Navidad: lo complicado del mensaje
En una sociedad predominantemente cristiana, bajo sus diversos matices, resulta valioso repasar cuánto se honra esa condición. ¿Puede calificarse como “cristiano” quien no vive los principios cristianos o sus principales preceptos?
Vayamos a los hechos: según citan los evangelios, Jesús remarcó que los principales mandamientos son “amar a Dios por sobre todas las cosas” y “amar al prójimo como a ti mismo”. Sobre lo primero las evaluaciones y conclusiones quedan para las más íntimas reflexiones personales, pero deberían tener claras repercusiones externas. Sobre lo segundo, viene el desafío de los hechos directos. Si el prójimo resultan los otros, ¿se los ama a todos por igual, así como pedíaCristo? ¿Se los ama como a uno mismo?
Y ojo que el ejemplo llega desde el mismo evangelio. Cristo perdonaba incluso a quienes lo crucificaban, es decir, no hizo excepción alguna. Sin embargo, queda claro que en el mundo denominado “cristiano” sociedades íntegras antes siquiera de pensar en ello, se lanzaron a destrozar a su prójimo. La historia de la llamada humanidad es prolífica en ejemplos.
Podemos recordar desde las cruzadas hasta el mismísimo tercer bombardeo a Irak por parte de EEUU en 2001. En ese entonces, el “cristiano” presidente George W. Bush declaró que Dios le había pedido que lance los ataques contra aquel pueblo. No fue lo peor. Lo peor probablemente haya sido que tres años más tarde, decenas de millones de “cristianos” estadounidenses reeligieron a Bush.
Pero bueno, ¿cómo anda el resto del mundo “cristiano”? ¿Cómo andamos cada uno de nosotros por casa? ¿Se puede tal vez teorizar sobre el amor al prójimo en estos días?
Y dadas las estadísticas sobre violencia intrafamiliar, violencia contra la mujer, abusos, acoso escolar, etc. ¿se estará viviendo siquiera un esbozo de amor a quienes se suponía resultan más fáciles de amar?
Volvemos al principio: ser cristiano, de cualquier credo, implica, por aquella propia síntesis bíblica, vivir esos dos mandamientos del amor. Y resultan, de pronto, los más complicados. Quién sabe su complicación llegue al extremo de que no existe ni el amor individual, a uno mismo, para saber amar al prójimo. Ergo, si uno ni siquiera sabe amarse, ni siquiera entiende qué es amar, entonces menos podrá amar a su entorno, mucho menos al prójimo distante y al anónimo, y menos aún a los enemigos.
De ahí que tengamos a mano un mundo “cristiano” tan colmado de loas a la violencia, a la revancha, al egoísmo, a la discriminación y la intolerancia. Esa la razón por la que incluso estas fiestas se hayan desvirtuado tanto por los caminos del consumismo y la banalidad.
Y bueno, auguremos que, bajo esa reflexión o parecidas, en estas fechas que recuerdan el nacimiento del autor de tan difícil como admirable y poderosa enseñanza, nos animemos a vivirla. Quién sabe si se puedan dar valiosos pasos. Por ejemplo, perdonar y perdonarnos, comprenderlos y comprendernos, buscar soluciones que beneficien a todos en cualquiera de los problemas que atravesemos. Sobre esa base, dialogar como hermanos, sonreír, cantar, jugar, soñar futuros hermosos con todos.
Resultaría una inolvidable Navidad, ¿no es cierto? No sería fácil, pero lo bueno siempre cuesta y lo más elevado, sin duda, costará mucho más.
¡Feliz Navidad para todos, que sea una noche de perdón y reflexión!
PAULA MUÑOZ ENCINAS
Editora OH!