Juan Enrique Jurado. Medio siglo cantando con el alma y la patria en el corazón
En una noche fría del 9 de junio de 1954, en el pequeño poblado de Caiza, en la provincia Gran Chaco de Tarija, nació Juan Enrique Jurado. Setenta años después, celebra medio siglo de trayectoria cantando “de vez en cuando” del alma, de la tierra y de lo cotidiano.
“Gracias a Dios, aquí estamos, vivito y coleando para cantar todavía canciones viejas y canciones nuevas”, señala, en una entrevista con la Revista OH!, con una sonrisa sencilla que guarda décadas de escenarios, silencios, alegrías, búsquedas y retornos.
La historia de Jurado no comenzó con una guitarra profesional ni con aplausos tempranos, pero siempre estuvo rodeado de música ya que su papá tocaba la guitarra, cantaba y componía algunas canciones. Además, el arte lo acompañaba despertando su interés por el teatro y la danza, aunque “era malo”.
Tenía apenas 15 años cuando, firmemente, decidió cantar. Comenzó con canciones de moda y en poco tiempo ya componía canciones. “Iba cantando canciones ajenas y dije: ¿por qué no escribo las mías? Así comencé a cantar cosas de mi tierra, con algunas fallas, pero le ponía pecho y corazón”, comparte. Ese fue el germen de su camino musical: escribirle al Chaco, a Bolivia, a la vida.
Su decisión no fue celebrada en casa, pero un así, persistió. Su primer instrumento fue una guitarra que alguien había tirado a la basura. “La amarré con palos para que no se siga abriendo, pero sonaba, algo sonaba”, cuenta.
desde lo más profundo del alma
Juan Enrique sostiene que no escribe desde el artificio, escribe desde la entraña, “como dictadas por la divinidad”. “Rojo, Amarillo y Verde”, su canción más conocida, nació hace 48 años y lo llevó a recorrer el país. “Yo creo que me la dictó el Señor. Bolivia necesitaba esa canción y salió”, afirma con convicción.
Muchos creen que es una canción de protesta, pero él aclara que “es una canción de amor, de respeto, de dignidad por lo tuyo”. Y es que, en sus letras, Bolivia no es solo una bandera: “es ella quien nos da todo y solo nos pide amarla y si queremos dejarle a nuestros hijos un futuro, un mañana, todos debemos poner el hombro para cuidarla”.
También musicalizó un poema titulado La Patria, escrito por Benjamín Guzmán en el siglo XIX. Al leerlo en un periódico, expresa que no pudo evitar llorar. “Era lo que yo sentía. Jamás me apoderé de esta canción, solo adapté la métrica para que pudiera ser cantada. La compartimos”, añade. La letra sin duda llena de sentimientos a quien la escucha y la canta, ya sea en la versión de Jurado o en una marcha, como es entonada en las unidades militares con orgullo: “La patria, es el torrente, es el mar, es arroyo, es laguna, es nuestro sepulcro y cuna, nuestra madre y nuestro hogar”.
Silencios que también cantan
Hubo un tiempo en que Jurado dejó de cantar en público, entre 1979 y 1995, cuando se fue al campo. “Dije: voy a volver a cantar cuando por ahí se me ocurra”, recuerda. Mientras tanto, componía en silencio y cuando regresó, lo hizo con nuevas canciones y con la misma emoción intacta.
Ese retorno trajo consigo éxitos como Mi sombrero chaqueño, El domador y muchos otros. Cada uno de ellos lo llevó a recorrer el país. “Me falta mucho por conocer. Y cuando me ofrecen ir a otros lugares, más ganas tengo de conocer los rincones de mi patria”, indica.
Una voz que nunca se perdió
Hoy, a sus 70 años, Juan Enrique mantiene su voz clara y fuerte. “No la he malgastado. Ha estado guardada”, afirma. Con humor, dice que está entrando a su segunda juventud. “Dicen que cuando nos hacemos viejos, nos volvemos niños otra vez. Yo creo que recién estoy entrando a la adolescencia”, expresa entre risas, y una alegría genuina. Y, en esta nueva etapa, sigue componiendo.
Una de sus últimas canciones está dedicada a su primera nieta, quien pronto cumplirá 15 años. Se trata de un vals que nació del simple acto de tenerla en brazos mientras lloraba. Entonces decidió escribirle una canción: “Es tu sonrisa la que ilumina y alegra mi corazón, me vuelves loco de amor y le doy gracias a Dios por darme esta bendición de ser tu abuelo”.
Para Juan Enrique, la música es su forma de dejar testimonio y de dejar amor. “Vivir y no servir, no hace falta vivir”, dice, cantando con la claridad de quien encontró sentido en lo que hace y ama.
Un reencuentro con la historia
Este mes de marzo, el público cochabambino tuvo una cita con la historia viva del folklore boliviano junto a Juan Enrique Jurado, quien se presentó, luego de más de dos décadas, en el Teatro Achá. En cada presentación, no canta solo, canta con su gente, dice. “Quiero que me tengan paciencia de escucharme tres minutos, que les llegue al corazón, como me llega a mí”, subraya. Y es así, porque su música no se impone, acompaña, no busca brillar, sino emocionar.
Un legado que ya está sembrado
“Quiero dejar una buena huella en el camino y creo que hasta el momento lo hice”, dice con humildad. No se considera perfecto, reconoce que cometió errores, pero sostiene que sus intenciones siempre fueron buenas. “No tengo pesares”, añade.
Ha navegado por el amor, ha compartido escenario con grandes. No fuma, no bebe, y es estricto con los horarios. Además, cree que el cantor debe tener altura, dignidad y entrega. Y eso es lo que quiere transmitir a los jóvenes y a los niños. “Quiero que lo que digo deje un mensaje. Que la gente escuche y diga: ‘Eso es lo que yo siento, solo que no sabía cómo decirlo’. Y si es así, entonces valió la pena”, dice.
A los 70 años, Juan Enrique Jurado no es un artista retirado, es un artista vigente y creativo. Es el cantor del pueblo, del amor, de la patria; el niño que rescató una guitarra rota y con ella construyó un país entero de canciones.