No es normal

17/12/2021
Actualmente, los embarazos en adolescentes representan a un 16.5 por ciento en el país, lo que significa que al menos 104 adolescentes por día quedan embarazadas y de esa cantidad 6 son niñas menores de 15 años, según datos del Ministerio de Salud.

La zafra de castaña en la amazonía pandina fue el escenario donde comenzó una historia muy lejana al amor para Rosita (nombre ficticio). La adolescente de 15 años trabajaba en busca de mejores condiciones económicas para su familia, pero un hombre 12 años mayor estaba con la mirada puesta en desposarla. Así lo hizo con el simple consentimiento de la madre, pero sin ninguna aprobación de la protagonista.

Se trata de una de las historias detrás de las cifras de embarazo adolescente que hay en Bolivia.  Conozca esta historia en el cómic dibujado por la artista Tuna Papita, quien retrató este episodio de la vida de Rosita.

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No es normal

Rosita es ahora una mujer adulta que ve en retrospectiva la situación que vivió en su adolescencia. Al igual que Natalia (nombre ficticio) quien forjó su madurez en medio de retos que le llegaron antes de tiempo.

La realidad que vivieron Rosita y Natalia está lejos de desaparecer, al contrario, parece acrecentarse en Bolivia. Actualmente, los embarazos en adolescentes representan a un 16.5 por ciento en el país, lo que significa que al menos 104 adolescentes por día quedan embarazadas y de esa cantidad 6 son niñas menores de 15 años, según datos del Ministerio de Salud.

Natalia hoy, ve en su hija de 12 años la posibilidad de redimir una serie de eventos desafortunados que la llevaron a vivir un calvario junto a un hombre 30 años mayor y con quien tuvo una vida de adulta siendo sólo una adolescente. No sea que su pequeña adolescente sea parte de esas cifras frías como ella lo fue en su momento.

Tenía sólo 17 años cuando conoció a su primer esposo, 30 años mayor que ella. Natalia es boliviana-brasilera oriunda de Pando. Tiene cinco hermanos y desde sus 12 años tuvo que comenzar a trabajar para apoyar a su madre, quien se encargaba sola de su hogar.

En plena adolescencia, Natalia soñaba con explotar su potencial en una ciudad con más oportunidades y junto a alguien que le permitiera expandir sus alas lejos de los límites impuestos por los escasos recursos. Nunca se imaginó que la jaula donde terminaría sería una cárcel mental.

“Cuando conocí al que fue mi esposo, me ilusioné con tener una mejor vida. Era una chica ilusionada, Cobija era pequeño, no tenía papá y pensé que él me daría una mejor vida. Quedé embarazada a los 18 años y tuve a mi primer hijo a los 19. Nos fuimos a vivir a Santa Cruz, pero el departamento donde vivíamos se convirtió en mi encierro”, cuenta Natalia. 

A su corta edad se encontró con la responsabilidad de ser madre y esposa. “No fue lo que yo pensaba, la vida fue muy diferente a mis proyectos iniciales. El hombre empezó a torturarme sicológicamente y yo me aferré a mi pancita”, agrega Natalia.

Su exesposo no la golpeaba, pero sus celos obsesivos lo llevaron a ejercer violencia sicológica sobre ella. El hombre tenía la impresión de que Natalia lo engañaría y dejaría por alguien más joven y que sólo lo usaba para salir de Pando. Él comenzó a utilizar al hijo para chantajear y torturar a Natalia y así evitar que ella se vaya. 

“Viví 8 años en esa situación, por mi hijo. Él me hacía saber que, si me separaba, no tendría nada para mi hijo. Yo traté de separarme y escapar, pero no podía. Al final lo logré, pero no pude llevar a mi hijo conmigo. Salí enferma de la relación y sin nada, sólo con mi vida. Él tenía un arma y me decía: si te vas, te mato o me mato yo”, recuerda ella.

Natalia es consciente que, en su momento, desconocía sus derechos, pues era una joven de escasos recursos que nunca había sido instruida en la salud sexual y reproductiva. Pese a ello, intentó denunciarlo, pero su desconocimiento la llevaban a terminar en una situación aún peor.

“Él tenía dinero y manipulaba la justicia, él es abogado e hizo lo que quiso. Me fui a La Paz para buscar mis derechos”, cuenta Natalia. Pero, su exesposo ya se había adelantado. Le quitó los papeles de boliviana y la mostraba como una extranjera frente a la justicia, al punto que al denunciaba cuando ella intentaba escapar.

“En ese entonces era una niña indefensa en todos los sentidos. Me traté de suicidar varias veces, porque no era la vida que esperaba”, dice Natalia con cierto pesar. Sin embargo, logró escapar. Ella salvó su vida, a costa de la relación con su hijo.

Su exmarido se quedó con el niño y lo manipuló al punto de ya no tener casi ninguna relación con su madre. “Hasta ahora no puedo retomar la relación con mi hijo. No me responde cuando le hablo. El hombre ya no vive, falleció hace dos años, pero me lo quitó completamente. Qué le habrá dicho que nunca me ha perdonado, pese a que le pido perdón siempre que puedo a mi niño”, indica Natalia.

Luego de su separación, las heridas demoraron cuatro años en recuperarse. Luego, encontró otra pareja con quien ya está 17 años y tiene una hija de 12 años. “Rehice mi vida con mucha mayor cautela e inteligencia”.

Natalia asegura que sus acciones fueron fruto de una mentalidad que existe en esta región del país. Muchas adolescentes desean salir de la pobreza a través de entablar relaciones con hombres mucho mayores que terminan manipulándolas emocionalmente, económica e incluso físicamente.

Lamenta que nunca nadie le habló sobre sexualidad y la posibilidad de luchar por sí misma por todo lo que desea. “Mi hijo no fue una mala decisión, lo amo. Pero la decisión que tomé fue de estar con una persona que no era para mí, ni de mi entorno, fue equívoca. Además, yo esperaba que me den una buena vida y eso estaba incorrecto. Yo debía buscar darme esa vida a mí misma y no buscarla en otro”, analiza Natalia.

La mujer percibe una serie de situaciones que la llevaron a estas situaciones, pero no culpa a nadie por todo lo ocurrido. Lo ve como una oportunidad de hacer las cosas bien.

“Me hubiera encantado que mi mamá me dijera las cosas así. Mi mamá era soltera, no estudiada, ella era empleada doméstica. Yo no la culpo, pero ahora le doy a mi hija lo que yo no tuve. Ella, en su momento, me dio todo lo que pudo, pero me hubiera gustado saberlo”, manifiesta.

 

Los datos fríos son aún más alarmantes en el área rural, donde dos de cada 10 niñas, adolescentes y jóvenes mujeres menores de 20 años estuvieron alguna vez embarazadas. Esto se agudiza más entre poblaciones de habla de lengua indígena que en las de habla castellana, quechua: 26,5%; aymara: 23,7%, otros: 28.1%, castellano: 12,0%.

Los últimos datos acerca de los embarazos precoces en el país fueron difundidos por la oficina local del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por sus cifras en inglés) a propósito de la Semana de Prevención el Embarazo en Adolescentes, indican que en 2020, año en que se estableció una cuarentena rígida para frenar la propagación de la Covid-19, se registraron 39.999 embarazos en adolescentes.

Estos datos sólo incluyen a las mujeres que se realizaron controles prenatales. Es decir, que hay un número de niñas embarazadas que están en las sombras y es difícil estimarlo. En términos porcentuales, se calcula que el embarazo de adolescentes representa poco menos del 25% del total de embarazos en el país. De estos embarazos al menos el 70% no fueron deseados y se produjeron en circunstancias de lo más adversas tanto para la precoz madre como para la criatura concebida.

Estas situaciones adversas incluyen también abuso y violencia sexual, cometida en un 90 por ciento por personas cercanas a la niña, como: padrastros, tíos, abuelos, entre otros.

“El embarazo en la adolescencia puede tener un profundo efecto en la salud de las niñas durante su curso de vida. No solo obstaculiza su desarrollo sicosocial, sino que se asocia con resultados deficientes en la salud y con un mayor riesgo de muerte materna”, indica un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).

A esto se suma que la mortalidad materna es una de las principales causas de fallecimiento en las adolescentes y jóvenes de 15 a 24 años en la región. Precisamente porque muchas de estas mujeres no se realizan controles prenatales y en algunos casos, sus cuerpos no están aptos para generar vida y terminan cobrándose la de la madre también.

Natalia ve a su niña de 12 años y está plenamente segura que desea un futuro completamente diferente para ella. Encontró en la comunicación la fórmula más adecuada para la prevención.

“Yo hablo con mi niña y le hago consciente que desde que tiene su periodo, puede quedar embarazada con una relación sexual. Entonces, cada decisión que vaya a tomar es importante. El mensaje que daría a los papás es que no oculten la información y los motiven a tomar buenas decisiones y que todo llega en su momento y que no lo adelante”, nos cuenta Natalia.

Pese a todo esto, Natalia persigue sus ilusiones y metas. “Quiero trabajar, dinero para cubrir mis necesidades y tener una vejez digna con todo lo necesario sin preocupaciones económicas. Quiero salir con mi familia y llevarlos a comer, quiero que mis nietos me visiten, volver a mi tierra. Dejarla a mi hija estable con un departamento y todas las comodidades y regresarme a Pando”, indica.

Natalia sabe que si no hubiera conocido a su exmarido, su vida hubiera sido completamente diferente. “A los adolescentes quiero decirles que estudien, que no se dejen llevar por querer algo que no les pertenece. Y que no les pongan límites a sus sueños. No esperar nada de nadie y que luchen cada uno por sí mismos y no esperen que nadie les dé algo”.

Este reportaje multimedia fue elaborado por: Lorena Amurrio Montes, Jenny Escalante, Mauricio Heredia, Carmen Rosa Mamani, Gonzalo Miranda y Luis Carlos Sanabria como parte del proyecto periodístico Mi Derecho a Soñar para el Diplomado en Periodismo Crossmedia.

Esta investigación fue realizada en el marco del Fondo Concursable Spotlight XI de Apoyo a la Investigación Periodística en los Medios de Comunicación que impulsa la Fundación Para el Periodismo.