Elogio de la desvalorización
Esta es la historia de unas mujeres que en Bolivia llegaron a la Asamblea Legislativa Plurinacional, por aquellos años en que la Constitución (CPE) aprobada en 2009, incorporó –entre protestas y movilizaciones– la función reparadora del reconocimiento de la diversidad étnica cultural y la dimensión de género. Bajo un concepto nuevo de justicia estas identidades movilizaron su energía y se hicieron cargo de modelar su propia ciudadanía política.
Rompiendo la normalidad de los tiempos, se instaló en el régimen normativo boliviano la paridad de género como un mecanismo para desafiar la versión tradicional de la democracia. Se logró así que la igualdad política entre hombres y mujeres no solo fuera una experiencia jurídica y política, sino, y sobre todo, una vivencia de autoestima colectiva. Con este recorrido las mujeres experimentaron el aprecio por sí mismas, ejercitaron su capacidad y agencia para disputar la construcción del bien común, con la misma legitimidad o las luces y sombras que sus pares varones.
No obstante el carácter particularmente subversivo de esta presencia, que se inaugura en Bolivia en los últimos años, no termina de arraigar en el imaginario social, una nueva modernidad política o más bien una posmodernidad. Viejas visiones y prejuicios relativizan la fuerza teórica y estratégica de esta conquista. De modo que (des)calificar a las mujeres de la actual Asamblea Legislativa de "levantamanos" es volver a los argumentos del pasado y hacerle el juego a la inercia de los prejuicios sexistas, mientras los legisladores varones, más allá de sus colores políticos, continúan perpetuando el poder simbólico de su investidura y su autoridad.
Ciertamente no se trata de regalar elogios o de practicar la condescendencia con la presencia femenina en el proceso político en curso. Pero no advertir los efectos de esta afirmación dicha y reconocida por las propias mujeres, es reeditar una forma de violencia simbólica que contribuye a acumular excusas para expulsarlas de la comunidad política.
¿Quiénes son las tributarias de esta crítica que promueve la imagen femenina de minoridad, de fragilidad, de banalidad y de dependencia emocional? Porque hay palabras que te echan adelante o te echan atrás, como diría Julio Cortázar, y en este caso quedarse sin palabras para levantar las manos es confundirse en un acto de impotencia y de no poder.
Cabe preguntarse, entonces si la condición de "levantamos" es una experiencia ontológica y por tanto extensible a todas las mujeres bolivianas que ejercen el poder. Y si es así, no hay nada que hacer y hemos transitado al orden de las esencias donde la naturaleza tiene la última palabra. Pero si se trata solo de una cualidad que ostentan algunas mujeres y no todas, cabe preguntarse qué virtud o artificio exime a estas segundas, para caer en aquella práctica que las estigmatiza ante los ojos de los otros y otras ¿Qué hace presumir que cuando lleguen a la Asamblea Plurinacional las mujeres de la oposición o de las llamadas "plataformas" se decantarán para darle automáticamente un nuevo sentido a su presencia? ¿Qué cualidades hacen inmunes de estas prácticas a las mujeres opositoras?
La oportunidad de dilucidar estas cuestiones y explorar qué pasa con las mujeres cuando se enfrentan al ser las "recién llegadas" a la política, es un ítem de reflexión pendiente que no se salda para nada con una estrategia del desprecio o la desvalorización, la que antes de contribuir a reconceptualizar o repolitizar la democracia, la política y el poder, se asemeja a un gesto de arrogancia, impertinente e impotente ante los desafíos y riesgos del presente. En contraste, es imperioso demandar la garantía de un debate e intercambio político que, desde la apuesta de un pensamiento crítico feminista, identifique los alcances y las limitaciones de la presencia de las mujeres bolivianas en la esfera del poder.
La autora es socióloga y feminista