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<p class="rtejustify"> Definir una agenda de prioridades y lograr cumplirla se ha convertido en una misión cada vez más difícil de alcanzar, no sólo en el plano personal, sino también o sobre todo en el ámbito colectivo. Estoy pensando en Bolivia, pero la afirmación puede valer también para muchos otros países de la región y del mundo. Todos los días, a cada instante, aparecen hechos que trastocan todo intento de definir y encarar una lista de prioridades básicas, elaborada en atención a las necesidades y aspiraciones de cada sector de la sociedad.<br /><br /> Lo estamos hemos viviendo ahora, con una intensidad que desespera ante la imposibilidad de fijar y alcanzar objetivos específicos y urgentes en áreas que son de prioridad, entre otras las de salud, trabajo, educación y seguridad. Todas ellas van quedando relegadas a segundo o último plano, ante la emergencia de asuntos de coyuntura que irrumpen con violencia y ganan relevancia por ser escandalosos. Así van quedando atrás las necesidades en salud —más ítems para médicos, enfermeros, paramédicos; más camas y UTI— y en educación —más ítems para maestros, mejores unidades educativas, más cupos en las universidades—.<br /><br /> También quedan relegadas las demandas laborales, las que abogan por seguridad jurídica para emprender e invertir en proyectos productivos, todas superadas por la avalancha de conflictos que emergen desde todos los niveles de gobierno y desde una cada vez más numerosa y diversa representación política y civil de la población boliviana. Conflictos que configuran un enmarañado panorama de tensiones a todo nivel, al que cada día se suman denuncias en una cantidad tan abrumadora, que resulta imposible acompañar, encarar y dilucidar. Todos los días surge un escándalo capaz de enterrar o postergar un servicio.<br /><br /> Es realmente abrumadora esta realidad. Tanto, que obliga a recordar la voz del catalán Joan Prats, traída a la memoria una y otra vez por Carlos Hugo Molina, diciendo “es más fácil salir del error que de la confusión”. Confundidos estamos todos en Bolivia, en medio de una avalancha de denuncias y escándalos, de atropellos de toda índole y de gravísimas violaciones a los derechos humanos, que no terminan de ganar cuerpo y rematar en juicio o procesos que culminen con las sentencias obligadas por ley, no sólo para poner fin a la impunidad, sino también para comenzar a poner freno al caos y a la confusión.<br /><br /> Hemos llegado al extremo de asistir de palco a una feroz guerra interna en el partido de gobierno, el MAS, en la que dirigentes del mismo y funcionarios del Ejecutivo se acusan de crímenes muy graves, la mayoría de ellos referida a actos de corrupción en el manejo de los recursos públicos y a vínculos criminales con el narcotráfico. Un extremo que llega a sobrepasar todos los límites de la racionalidad, sin inmutar a las entidades y autoridades llamadas por ley a combatir todo acto delincuencial dentro y fuera de la administración pública. Un extremo que contrasta con la actuación vista en estas autoridades y entes en los procesos abiertos por el partido de gobierno en contra de sus opositores y críticos.<br /><br /> La confusión es total y desesperante. Se complica aún más ante la inoperancia de quienes están llamados a poner freno a los abusos de poder, a iniciar las acciones necesarias en contra de quienes delinquen o violan los derechos fundamentales de terceros, a ordenar la casa, el país. Una realidad que se complica cada día más, resultado no apenas de la ya conocida apuesta de poder total a la que juega el partido de gobierno, sino también de la no menos censurable actuación de las organizaciones políticas que se identifican como contrarias al primero.<br /><br /> Por eso la sensación de estar atrapados en la confusión, y sin salidas posibles. Al menos por ahora y desde hace ya un buen tiempo. ¿Alguien puede demostrar lo contrario? Si lo hay, que levante no solo la mano, sino también la voz y los pies y comience a dar señales claras de su existencia y razón de ser, antes de que sea irremediablemente tarde. Ya se sabe que aún estamos a tiempo, pero contrarreloj, para salir a flote y sobrevivir al desastre que se avecina.<br /><br /> </p> <p class="rtejustify"> <b><i>La autora es periodista, maggytalavera.com</i></b></p>
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<p class="rtejustify"> Definir una agenda de prioridades y lograr cumplirla se ha convertido en una misión cada vez más difícil de alcanzar, no sólo en el plano personal, sino también o sobre todo en el ámbito colectivo. Estoy pensando en Bolivia, pero la afirmación puede valer también para muchos otros países de la región y del mundo. Todos los días, a cada instante, aparecen hechos que trastocan todo intento de definir y encarar una lista de prioridades básicas, elaborada en atención a las necesidades y aspiraciones de cada sector de la sociedad.<br> Lo estamos hemos viviendo ahora, con una intensidad que desespera ante la imposibilidad de fijar y alcanzar objetivos específicos y urgentes en áreas que son de prioridad, entre otras las de salud, trabajo, educación y seguridad. Todas ellas van quedando relegadas a segundo o último plano, ante la emergencia de asuntos de coyuntura que irrumpen con violencia y ganan relevancia por ser escandalosos. Así van quedando atrás las necesidades en salud —más ítems para médicos, enfermeros, paramédicos; más camas y UTI— y en educación —más ítems para maestros, mejores unidades educativas, más cupos en las universidades—.<br> También quedan relegadas las demandas laborales, las que abogan por seguridad jurídica para emprender e invertir en proyectos productivos, todas superadas por la avalancha de conflictos que emergen desde todos los niveles de gobierno y desde una cada vez más numerosa y diversa representación política y civil de la población boliviana. Conflictos que configuran un enmarañado panorama de tensiones a todo nivel, al que cada día se suman denuncias en una cantidad tan abrumadora, que resulta imposible acompañar, encarar y dilucidar. Todos los días surge un escándalo capaz de enterrar o postergar un servicio.<br> Es realmente abrumadora esta realidad. Tanto, que obliga a recordar la voz del catalán Joan Prats, traída a la memoria una y otra vez por Carlos Hugo Molina, diciendo “es más fácil salir del error que de la confusión”. Confundidos estamos todos en Bolivia, en medio de una avalancha de denuncias y escándalos, de atropellos de toda índole y de gravísimas violaciones a los derechos humanos, que no terminan de ganar cuerpo y rematar en juicio o procesos que culminen con las sentencias obligadas por ley, no sólo para poner fin a la impunidad, sino también para comenzar a poner freno al caos y a la confusión.<br> Hemos llegado al extremo de asistir de palco a una feroz guerra interna en el partido de gobierno, el MAS, en la que dirigentes del mismo y funcionarios del Ejecutivo se acusan de crímenes muy graves, la mayoría de ellos referida a actos de corrupción en el manejo de los recursos públicos y a vínculos criminales con el narcotráfico. Un extremo que llega a sobrepasar todos los límites de la racionalidad, sin inmutar a las entidades y autoridades llamadas por ley a combatir todo acto delincuencial dentro y fuera de la administración pública. Un extremo que contrasta con la actuación vista en estas autoridades y entes en los procesos abiertos por el partido de gobierno en contra de sus opositores y críticos.<br> La confusión es total y desesperante. Se complica aún más ante la inoperancia de quienes están llamados a poner freno a los abusos de poder, a iniciar las acciones necesarias en contra de quienes delinquen o violan los derechos fundamentales de terceros, a ordenar la casa, el país. Una realidad que se complica cada día más, resultado no apenas de la ya conocida apuesta de poder total a la que juega el partido de gobierno, sino también de la no menos censurable actuación de las organizaciones políticas que se identifican como contrarias al primero.<br> Por eso la sensación de estar atrapados en la confusión, y sin salidas posibles. Al menos por ahora y desde hace ya un buen tiempo. ¿Alguien puede demostrar lo contrario? Si lo hay, que levante no solo la mano, sino también la voz y los pies y comience a dar señales claras de su existencia y razón de ser, antes de que sea irremediablemente tarde. Ya se sabe que aún estamos a tiempo, pero contrarreloj, para salir a flote y sobrevivir al desastre que se avecina.<br> </p> <p class="rtejustify"> <b><i>La autora es periodista, maggytalavera.com</i></b></p>
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<p class="rtejustify"> Definir una agenda de prioridades y lograr cumplirla se ha convertido en una misión cada vez más difícil de alcanzar, no sólo en el plano personal, sino también o sobre todo en el ámbito colectivo. Estoy pensando en Bolivia, pero la afirmación puede valer también para muchos otros países de la región y del mundo. Todos los días, a cada instante, aparecen hechos que trastocan todo intento de definir y encarar una lista de prioridades básicas, elaborada en atención a las necesidades y aspiraciones de cada sector de la sociedad.<br /><br /> Lo estamos hemos viviendo ahora, con una intensidad que desespera ante la imposibilidad de fijar y alcanzar objetivos específicos y urgentes en áreas que son de prioridad, entre otras las de salud, trabajo, educación y seguridad. Todas ellas van quedando relegadas a segundo o último plano, ante la emergencia de asuntos de coyuntura que irrumpen con violencia y ganan relevancia por ser escandalosos. Así van quedando atrás las necesidades en salud —más ítems para médicos, enfermeros, paramédicos; más camas y UTI— y en educación —más ítems para maestros, mejores unidades educativas, más cupos en las universidades—.<br /><br /> También quedan relegadas las demandas laborales, las que abogan por seguridad jurídica para emprender e invertir en proyectos productivos, todas superadas por la avalancha de conflictos que emergen desde todos los niveles de gobierno y desde una cada vez más numerosa y diversa representación política y civil de la población boliviana. Conflictos que configuran un enmarañado panorama de tensiones a todo nivel, al que cada día se suman denuncias en una cantidad tan abrumadora, que resulta imposible acompañar, encarar y dilucidar. Todos los días surge un escándalo capaz de enterrar o postergar un servicio.<br /><br /> Es realmente abrumadora esta realidad. Tanto, que obliga a recordar la voz del catalán Joan Prats, traída a la memoria una y otra vez por Carlos Hugo Molina, diciendo “es más fácil salir del error que de la confusión”. Confundidos estamos todos en Bolivia, en medio de una avalancha de denuncias y escándalos, de atropellos de toda índole y de gravísimas violaciones a los derechos humanos, que no terminan de ganar cuerpo y rematar en juicio o procesos que culminen con las sentencias obligadas por ley, no sólo para poner fin a la impunidad, sino también para comenzar a poner freno al caos y a la confusión.<br /><br /> Hemos llegado al extremo de asistir de palco a una feroz guerra interna en el partido de gobierno, el MAS, en la que dirigentes del mismo y funcionarios del Ejecutivo se acusan de crímenes muy graves, la mayoría de ellos referida a actos de corrupción en el manejo de los recursos públicos y a vínculos criminales con el narcotráfico. Un extremo que llega a sobrepasar todos los límites de la racionalidad, sin inmutar a las entidades y autoridades llamadas por ley a combatir todo acto delincuencial dentro y fuera de la administración pública. Un extremo que contrasta con la actuación vista en estas autoridades y entes en los procesos abiertos por el partido de gobierno en contra de sus opositores y críticos.<br /><br /> La confusión es total y desesperante. Se complica aún más ante la inoperancia de quienes están llamados a poner freno a los abusos de poder, a iniciar las acciones necesarias en contra de quienes delinquen o violan los derechos fundamentales de terceros, a ordenar la casa, el país. Una realidad que se complica cada día más, resultado no apenas de la ya conocida apuesta de poder total a la que juega el partido de gobierno, sino también de la no menos censurable actuación de las organizaciones políticas que se identifican como contrarias al primero.<br /><br /> Por eso la sensación de estar atrapados en la confusión, y sin salidas posibles. Al menos por ahora y desde hace ya un buen tiempo. ¿Alguien puede demostrar lo contrario? Si lo hay, que levante no solo la mano, sino también la voz y los pies y comience a dar señales claras de su existencia y razón de ser, antes de que sea irremediablemente tarde. Ya se sabe que aún estamos a tiempo, pero contrarreloj, para salir a flote y sobrevivir al desastre que se avecina.<br /><br /> </p> <p class="rtejustify"> <b><i>La autora es periodista, maggytalavera.com</i></b></p>
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<p class="rtejustify"> Definir una agenda de prioridades y lograr cumplirla se ha convertido en una misión cada vez más difícil de alcanzar, no sólo en el plano personal, sino también o sobre todo en el ámbito colectivo. Estoy pensando en Bolivia, pero la afirmación puede valer también para muchos otros países de la región y del mundo. Todos los días, a cada instante, aparecen hechos que trastocan todo intento de definir y encarar una lista de prioridades básicas, elaborada en atención a las necesidades y aspiraciones de cada sector de la sociedad.<br /><br /> Lo estamos hemos viviendo ahora, con una intensidad que desespera ante la imposibilidad de fijar y alcanzar objetivos específicos y urgentes en áreas que son de prioridad, entre otras las de salud, trabajo, educación y seguridad. Todas ellas van quedando relegadas a segundo o último plano, ante la emergencia de asuntos de coyuntura que irrumpen con violencia y ganan relevancia por ser escandalosos. Así van quedando atrás las necesidades en salud —más ítems para médicos, enfermeros, paramédicos; más camas y UTI— y en educación —más ítems para maestros, mejores unidades educativas, más cupos en las universidades—.<br /><br /> También quedan relegadas las demandas laborales, las que abogan por seguridad jurídica para emprender e invertir en proyectos productivos, todas superadas por la avalancha de conflictos que emergen desde todos los niveles de gobierno y desde una cada vez más numerosa y diversa representación política y civil de la población boliviana. Conflictos que configuran un enmarañado panorama de tensiones a todo nivel, al que cada día se suman denuncias en una cantidad tan abrumadora, que resulta imposible acompañar, encarar y dilucidar. Todos los días surge un escándalo capaz de enterrar o postergar un servicio.<br /><br /> Es realmente abrumadora esta realidad. Tanto, que obliga a recordar la voz del catalán Joan Prats, traída a la memoria una y otra vez por Carlos Hugo Molina, diciendo “es más fácil salir del error que de la confusión”. Confundidos estamos todos en Bolivia, en medio de una avalancha de denuncias y escándalos, de atropellos de toda índole y de gravísimas violaciones a los derechos humanos, que no terminan de ganar cuerpo y rematar en juicio o procesos que culminen con las sentencias obligadas por ley, no sólo para poner fin a la impunidad, sino también para comenzar a poner freno al caos y a la confusión.<br /><br /> Hemos llegado al extremo de asistir de palco a una feroz guerra interna en el partido de gobierno, el MAS, en la que dirigentes del mismo y funcionarios del Ejecutivo se acusan de crímenes muy graves, la mayoría de ellos referida a actos de corrupción en el manejo de los recursos públicos y a vínculos criminales con el narcotráfico. Un extremo que llega a sobrepasar todos los límites de la racionalidad, sin inmutar a las entidades y autoridades llamadas por ley a combatir todo acto delincuencial dentro y fuera de la administración pública. Un extremo que contrasta con la actuación vista en estas autoridades y entes en los procesos abiertos por el partido de gobierno en contra de sus opositores y críticos.<br /><br /> La confusión es total y desesperante. Se complica aún más ante la inoperancia de quienes están llamados a poner freno a los abusos de poder, a iniciar las acciones necesarias en contra de quienes delinquen o violan los derechos fundamentales de terceros, a ordenar la casa, el país. Una realidad que se complica cada día más, resultado no apenas de la ya conocida apuesta de poder total a la que juega el partido de gobierno, sino también de la no menos censurable actuación de las organizaciones políticas que se identifican como contrarias al primero.<br /><br /> Por eso la sensación de estar atrapados en la confusión, y sin salidas posibles. Al menos por ahora y desde hace ya un buen tiempo. ¿Alguien puede demostrar lo contrario? Si lo hay, que levante no solo la mano, sino también la voz y los pies y comience a dar señales claras de su existencia y razón de ser, antes de que sea irremediablemente tarde. Ya se sabe que aún estamos a tiempo, pero contrarreloj, para salir a flote y sobrevivir al desastre que se avecina.<br /><br /> </p> <p class="rtejustify"> <b><i>La autora es periodista, maggytalavera.com</i></b></p>
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