Schopenhauer y el amor
El filósofo alemán del voluntarismo desarrolló en un ensayo sus ideas sobre el amor, exponiéndolas con una prosa literaria y un tono incisivo, como es usual en él. El texto está recogido en el libro “El amor, las mujeres y la muerte”, que fue publicado por primera vez en 1818 y que recoge otros dos ensayos que tratan precisamente sobre los temas que anuncia el título y otros artículos cortos, referidos a la política, el arte, la moral y la religión. El texto referido al amor es uno de los más extensos y, a mi juicio, el más interesante, pues confronta el pensamiento de otros pensadores que trabajaron el asunto (Platón, Rousseau, Kant, Spinoza), analiza obras literarias que están inspiradas en él y hace un análisis tomándose él mismo, el autor, como objeto de estudio.
Antes que nada, hay que aclarar que el filósofo alemán trabaja sobre el amor apasionado, y no sobre el amor racional o espiritual, pues lo que le interesa es desbrozar los instintos y el ímpetu que hay entre dos personas fogosamente atraídas. Para Schopenhauer, el amor es un asunto injustamente dejado de lado por los filósofos y que debería ser apropiado por ellos, toda vez que es el germen de la existencia de la especie y además es el causante de los instintos más nobles, así como de los más destructivos, de los seres humanos. El origen de todo es el amor: “El primer paso hacia la existencia, el verdadero punctum saliens de la vida, es, en realidad, el instante o momento en que nuestros padres empiezan a amarse, y del encuentro de sus ardientes miradas nace el primer germen del nuevo ser”. El amor es en realidad instinto de reproducción, deseo de permanencia como especie, ya que se sabe que la existencia es perecedera y que en algún momento se va a morir. Como el amor nace siempre de una atracción física, de la persuasión sensual mutua, el hombre que ama a una mujer cuya belleza responde a su ideal no hace sino darle a la especie su prolongación en el tiempo y el espacio.
Pero el amor, como una droga, proporciona un placer solo momentáneo, que se esfuma apenas se ha consumado el encuentro físico. Schopenhauer, desde posiciones misóginas como en casi todos sus escritos, afirma que el amor en el hombre va decreciendo apenas el placer se ha conseguido, mientras que en la mujer se incrementa desde ese mismo instante. Luego vierte consideraciones relativas a las preferencias etarias y físicas, tanto de hombres como de mujeres: sobre estas, dice que prefieren a hombres fuertes por encima de los treinta y cinco años, pese a que no sean muy bellos, pues lo que les interesa es transmitir seguridad y salud a sus hijos; los varones optan por mujeres que posean lo que no tienen: si son pequeños, buscarán una mujer desarrollada, y así sucesivamente, con el fin de obtener hijos bien proporcionados. Todas esas son consideraciones biológicas que ahora no resistirían a un examen científico, y por eso, las más interesantes son las que el pensador hace desde el punto de vista de la metafísica y el arte.
Y así, pone como ejemplos el Werther, La nueva Eloísa y Romeo y Julieta, obras en las que el amor apasionado juega un papel trascendental. Es que los enamorados no llegan a conocerse realmente: ni el intelecto ni el espíritu juegan todavía un papel trascendental en la etapa del conocimiento recíproco, están obnubilados; y es esa ceguera la que les hace pensar que el infinito está plasmado realmente en el otro: “Un enamorado, aunque reconozca que su prometida posee muchas imperfecciones y que le presagia una vida tormentosa, no tiene valor para renunciar a ella”. Por ello, cuando la realidad se presenta con más rigor y disipa las nubes rosas del apasionamiento, generalmente los amantes quedan decepcionados y buscan en acciones violentas la solución de ese amor contrariado por la realidad. Por eso, los antiguos representaban a Cupido con una venda en los ojos. Y las alas de aquella deidad representan la cualidad evanescente y volátil del amor, su vacuidad, ya que cuando los sentidos corporales se han satisfecho, entonces ya nada más queda. El ser humano no halló más que un placer efímero, la voluntad de la perpetuación de la especie lo ha engañado, haciéndolo pensar que uniéndose carnalmente a su amante sería feliz por un tiempo prolongado o por siempre.
Schopenhauer arroja una bella idea al decir que cualquier enamorado está dispuesto a cualquier sacrificio por el ser amado, ya que en esta circunstancia es la parte inmortal de su ser lo que está en juego, a diferencia de cuando están comprometidos solamente sus deseos personales y solamente vale su ser mortal: “La aspiración dirigida a cierta mujer es, pues, un gaje de indestructibilidad de la esencia de nuestro ser y de la continuidad de la especie”. Según el filósofo, si los sentimientos que se expresan dos amantes con el tacto, los besos y las miradas se pudiese traducir solamente en palabras, estas girarían en torno a las cualidades que tanto él como ella podrían aportar en la generación de una nueva vida: estatura, color de piel, tipo de nariz y boca, salud e inteligencia y agudeza mental. La educación, así, quedaría en un nivel inferior respecto a las características biológicas y somáticas que puede determinar una buena unión conyugal. En este sentido, es curioso que Schopenhauer se guíe todavía por las ideas de Platón, quien, en su libro V de la República, establece que el acrecimiento de la casta de los guerreros puede darse por la mezcla biológica y no por la instrucción.
El filósofo del pesimismo, por otra parte, cree que el amor podría estar a solo un paso del odio más acerbo, pues la intensidad de aquel sentimiento no conoce la moderación. Todo desemboca en el leitmotiv de su filosofía: el sufrimiento. Y para ilustrarlo mejor, cita unos versos de la Elegía de Marienbad goethiana, aquel canto al amor no correspondido: “¡Cuando el hombre suele enmudecer en su tormento, a mí me ha dado un dios expresar lo que padezco!”.