Aburrirse no es malo
Habían transcurrido cinco minutos desde que comenzó el recreo. En medio de risas y gritos de aquellos niños que estaban en los columpios y de otros que se encontraban haciendo travesuras, uno de los alumnos se me acercó con un gesto que daba a entender que estaba irritado por no saber qué hacer, y me dijo con un enorme suspiro: “Profe, estoy aburrido”. Era claro que él esperaba que yo lo saque de esa situación. Mi inexperiencia en ese momento, siendo aún una estudiante universitaria, me llevó al dilema de no saber si debía crearle inmediatamente una actividad para entretenerlo o no. Y, ¿qué creen? Al ser mi primera experiencia laboral, obviamente hice todo para que él deje de estar aburrido. ¡Grave error!
Semana tras semana, él venía con la misma frase y yo proseguía a solucionar su “problema” rápidamente, ofreciéndole actividades estructuradas. Y así fue creciendo el círculo vicioso de un niño aburrido y su profesora, mejor dicho, su animadora social. Sabía que estaba haciendo mal, pero, al mismo tiempo, sentía que era mi deber buscar ocupar su aburrimiento con alguna tarea que lo motive.
No era la única que se sentía así. Un día, en un parque, me senté en el pasto a observar el entorno y, de repente, adivinen a quién vi: a mi alumno. Estaba con su mamá que tenía una expresión de desesperación porque su hijo movía su cabeza de un lado al otro negando todas las opciones de juego que ella le presentaba. Esa situación me hizo dar cuenta de que los padres y educadores debemos saber poner freno a las soluciones fáciles y dejar de vernos como si fuéramos los únicos que podemos proveer diversión y entretenimiento, pues si un niño se aburre y nadie le dice qué hacer, él mismo acabará dando con una forma de entretenerse.
A partir de ese momento, cambié mi forma de ver al aburrimiento. Aburrirse no es malo; es sano. Es necesario que los niños pasen por este proceso, porque ésas van a ser las primeras veces en su vida que van a tocar fondo, y sabemos que cuando sucede eso nuestra creatividad toca la puerta para sacarnos de ese lugar. Vencer el aburrimiento implica esfuerzo, por ello, no debemos darles todo hecho: ayudarlos (a veces) sí, pero no darles la solución; es decir, dejarlos a que investiguen ellos, que averigüen e inventen qué hacer cuando no tienen nada qué hacer
¿Por qué nos sentimos mal cuando vemos a nuestro hijo aburrido?
Porque nos sentimos culpables. En muchos casos, la crianza se ha convertido en un campo de entrenamiento, donde cada momento en la vida de nuestros hijos (sobre todo durante los primeros años) debe ser controlado, perfecto y educativo. Y, si no es así, los padres piensan que su hijo no va a triunfar… parece que aburrirse no está permitido. Eva Millet, autora del libro “Hiperpaternidad”, dice: “No tenemos que educar a un hijo perfecto, sino criar personas. Una de las causas de la ansiedad de los progenitores es, precisamente, esta presión por la perfección”.
Como padres y educadores debemos relajarnos, más aún en este tiempo de confinamiento en el que de seguro habrá días cuando el aburrimiento reine varios momentos en la vida de nuestros niños, pero sólo será hasta que se les ocurra algo que hacer. Es así de simple y natural.
Sé que es difícil verlos sin hacer nada y aburridos. Pero si les damos el espacio necesario, ellos comenzarán a hacer las cosas por sí solos, crear sus propios juegos y encontrar sus propias soluciones.
*La autora es directora en Apai- Actividades Pedagógicas de Arte Infantil.
