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<p class="rtejustify"> Me angustia tener dos hijas en el país con la mayor tasa de feminicidios de Sudamérica. Miro con afecto a mi niña de dos años, que juega a ser brujita y se desplaza por la casa montada en una escoba, señalando objetos y personas con su varita mágica. Cuando me convierte en sapo, y a su hermanita en Tinker Bell, no puedo evitar pensar en el homicidio reciente de la niña Esther, en El Alto, y lamento profundamente que ella no haya tenido una varita real para convertir a sus asesinos en una fétida pila de estiércol. También me pregunto dónde estaba su papá, qué sintió cuando escuchó la noticia, o si no se enteró y sigue andando de cuatro patas, con la lengua afuera y el olfato agudo, regando hijos por el mundo.</p> <p class="rtejustify"> Las redes sociales se incendian cuando ocurre un feminicidio. Las personas expresan efusivamente su indignación, repiten varias veces cuánta pena les da, y emiten, desde el hígado, sugerencias de castigos medievales, ajenos a la ley. Seguramente son sinceras, pero su expresión contiene tanta teatralidad que no se sabe si lo que más les importa es que se admire su rabia, la intensidad con que se emocionan, se sublevan o se apiadan, y no tanto que se condene el origen.</p> <p class="rtejustify"> De manera automática, la sociedad cataloga al criminal como un inadaptado, un enfermo mental, un monstruo, y trata el caso como una excepción, como un asunto aislado –en lo que va del año, ya hay más de 50 “casos aislados” de feminicidio–. No hay una reflexión íntima, ni un diálogo abierto sobre las causas de fondo que ocasionan que estos crímenes se den con tanta frecuencia. El incendio en las redes sociales se extingue a los pocos días y el panorama sigue siendo el mismo: las mujeres acosadas sin tregua, con un riesgo constante de violación, no solamente de parte de un extraño, ni de un engendro en un callejón, sino de alguien de su círculo íntimo –un familiar, un profesor, un amigo–, en apariencia confiable e inofensivo.</p> <p class="rtejustify"> Nada indica que esta situación vaya a cambiar, ni siquiera a largo plazo, porque no forma parte estructural del programa de gobierno de ninguna candidatura, ni del pensum de las escuelas, ni de la conversación en el interior de las familias. Todo lo contrario, los políticos compiten en bravuconería de bar, se muestran insolentes para ganar votos en un país donde el machismo es premiado en su sociedad y minimizado en sus instituciones.</p> <p class="rtejustify"> Es lamentable la situación de muchas mujeres, que prácticamente es la misma en la cuarentena y en la normalidad. Están encargadas de la limpieza, de la comida y de los hijos, mientras sus maridos están recostados en un sillón, con una mano dentro el pantalón, mirando en el celular videos de <em>bloopers</em> de gatos. Individuos que no logran descifrar el complejo mecanismo para hervir una caldera, pero que se dan modos de emborracharse con los amigos en una reunión por Zoom.</p> <p class="rtejustify"> Son padres de los niños con el corte de cabello de esos señores alemanes de History Channel que, en una fiesta de cumpleaños, cuando caen los dulces de la piñata, gritan, empujan y golpean a cualquiera que atraviese su camino. Con su ignorancia supina, sus valores invertidos y su comportamiento cavernícola, son coautores de ese paisaje funesto que las mujeres transitan cada día.</p> <p class="rtejustify"> Cuando mi hija se baja de la escoba y deja su varita, le digo que puede jugar con muñecas, pero también con autitos o con barro, si es que ella quiere. Y que después del baño podrá elegir su ropa, incluidos el disfraz de abeja y los lentes de estrella que se pone últimamente. Recuerda siempre que eres libre, abejita, le digo, y la canción <em>Wild world</em>, (“Mundo salvaje”) me viene a la mente, mientras le acomodo las alas y la dejo volar.</p> <p class="rtejustify"> </p> <p class="rtejustify"> <strong><em>El autor es arquitecto, Twitter: @lema_andrade</em></strong></p>
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<p class="rtejustify"> Me angustia tener dos hijas en el país con la mayor tasa de feminicidios de Sudamérica. Miro con afecto a mi niña de dos años, que juega a ser brujita y se desplaza por la casa montada en una escoba, señalando objetos y personas con su varita mágica. Cuando me convierte en sapo, y a su hermanita en Tinker Bell, no puedo evitar pensar en el homicidio reciente de la niña Esther, en El Alto, y lamento profundamente que ella no haya tenido una varita real para convertir a sus asesinos en una fétida pila de estiércol. También me pregunto dónde estaba su papá, qué sintió cuando escuchó la noticia, o si no se enteró y sigue andando de cuatro patas, con la lengua afuera y el olfato agudo, regando hijos por el mundo.</p> <p class="rtejustify"> Las redes sociales se incendian cuando ocurre un feminicidio. Las personas expresan efusivamente su indignación, repiten varias veces cuánta pena les da, y emiten, desde el hígado, sugerencias de castigos medievales, ajenos a la ley. Seguramente son sinceras, pero su expresión contiene tanta teatralidad que no se sabe si lo que más les importa es que se admire su rabia, la intensidad con que se emocionan, se sublevan o se apiadan, y no tanto que se condene el origen.</p> <p class="rtejustify"> De manera automática, la sociedad cataloga al criminal como un inadaptado, un enfermo mental, un monstruo, y trata el caso como una excepción, como un asunto aislado –en lo que va del año, ya hay más de 50 “casos aislados” de feminicidio–. No hay una reflexión íntima, ni un diálogo abierto sobre las causas de fondo que ocasionan que estos crímenes se den con tanta frecuencia. El incendio en las redes sociales se extingue a los pocos días y el panorama sigue siendo el mismo: las mujeres acosadas sin tregua, con un riesgo constante de violación, no solamente de parte de un extraño, ni de un engendro en un callejón, sino de alguien de su círculo íntimo –un familiar, un profesor, un amigo–, en apariencia confiable e inofensivo.</p> <p class="rtejustify"> Nada indica que esta situación vaya a cambiar, ni siquiera a largo plazo, porque no forma parte estructural del programa de gobierno de ninguna candidatura, ni del pensum de las escuelas, ni de la conversación en el interior de las familias. Todo lo contrario, los políticos compiten en bravuconería de bar, se muestran insolentes para ganar votos en un país donde el machismo es premiado en su sociedad y minimizado en sus instituciones.</p> <p class="rtejustify"> Es lamentable la situación de muchas mujeres, que prácticamente es la misma en la cuarentena y en la normalidad. Están encargadas de la limpieza, de la comida y de los hijos, mientras sus maridos están recostados en un sillón, con una mano dentro el pantalón, mirando en el celular videos de <em>bloopers</em> de gatos. Individuos que no logran descifrar el complejo mecanismo para hervir una caldera, pero que se dan modos de emborracharse con los amigos en una reunión por Zoom.</p> <p class="rtejustify"> Son padres de los niños con el corte de cabello de esos señores alemanes de History Channel que, en una fiesta de cumpleaños, cuando caen los dulces de la piñata, gritan, empujan y golpean a cualquiera que atraviese su camino. Con su ignorancia supina, sus valores invertidos y su comportamiento cavernícola, son coautores de ese paisaje funesto que las mujeres transitan cada día.</p> <p class="rtejustify"> Cuando mi hija se baja de la escoba y deja su varita, le digo que puede jugar con muñecas, pero también con autitos o con barro, si es que ella quiere. Y que después del baño podrá elegir su ropa, incluidos el disfraz de abeja y los lentes de estrella que se pone últimamente. Recuerda siempre que eres libre, abejita, le digo, y la canción <em>Wild world</em>, (“Mundo salvaje”) me viene a la mente, mientras le acomodo las alas y la dejo volar.</p> <p class="rtejustify"> </p> <p class="rtejustify"> <strong><em>El autor es arquitecto, Twitter: @lema_andrade</em></strong></p>
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