotográfica a momentos vertiginosamente y a momentos en extrema lentitud. No escasean las caídas y hasta naufragios que hacen temer el final no sólo de la aventura. 

Y en las escalas, Tipuani y Guanay, más oro, mucho oro. En la ruta de aquella aventura se entrecruza otra riqueza de aquellos años, el caucho. Las legiones de peones que lo transportan desde las selvas hasta La Paz sorprenden al viajero inglés por su resistencia, potenciada por la masticación de coca. Fawcett, conmovido, relata luego escenas del virtual esclavismo practicado por los latifundistas. Finalmente, llega a Rurrenabaque, las puertas de la Amazonía, donde se sumergiría por primera vez en el reino de los jaguares y las anacondas.   

Otro de los notables méritos del teniente coronel Percy Fawcett fue el haberse podido contactar y comunicar con decenas de etnias. Tupinambos, guarayos, cachiris, catenas y chunchos, tribus, entre otras, conocieron al explorador. Naciones que eran consideradas caníbales por los dueños de las barracas, en su mayoría eran europeos. Fawcett entre viaje y viaje también empezó a sumar datos sobre los restos de las civilizaciones que poblaron aquellas regiones cientos y quizás miles de años antes. 

La ciudad Z

El viajero realizó en total siete expediciones y prestó servicios, además, a los gobiernos de Brasil y Paraguay. En la última, iniciada en 1924, buscaba plasmar un descubrimiento que, aseguraba, revolucionaría la historia de la humanidad. Quería hallar la ciudad que cita el célebre Manuscrito 512, un lugar colmado de monumentos extraordinarios ornamentados con piedras preciosas y oro. Seguro de haber hallado las señas que lo llevarían al lugar llevó como acompañante a su hijo Jack y a Raleigh Rimmell, un amigo de este. 

Además del Manuscrito 512, Fawcett llevaba consigo una estatuilla singular de basalto. Se la había regalado otro explorador y era considerada parte de aquella extraña civilización a la que el explorador vinculaba con la mítica Atlántida.  Él puso a su proyecto el nombre de la “Ciudad Z”. El 20 de abril de 1925, partió de Cuiabá. El último mensaje de la expedición data del 29 de mayo de 1925; se trata de una carta del explorador a su esposa en la cual le informaba de que estaba listo para entrar en territorio inexplorado acompañado únicamente de Jack y Raleigh. 

Su desaparición generó decenas de expediciones, varias de ellas fatales, en pos de hallar sus restos. También incontables leyendas sobre su destino final. Curiosamente, en décadas recientes se empezaron hallar restos de civilizaciones antiguas en la zona donde Percy Fawcett fue visto por última vez. 

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