La Senda Verde: “El mundo debe aprender a vivir con menos”

Economía creativa Evolución en Cochabamba
Publicado el 15/07/2020 a las 7h46
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El inicio de esta entrevista resultó algo accidentado. A la hora pactada para la conversación, un puma de casi 50 kilogramos de peso había decidido ingresar al residencial barrio paceño de Achumani. Como ha sucedido, literalmente, en cientos de oportunidades, entre las primeras posibilidades barajadas para cuidar al felino se pensó en La Senda Verde. Y varias llamadas de consulta llegaron al refugio.

Transcurrida la emergencia, los directores del centro, Virginia Ossio (VO) y Marcelo Levy (ML), allí, cerca del río Coroico, buscaron un lugar con buena señal. Y acompañados, a momentos, por una mona araña curiosa y su bebé, le relataron a OH! su singular historia.

¿Qué los animó a fundar La Senda Verde?

ML: Fundamos La Senda Verde el año 2003. Yo trabajaba en un proyecto de Usaid (la agencia estadounidense de cooperación) con base en Coroico. Virginia realizaba asesorías en el Ministerio de Educación. Al estar por esta zona, vimos la necesidad de hacer algo por la naturaleza y la biodiversidad.

En ese tiempo aún no había la carretera, por el viejo camino transitaban todos los vehículos. Fue cuando observamos las inmensas cantidades de animales y madera, procedentes del norte del país, que salían ilegalmente. Decidimos entonces realizar una acción responsable: organizar una institución, sin fines de lucro, dedicada a la conservación de la vida silvestre.

VO: Nos habíamos formado en áreas muy lejanas a esta actividad, yo estudié Sociología y Marcelo, Administración de Empresas. Pero vimos que los paceños vivíamos entre dos extremos: quienes salían poco de la ciudad y no tenían contacto con la naturaleza y quienes, como en Coroico, cortaban 50 árboles o 50 helechos arbóreos sin remordimiento. Entonces nos propusimos hacer un lugar para campamentos escolares y visita de familias. Todo basado en un programa verde para que la gente sepa lo que es vivir en la naturaleza.

También advertimos que íbamos a conseguir sólo dos o tres campamentos escolares de inicio y que eso no era sostenible. Así que conversamos con una empresa de esas que organizan descensos en bicicletas montañeras para atender a sus ciclistas cuando lleguen. Así tendríamos el “goteo” económico diario. Nunca habíamos pensado en tener animales silvestres hasta que llegó Ciruelo. 

—¿Cuándo rescataron a ese ya famoso macho alfa capuchino?

ML: Sí, todo comenzó con un solo mono. Pudimos convencer a una persona que se lo estaba llevando a la ciudad de La Paz de que nos entregue al animalito. Fue el primero. Hoy ha llegado a ser un santuario natural con 800 animales de 65 especies, entre mamíferos, reptiles y aves.

VO: Cuando llegó Ciruelo, no pensábamos en quedárnoslo. Incluso llamamos al centro Intiwara Wasi para que se lo lleven, pero tardaron en venir. Luego fueron llegando otros animalitos que la gente traía al no saber dónde llevarlos tras hallarlos heridos o abandonados. En 2007, ya había unos 15 animales cuando nos trajeron al primer oso jukumari, a Aruma. Él marcó un antes y un después. Entonces decidimos cambiar nuestro proyecto de vida y dedicarnos a ellos. 

—¿Cómo han organizado el santuario? Seguramente debieron sumar varias hectáreas y sumar un buen equipo de apoyo.

ML: Como Virginia decía, cada animal tiene su historia, pero a la vez cada historia nos inspira a llevar a cabo nuestra misión. La Senda Verde existe para salvar y cobijar animales silvestres rescatados del tráfico ilegal, la crueldad y el sufrimiento. E insta a las personas a preocuparse por la naturaleza y a cuidar de ella.

Trabajamos con casi 20 personas entre veterinarios, guardafaunas y personal que trabaja en mantenimiento y construcción. Económicamente, dependemos de las visitas tanto nacionales como internacionales. En los últimos años, llegaron muchos estudiantes y también visitantes extranjeros. Otras personas se alojan en las cabañas. Igualmente tenemos el apoyo de voluntarios que se quedan a trabajar por acá durante algún tiempo y también aportan con recursos económicos.

Igualmente hay gente de buen corazón, muy comprometida, que nos apoya con donaciones. Acá en Bolivia nos ayuda muchísimo la Fundación Kantutani. Tenemos además una tienda con productos ecológicos que son obra de artesanos.

VO: Empezamos con cuatro hectáreas, pero, a medida que fueron llegando los animales, tuvimos que ir hablando con los vecinos. Hoy sumamos 12 hectáreas donde están los animales, más otras 2,5 en el área de cuarentena. Es poco para la cantidad de ejemplares que tenemos, pero optimizamos los espacios. Hemos creado galerías para encerrar al animal más peligroso del mundo que, de lejos, somos nosotros. 

—Recuerdo desde sus batallas contra los desbordes del río que rodea al santuario hasta aquéllas para evitar que lo contaminen. O sea, hay un sinfín de anécdotas e historia. ¿Pueden contarnos algunas sobre los singulares habitantes de La Senda Verde?

VO: Sin duda, Ciruelo, al haber sido el primer rescatado, es todo un personaje. Es un macho alfa impresionante. Lo tuvimos que ubicar en un recinto apartado porque su energía lo hace peligroso. Su figura parece la de alguien que hace pesas cinco horas al día. Sin embargo, aun estando donde está, desde allí domina a la tropa. Mantiene casi a todos los capuchinos en el área.

Antes estaba totalmente suelto, como la mayoría de los monos que tenemos acá. Se entraba al comedor de los humanos o a las cabañas y se sacaba todo. Es un mono muy inteligente. Hay un sinfín de anécdotas de él. Y muchos otros animalitos traen también sus propias y llamativas historias. Por ejemplo, Maruca, una mona araña que era rechazada en todas partes, tiene unos 28 años y es como la jefa de La Senda Verde.

También está Ajayu, el oso que fue maltratado en Tiraque, Cochabamba. Quedó ciego y perdió casi la totalidad de su olfato. Pero se ha fortalecido y adaptado muy bien a su espacio, lo conoce bien. Tuvimos que ponerle techo porque los monos se dieron cuenta de que es ciego y le iban a robar su comida. Comparte su espacio con tres tucanes, con quienes tiene una interacción impresionante. Hace un mes nos llegó del Beni un puma. Fue criado en un espacio tan estrecho que no podía trepar a su plataforma de comida de 90 centímetros, perdió la percepción tridimensional. Los humanos les hacemos demasiado daño a los animalitos. 

—Seguramente la cuarentena les afectó. ¿Cómo están enfrentando los efectos de esta crisis tan marcada?

ML: Sí, cerramos el ingreso al público y no recibimos visitas. Casi no tenemos voluntarios, al margen de unos cuatro. Todo el ingreso de las visitas, voluntarios y de quienes se alojaban en las cabañas se volvió cero. Sobrellevamos la crisis mediante campañas y donaciones.

En las redes sociales y la página estamos pidiendo que la gente tome acción para salvar la vida de estos animales. Felizmente, tuvimos una buena respuesta. Hubo donaciones de alimentos y dinero. Con Virginia, cada día pensamos en maneras innovadoras de generar ingresos.

VO: Todo el día “campañamos”. Es mi nuevo verbo. Es la única manera de salir adelante en este momento. 

—Los vi en conferencias universitarias en las que cuentan cómo su experiencia en La Senda Verde les ha dado una nueva filosofía de vida. ¿Qué características tiene esa filosofía?

ML: Con el tiempo que ya estamos acá, no sólo floreció el proyecto, sino nosotros como personas. Particularmente, siento que soy más místico de lo que era hace 30 años. Creo ahora mucho en la espiritualidad, en la filosofía, la poesía. Ésas son las áreas que el planeta necesita. Necesitamos de artistas, de escritores.

Aprendimos que la felicidad uno la tiene que encontrar no con la acumulación de dinero y el tremendo nivel de consumo, mercadeo y publicidad. No podemos vivir a ese ritmo, tal cual plantea el sistema, totalmente fuera de control y ambientalmente insostenible. Creemos que con menos se puede vivir mejor y lo importante es conseguir bienestar sobre bienestar y felicidad. La parte económica es importante, pero no es fundamental para vivir.

Esa filosofía llama a una reflexión. Lo que está pasando en estos días es un llamado a las personas para que actúen y hagan un cambio individual. Los cambios sociales comienzan en los cambios individuales. 

—¿Vivir con menos para ser felices?

VO: Una de las lecciones de la crisis de la Covid-19 es que todo el mundo ha logrado vivir con menos. Todos logramos vivir sin comprar cosas que no necesitamos. Algo interesante acá en los yungas es surgió una especie de economía circular. Hay una producción local para un consumo local.

ML: Es algo muy interesante porque da a pensar a nivel de país y de economía. Economías locales con producción y consumo locales crean menos desigualdades, crean empleo, crean dignidad. Cuando pensamos en qué pasará tras esta pandemia, no deberíamos pensar en hacer viejos tipos de ajuste como plantean los políticos. Tiene que haber una nueva visión económica, una visión de vida, de la gente, una visión más digna.

Debe dejar de haber esa competencia loca de todos los días, sino deben surgir valores complementarios. Esos valores los hemos aprendido en todos estos años, principalmente, a través de los animales. Ellos son nuestros profesores y nuestros curanderos. La naturaleza enseña a ser personas responsables, felices y realizadas. Enseña a encontrar el porqué existimos.

Por eso existe La Senda Verde. Nos dedicamos tanto a cuidar y salvar animales y a darles una segunda oportunidad porque, al mismo tiempo, hay un montón de gente dedicada a hacerles daño y hacerle daño al planeta. 

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