“Divorcio emocional”
Divorcio emocional… nunca escuché tal concepto hasta que traté de ponerle nombre a lo que vivía Julia (nombre ficticio de una cliente real y que quiere compartir su experiencia).
Lunes a lunes, escuchaba sus historias, algunas acompañadas con sonrisas que evocaban recuerdos gratos de lo que en algún momento fue su vida y otras llegaban junto a un par de lágrimas rebeldes, pues ella ya había aprendido a domarlas.
En los 45 años de vida que tenía, más de la mitad estuvieron dedicados a quien amaba. No se arrepiente, si tuviera que volverlo a hacer —dice ella— lo haría. Pero ¿por qué?, ¿acaso no está sufriendo?, ¿o es que ya perdió el amor propio?
Indagando un poco más, ella reconoce que el amor es una decisión que no puede estar subordinada a lo que siente. En algún momento escuchó: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso, ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). Ella era una mujer inteligente, quiso hacer prevalecer la razón ante el corazón. En algunos casos, como éste, atinada es esa decisión porque, a pesar de la tristeza o la decepción, supo aprender del dolor y darse cuenta de que esa relación había perdido la brújula pero no el camino. Cuando ella identificó esto, entró en sintonía con su conciencia. Y esto responde a las tres preguntas de arriba. Es decir, conscientemente hizo un alto, pensó, reflexionó y decidió que el camino vale más que la brújula. Muchas perdieron el camino y eso sí es irrecuperable, la brújula no.
Perder la brújula implica dejar de reírse juntos, disfrutar mucho más la soledad que de la compañía y no darse cuenta de que, antes de curar una herida, primero se debe admitir que se la tiene. Ella notó que con el tiempo sólo se concentraba en las áreas negativas del otro y le costaba ver lo bueno, empezó a creer que el tiempo podía curar algunas cosas… más bien a tiempo descubrió que él sólo las cubría, en otras palabras, el tiempo no cura, el tiempo encubre cuando las cosas no están bien en una relación. Fue así que tuvo que tomar una decisión, adquiría una brújula nueva o extraviaba el camino, mejor dicho, se extraviaba ella en él.
El divorcio emocional implicaba el principio del fin de la relación, pero se amaban… sí, se amaban. Sólo habían perdido el norte y ¿por qué no esforzarse en volverlo a encontrar? Por experiencias ajenas, Julia sabía que el divorcio legal era sólo un papel, el que de verdad afectaba era el emocional; el primero empezaba y terminaba en un bufete de abogados, con el segundo todos los días se lidiaba.
Un lunes, mientras me hablaba, noté que su mirada me decía: esto es sólo un capítulo de mi vida y no la historia completa. Me alegró, ese lunes se dio cuenta de que no podía cambiar lo que estaba escrito en los primeros capítulos, pero podía escribir mejor los del final.
Entre paréntesis, prefiero aclarar que este escrito no es un salvoconducto para justificar lo injustificable, no es una invitación a una renuncia constante y a una subordinación injusta… ¡no! Es sólo una propuesta para ser considerada en los casos donde hay amor, pero se perdió la pasión o donde hay respeto y no sometimiento.
Me complació saber que Julia me había escuchado cuando le dije que el miedo a la pérdida es una reacción natural, pero la valentía para luchar por lo que uno cree es una medida que lleva a la acción, recordó que sólo cambiar la forma de pensar podía ayudarla. Entonces, lo hizo; pues “cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos” (Viktor Frankl)… Y esto funcionó con ella, con él y lo puede hacer contigo también.
La autora es conferencista, escritora, coach ejecutiva y de vida.
ethos.capacitaciones @gmail.com
Página de Facebook: @jeancarlasaba