<p class="rtejustify"> <em><strong>Texto: Alicia Cortés Soruco<br> Foto: Rodrigo Condori</strong></em></p> <p class="rtejustify"> Volar. Una sensación que pocos de nosotros hemos experimentado. Con el aire en la cara, es sencillo olvidar nuestra condición mundana y estar presentes en el momento, surcando el firmamento. Como Ícaro, sentimos la euforia de elevarnos entre nubes, pero no caemos en los errores del antiguo griego, porque, esta vez, estamos acompañados de expertos. Un nuevo paisaje se abre ante nosotros, una vista que, hasta el momento, pertenecía a las aves. El mundo a nuestros pies, la curva del horizonte se hace clara y, al mirar abajo, la vertiginosa caída, a la cual estamos desafiando.&nbsp;</p> <p class="rtejustify"> Ésta es la aventura que nos ha llevado a reencontrarnos con nuestros amigos de Andes Xtremo. Ellos nos acompañan una vez más, guiándonos por la alta frontera del ser humano: el cielo. Profesionales de primer grado, personas responsables y preparadas, ellos nos ayudan y nos enseñan a hacer lo que la humanidad siempre quiso. Nos enseñan a volar.&nbsp;</p> <p class="rtejustify"> El proceso previo a la aventura es uno de estricto protocolo, lleno de revisiones, equipo especializado y órdenes claras y concisas. Cada participante es revisado individualmente, todas las medidas de seguridad a toda regla. Solamente después de un minucioso examen es que llega el momento de lanzarse al abismo. Lejos de estar en peligro, esta caída se convierte en un salto de adrenalina que nos hace sentir vivos.&nbsp;</p> <p class="rtejustify"> Protegidos por la experiencia y sabiduría de los profesionales, volamos. Vemos el mundo desde arriba, los bosques y ciudades lejanos nos observan expectantes, viéndonos como aves que, en ese momento, son nuestras compañeras. No es la primera vez que el equipo de Una Gran Nación se lanza en la aventura del parapente en Cochabamba y La Paz. Pero la sensación nos sigue tomando desprevenidos. El momento de caer, el cuerpo entero se estremece en anticipación, mientras nuestro cerebro trata de balancearse entre la alegría y el miedo. La caída en sí es un golpe de dopamina, una sensación de liberación que sólo se encuentra en los deportes extremos, donde el peligro pierde su punzante amenaza, gracias al férreo control y a la responsabilidad de los encargados.&nbsp;</p> <p class="rtejustify"> Mientras vemos a nuestros compañeros saltar y perderse en el horizonte, no podemos evitar pensar cuán graciosos somos, nosotros, los seres humanos. Diseñados para andar sobre la tierra, soñamos con volar por los aires. Anclados al suelo, aprendemos a romper las cadenas a través del intelecto y la experiencia, descubriendo maneras seguras de construirnos alas y acompañar a las criaturas voladoras. Todo, por una innata y profunda curiosidad. Por saber cómo se siente, por ver el mundo desde otro ángulo.</p> <p class="rtejustify"> Y esto, a lo largo del tiempo, se convierte en un estilo de vida, en una filosofía. Enfrentando a la inmensidad de nuestro planeta, siendo testigos de nuestra propia insignificancia, aprendemos a poner las cosas en perspectiva. Los roces con las alturas y las caídas nos otorgan un nuevo aprecio por nuestra vida. Comprendemos que el más mínimo error puede significar el fin, no sólo al volar en parapente, sino en nuestro día a día. Las personas que se dedican a este deporte de manera constante son también aquellas que no se suben a motocicletas sin su casco, aquellas que no aceleran exageradamente en las calles y carreteras, aquellas que usan equipo de protección cuando manejan bicicleta. Porque saben el valor de la seguridad y porque entienden la fragilidad de nuestra existencia.&nbsp;</p> <p class="rtejustify"> Con esta nueva perspectiva, viene también una sensación de paz e integridad. Al practicar deportes extremos, ganamos una comprensión profunda de nuestros límites, entendiendo que la vida no es una constante carrera, sino que es planear y aterrizar a nuestro propio ritmo. El ímpetu de nuestro carácter se vierte en el deporte y se extingue de nuestra vida cotidiana, convirtiéndonos en personas más tranquilas, seguras, respetuosas y felices.&nbsp;</p> <p class="rtejustify"> Al final del día, en compañía de los integrantes de Andes Xtremo, bajamos de nuestros hermosos cerros con una nueva comprensión de quiénes somos y contentos de haber enfrentado un miedo natural: las alturas. Como ellos nos dicen: “No debemos tenerle miedo, pero sí respeto”. Esta frase se aplica a saltar, pero también encuentra significado frente a nuestra vida, nuestro entorno y ambiente. Aprendemos a respetar a los orgullosos picos nevados y a sus profundas caídas cubiertas de niebla. Entendemos el respeto que producen los árboles de la zona, que se sostienen durante años en las empinadas laderas, como guardianes de la montaña.&nbsp;</p> <p class="rtejustify"> Hacer deportes extremos en Bolivia no es sólo disfrutar un momento: es apoyar a las industrias nacionales y, al mismo tiempo, encontrar un nuevo ángulo, un significado distinto de nuestra tierra y nuestra identidad. Es comprender, finalmente, que Bolivia lo tiene todo, desde paz y apacible belleza, hasta impetuosos paisajes y actividades llenas de adrenalina.</p> <p class="rtejustify"> Ésta es la Bolivia que UGN busca: diversa, enorme y bella. Ésa… es Una Gran Nación</p>

<p class="rtejustify"> <em><strong>Texto: Alicia Cortés Soruco<br /><br /> Foto: Rodrigo Condori</strong></em></p> <p class="rtejustify"> Volar. Una sensación que pocos de nosotros hemos experimentado. Con el aire en la cara, es sencillo olvidar nuestra condición mundana y estar presentes en el momento, surcando el firmamento. Como Ícaro, sentimos la euforia de elevarnos entre nubes, pero no caemos en los errores del antiguo griego, porque, esta vez, estamos acompañados de expertos. Un nuevo paisaje se abre ante nosotros, una vista que, hasta el momento, pertenecía a las aves. El mundo a nuestros pies, la curva del horizonte se hace clara y, al mirar abajo, la vertiginosa caída, a la cual estamos desafiando. </p> <p class="rtejustify"> Ésta es la aventura que nos ha llevado a reencontrarnos con nuestros amigos de Andes Xtremo. Ellos nos acompañan una vez más, guiándonos por la alta frontera del ser humano: el cielo. Profesionales de primer grado, personas responsables y preparadas, ellos nos ayudan y nos enseñan a hacer lo que la humanidad siempre quiso. Nos enseñan a volar. </p> <p class="rtejustify"> El proceso previo a la aventura es uno de estricto protocolo, lleno de revisiones, equipo especializado y órdenes claras y concisas. Cada participante es revisado individualmente, todas las medidas de seguridad a toda regla. Solamente después de un minucioso examen es que llega el momento de lanzarse al abismo. Lejos de estar en peligro, esta caída se convierte en un salto de adrenalina que nos hace sentir vivos. </p> <p class="rtejustify"> Protegidos por la experiencia y sabiduría de los profesionales, volamos. Vemos el mundo desde arriba, los bosques y ciudades lejanos nos observan expectantes, viéndonos como aves que, en ese momento, son nuestras compañeras. No es la primera vez que el equipo de Una Gran Nación se lanza en la aventura del parapente en Cochabamba y La Paz. Pero la sensación nos sigue tomando desprevenidos. El momento de caer, el cuerpo entero se estremece en anticipación, mientras nuestro cerebro trata de balancearse entre la alegría y el miedo. La caída en sí es un golpe de dopamina, una sensación de liberación que sólo se encuentra en los deportes extremos, donde el peligro pierde su punzante amenaza, gracias al férreo control y a la responsabilidad de los encargados. </p> <p class="rtejustify"> Mientras vemos a nuestros compañeros saltar y perderse en el horizonte, no podemos evitar pensar cuán graciosos somos, nosotros, los seres humanos. Diseñados para andar sobre la tierra, soñamos con volar por los aires. Anclados al suelo, aprendemos a romper las cadenas a través del intelecto y la experiencia, descubriendo maneras seguras de construirnos alas y acompañar a las criaturas voladoras. Todo, por una innata y profunda curiosidad. Por saber cómo se siente, por ver el mundo desde otro ángulo.</p> <p class="rtejustify"> Y esto, a lo largo del tiempo, se convierte en un estilo de vida, en una filosofía. Enfrentando a la inmensidad de nuestro planeta, siendo testigos de nuestra propia insignificancia, aprendemos a poner las cosas en perspectiva. Los roces con las alturas y las caídas nos otorgan un nuevo aprecio por nuestra vida. Comprendemos que el más mínimo error puede significar el fin, no sólo al volar en parapente, sino en nuestro día a día. Las personas que se dedican a este deporte de manera constante son también aquellas que no se suben a motocicletas sin su casco, aquellas que no aceleran exageradamente en las calles y carreteras, aquellas que usan equipo de protección cuando manejan bicicleta. Porque saben el valor de la seguridad y porque entienden la fragilidad de nuestra existencia. </p> <p class="rtejustify"> Con esta nueva perspectiva, viene también una sensación de paz e integridad. Al practicar deportes extremos, ganamos una comprensión profunda de nuestros límites, entendiendo que la vida no es una constante carrera, sino que es planear y aterrizar a nuestro propio ritmo. El ímpetu de nuestro carácter se vierte en el deporte y se extingue de nuestra vida cotidiana, convirtiéndonos en personas más tranquilas, seguras, respetuosas y felices. </p> <p class="rtejustify"> Al final del día, en compañía de los integrantes de Andes Xtremo, bajamos de nuestros hermosos cerros con una nueva comprensión de quiénes somos y contentos de haber enfrentado un miedo natural: las alturas. Como ellos nos dicen: “No debemos tenerle miedo, pero sí respeto”. Esta frase se aplica a saltar, pero también encuentra significado frente a nuestra vida, nuestro entorno y ambiente. Aprendemos a respetar a los orgullosos picos nevados y a sus profundas caídas cubiertas de niebla. Entendemos el respeto que producen los árboles de la zona, que se sostienen durante años en las empinadas laderas, como guardianes de la montaña. </p> <p class="rtejustify"> Hacer deportes extremos en Bolivia no es sólo disfrutar un momento: es apoyar a las industrias nacionales y, al mismo tiempo, encontrar un nuevo ángulo, un significado distinto de nuestra tierra y nuestra identidad. Es comprender, finalmente, que Bolivia lo tiene todo, desde paz y apacible belleza, hasta impetuosos paisajes y actividades llenas de adrenalina.</p> <p class="rtejustify"> Ésta es la Bolivia que UGN busca: diversa, enorme y bella. Ésa… es Una Gran Nación</p>

Volar. Una sensación que pocos de nosotros hemos experimentado. Con el aire en la cara, es sencillo olvidar nuestra condición mundana y estar presentes en el momento, surcando el firmamento. Como Ícaro, sentimos la euforia de elevarnos entre nubes, pero no caemos en los errores del antiguo griego, porque, esta vez, estamos acompañados de expertos. Un nuevo paisaje se abre ante nosotros, una vista que, hasta el momento, pertenecía a las aves. El mundo a nuestros pies, la curva del horizonte se hace clara y, al mirar abajo, la vertiginosa caída, a la cual estamos desafiando. 

Volar. Una sensación que pocos de nosotros hemos experimentado. Con el aire en la cara, es sencillo olvidar nuestra condición mundana y estar presentes en el momento, surcando el firmamento. Como Ícaro, sentimos la euforia de elevarnos entre nubes, pero no caemos en los errores del antiguo griego, porque, esta vez, estamos acompañados de expertos. Un nuevo paisaje se abre ante nosotros, una vista que, hasta el momento, pertenecía a las aves. El mundo a nuestros pies, la curva del horizonte se hace clara y, al mirar abajo, la vertiginosa caída, a la cual estamos desafiando.